La Dinastía (libro 9. Verk Svetl's)

Cap. 25 Quieren aniquilarte

 

Francia-Italia. Octubre, 2005

Cuando el Majestic atracó en Cannes, Norman fue el único de los pasajeros que lo abandonó. La noche anterior había agradecido a su anfitrión la invitación, pero se excusó por no poder terminar el paseo, aludiendo compromisos impostergables. Después de la cena y de algo más de charla intrascendente, Norman se apresuró hacia su camarote.

Como ya Norman sabía que estarían atracando alrededor de las tres de la tarde, de dispuso a hacer mucho escándalo con su salida aprovechando el desmedido interés que él despertaba en un par de damas que exhibían el mismo con muy poco recato. Las mencionadas señoras, una viuda que debía rondar los sesenta y muchos, y la poco confiable esposa de un senador que decía tener treinta y cinco años cuando en realidad estaba cercana a los cincuenta, se esmeraron en rogarle al escritor no abandonar la nave. Si esto había sido posible, era porque la noche anterior, Norman había abandonado su política de ignorar a las señoras en cuestión, y éstas pensaron, muy equivocadamente, que sus esfuerzos habían comenzado a rendir frutos. Norman se mostró encantador y les aseguró que en cuanto finalizase con sus compromisos, les haría una visita, misma que por supuesto nunca se efectuaría, pero todo aquel espectáculo sirvió para distraer a un individuo tan estirado como el capitán Cavendish, y avergonzar a uno tan correcto como Brady. Después de una última y rápida despedida, se apresuró a desembarcar y se dio una prisa aún mayor por detener un taxi ignorando los que estaban en el puerto. Una vez dentro y después de indicarle a dónde debía llevarlo, le pidió detenerse un poco más adelante donde lo estaba esperando Janos. 

La noche anterior y mientras Norman hablaba con Janos, éste había ido recuperando algunos recuerdos. Cuando Norman le habló del incidente con respecto a que creía haberlo escuchado, y Janos confirmó que le había sucedido lo mismo, dio inicio a una charla por demás extraña, pues mientras a Janos aquello le parecía normal, no era el caso de Norman y expuso los motivos por los que no lo era. En este punto Janos comenzó a recordar algunas cosas, pero como verbalizó algunas, Norman pensó que o bien él estaba más borracho de lo usual, o en un sueño surrealista muy, pero muy largo. La noche fue tan larga como el sueño que Norman creía tener, pero finalmente aceptó que no lo era y que ciertamente a esas alturas, y por mucho que hubiese tomado el día anterior, ya no podía estar ebrio. Después que tomó una larga ducha y mientras se bebía el café que había pedido, algo que por lo general evitaba, recordó una vieja canción que escuchaba cuando era adolescente y que hablaba de un poeta frustrado que no conseguía lo que esperaba de sus poemas, hasta que una noche se le había aparecido Erato, la musa de la poesía lírica-amorosa, concediéndole el don por el que el poeta clamaba. Al recordar eso, y aunque a su juicio estaba muy despierto y muy sobrio, se preguntó si existía la posibilidad de que Janos fuese alguna hipotética musa disfrazada y que estaba allí para darle el argumento de la novela de su vida. Ante lo ridículo de su pensamiento, soltó una nerviosa carcajada, pero un momento después y cuando Janos estuvo listo, la idea volvió al escucharlo.

  • No quisiera parecer entrometido, y de hecho me alegra que esté usted tan contento esta mañana

La protesta por el tratamiento quedó anulada por la sorpresa, pues no era posible que Janos estuviese preguntándole aquello a menos que lo hubiese escuchado reír un momento antes.

  • Y lo hice

Con aquella simple frase, le quedó claro a Norman que no había estado soñando ni imaginándose cosas. No obstante, el espíritu práctico le recordó que debían poner en ejecución lo que habían planeado. Como Norman se había propuesto ayudar a aquel individuo incluso antes de la conversación que habían tenido, y por eso le había dicho a Vanderleik que debía abandonar la embarcación en cuanto atracasen en Cannes, pusieron manos a la obra.

  • Bueno, llegó el momento de probar si todo lo que me dijiste es cierto – le dijo, pero antes de que Janos pudiese decir algo, llamaron a la puerta – ¿Preparado? – preguntó Norman y Janos asintió – ¡Ah, señor Brady! – exclamó al abrir – Ya me estaba preguntando si se había olvidado de nuestro invitado

Brady pensaba que a esas alturas Norman debía estar harto de compartir su espacio con aquel desconocido, de modo que se disculpó por una tardanza que no era tal, y que no habría sido en ningún caso, porque Brady era un inglés en extremo formal y puntual.

  • Buenos día, señor – saludó dirigiéndose a Janos
  • Señor Brady

Dicho esto, clavó sus grises ojos en los del oficial, y después de lo que le pareció a Norman mucho tiempo, se planteó que aquello no estuviese dando resultado, como su racionalidad le indicaba que no lo haría, pues ciertamente él no estaba escuchando nada. Sin embargo, un momento después Brady se giró y sin despedirse siquiera, abandonó el camarote.

  • Pero…
  • ¿Sí?
  • ¿Qué sucedió?
  • Nada que no debiese suceder. Hice exactamente lo planeado, de manera que el señor Brady en este momento se dirige a hablar con el capitán para decirle que todo está en orden

Norman elevó las cejas, pero enseguida pensó en la segunda opción que se había planteado, y era que tal vez Janos tuviese la habilidad de la hipnosis, y la misma solo tenía un fallo, pues hasta donde sabía, era necesario que quien hiciese una, diese instrucciones al posible hipnotizado, y Janos no le había dicho nada a Brady; pero como no tenían tiempo para distraerse, dejaría eso para después.

  • Bien – dijo aun con cierta duda – ahora tenemos que hacerte salir de aquí sin que nadie te vea, por suerte todos los pasajeros se resisten a salir de sus camas antes de mediodía, pero la tripulación, y aunque es poca, sigue por ahí




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