La Dinastía (libro 9. Verk Svetl's)

Cap. 29 Civilización perdida

 

Bagdad, 2001-2005

Akad Schleswig era, en teoría, un respetado profesor de Historia Antigua radicado en Bagdad. Akad se había licenciado muy joven, y aunque lo había hecho en Historia, había comenzado, casi en paralelo, estudios de Arqueología, y se licenció en esto también un par de años después de su primera licenciatura. Sin embargo, aunque su carrera parecía muy prometedora, había renunciado a una cátedra en una prestigiosa Universidad, sorprendiendo a todos al decir que se dedicaría a la investigación. No obstante, y si bien lo hizo sin ninguna duda, un poco después y paralelamente a lo anterior, dictaba seminarios y conferencias de Arqueología Histórica. Sus servicios también eran requeridos con cierta frecuencia cuando los registros escritos de alguna civilización no coincidían con la evidencia arqueológica hallada en algún lugar, pues él se había especializado en las civilizaciones prehistóricas, también llamadas analfabetas por la falta de evidencia de algún sistema de escritura, pero si bien la falta de ésta evidencia podría considerarse muy inconveniente para descifrar costumbres y adelantos de la civilización que estuviese en estudio, Akad sabía que la evidencia física hablaba casi tan alto como la escrita.

Los padres de Akad eran sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, pero mientras su padre había sido alemán, su madre nació judía, y el hecho insólito, a ojos de su abuelo, de que Wilhelm se hubiese enamorado de una sucia judía, casi le cuesta la vida, pues el joven Wilhelm había desertado del ejército y huido con  Athalia. Después de la guerra, la pareja había vivido feliz, aunque les faltaba la dicha de un hijo que demoró mucho en llegar, algo que Athalia no tendría mucho tiempo para disfrutar, pues murió víctima de un cáncer. Wilhelm casi perdió la razón, y era posible que Akad hubiese terminado en un orfanato, pero un antiguo compañero de Wilhelm decidió darle aviso a Anton Schleswig, y, aunque Akad no sabía si su abuelo había perdonado a su hijo o no, Wilhelm ciertamente no se enteraría nunca, porque si bien el mencionado abuelo se había hecho cargo de ambos, ya que Wilhelm parecía haberse desconectado de la realidad y terminaría estampándose contra una pared por conducir en estado de ebriedad, que por lo demás, era el único estado en el que parecía hallarse desde la muerte de su esposa, dejando a su hijo huérfano de ambos padres a la edad de siete años. Lo cierto era que Anton se había quedado con la custodia del pequeño Akad, pues aun suponiendo que todos sus parientes maternos no hubiesen muerto en el Holocausto, su abuelo no iba a entregárselo a ninguno.

Anton Schleswig no había alcanzado un rango muy alto en el ejército del Tercer Reich, pero lo que sí había hecho era asimilar hasta la última gota de la premisa nacionalsocialista de éste con relación a la superioridad de su raza, y por suerte, o quizá no tanta, para el pequeño Akad, éste había heredado los rasgos físicos de su progenitor, lo que hizo que Anton borrase de su memoria y casi de la del niño, el recuerdo de su madre.

Si bien los Schleswig tenían un origen muy antiguo que se remontaba a la anexión del Ducado de Schleswig-Holstein a la Confederación Alemana, lo que no tenían eran mayores bienes de fortuna, pero Anton había aprovechado bien las oportunidades que le brindaban los contactos que había hecho y había logrado una posición y estabilidad aceptables. De modo que no teniendo mayores preocupaciones, se dedicaría a instruir a su nieto con mucho más ahínco que al padre de la criatura. Pero cuando Anton casi saltó de alegría, fue cuando Akad comenzó a dar muestras de un interés desmedido en la historia antigua. Aunque esto le había supuesto, en primer término, un disgusto con Akad, porque el chico sostenía que si su familia procedía del antiguo Ducado de Schleswig-Holstein, entonces no eran alemanes, ya que en principio la Confederación se lo había anexionado, y luego, Prusia se lo había arrebatado. Afortunadamente Akad pronto olvidó eso, pero fue el punto de partida de su interés por la historia que cada vez fue llevándolo más atrás en el tiempo.

Poco después de que Akad obtuviese su segunda licenciatura, Anton decidió hablarle de algo muy importante, pues si bien aquel no era su único descendiente, no solo era el único que le interesaba, sino quien tenía verdaderas oportunidades de alcanzar un objetivo que él había ambicionado.

  • ¿Kind,[1] podemos hablar un momento?
  • Seguro – dijo Akad cerrando el libro que tenía en las manos – ¿Te sientes bien? – preguntó, porque en su experiencia, su abuelo no era dado a los largos silencios – ¿Abuelo?
  • Cuando estaba en la Wehrmacht [2] pasé a formar parte de un grupo muy especial

Akad elevó una ceja, pues de acuerdo a lo que sabía, su abuelo no había pasado de ser una especie de lugarteniente de algún oficial poco importante, pero como él no tenía los mismos problemas de su abuelo con el silencio, nada dijo y aguardó por la explicación, misma que no sería una, al menos en el inicio, pues su abuelo le hizo una pregunta.

  • ¿Qué sabes de los Escitas?
  • Fue un pueblo de origen iranio. Eran pastores nómadas y se especializaban en la cría de caballos de monta. Pero el término Escita, alude también, a pueblos con costumbres similares que se asentaron en algunas regiones de Rusia, Asia Central y Ucrania

Akad dio de forma automática la respuesta de los libros, pero él sabía que había una explicación más amplia, y que podía diferir en algunos aspectos de lo que los estudios antiguos como  la Geografía de Estrabón, o la Historia de Heródoto, o incluso el poema de Ovidio, que siendo extranjeros no podían tener una visión del todo acertada de aquella civilización. Pero si lo había sorprendido la pregunta, lo sorprendería todavía más lo que su abuelo diría a continuación, y no tanto por los términos, sino por lo absurdo de la historia en cuestión.

  • Abuelo, si bien los Devlianos existieron, se extinguieron hace muchísimo tiempo e incluso antes que los Escitas, pero en cualquier caso, podría convenir, aunque no los he estudiado mucho debido a la falta de evidencia arqueológica consistente, que fueron una tribu eslava que efectivamente podría haber formado parte de los llamados Escitas, pero de ningún modo que fuesen… eso que dices, y me extraña que un sujeto inteligente como tú, crea en ello
  • Kind, pruebas hay, pero lo que también hay es un vacío muy sospechoso ¿Cómo se extingue de la noche a la mañana una civilización como esa?
  • Vamos abuelo, el Imperio Aqueménida, el Romano, el Carolingio, el Sacro Imperio Romano-Germánico, o el Otomano…
  • Todos esos han dejado una huella, algo rastreable
  • Abuelo – dijo intentando tener paciencia – los Devlianos ciertamente no eran un Imperio, y pertenecían a las que en arqueología llamamos civilizaciones prehistóricas analfabetas, pues no dejaron registros escritos
  • Tampoco los celtas 
  • Quizá no dejaran mucho, pero se sabe que tenían un alfabeto. El rúnico. Los Devlianos no.
  • ¿Y no te has preguntado por qué siendo un pueblo cuya existencia se dio en un período similar, o por lo menos en uno posterior a la Edad del Hierro, no haya dejado nada? ¿No te luce como mínimo, sospechoso?
  • Abuelo, soy historiador y arqueólogo, así que las teorías de conspiración me parecen una inútil pérdida de tiempo que no nos conduce a nada
  • Siendo un arqueólogo, sé que tienes una mente más científica que filosófica, pero hay hechos que lo son y que no tienen explicación ni científica ni de ninguna especie
  • ¿Como cuáles? – preguntó con cautela
  • ¿Recuerdas cuando visitamos Toulouse?  
  • Ay, no
  • Sí lo recuerdas – dijo Anton con una sonrisa de triunfo




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