Cap. 52 Las mujeres de mi vida
Riùrik. Octubre-Noviembre, 2006
Mientras Milorad y Darko mantenían aquella conversación, Iziaslav estaba teniendo un sueño muy vívido. Inicialmente se había visto corriendo por la derevnya [1] de su infancia, en un momento que podría ubicarse entre los siete y los ocho años; para ese momento, y como los devlianos no les cortaban el cabello a sus niños, pues era indispensable que tuviesen suficiente para el momento en el que le hiciesen su primera trenza ceremonial, el del Iziaslav niño ya le llegaba un poco por debajo de los hombros. Era sin duda un sueño, o un recuerdo feliz, porque no solo se sentía así, sino que estaba riendo, pero de eso, pasó bruscamente a uno muy triste, pues estaba ante el enterramiento de Dhasiva, y sus amigos lo urgían a marcharse pues se acercaba una nevada. Seguidamente, otra imagen igualmente triste se presentó, pero esta estaba acompañada de una ira descomunal, ya que estaban viendo la cabeza de Anitchka. Casi sin transición, pasó al día de su boda con Gianna, e inmediatamente al día que se había casado con Seren, pero en ambos casos, las imágenes fueron tan fugaces que apenas si pudo experimentar la alegría de ninguno de los dos momentos, porque el siguiente era tal vez menos triste que el de Anitchka, pero compartía con éste, el estar acompañado de la ira, pues se trataba del día que Milorad le había rogado que lo autorizase a enviar a su hijo lejos.
- ¿Te volviste loco? ¿Por qué iba a deshacerme de uno de mis mejores guerreros?
- En principio, porque no lo necesitas, ya no estamos en guerra con nadie, pero mi hijo está muriendo de dolor
- ¿Por qué?
- Te ruego que lo perdones, sarì – había dicho el Milorad de entonces arrodillándose ante él, para consternación de Iziaslav que no estaba entendiendo nada – Istvan se enamoró de Emiliana, pero…
La imagen se desvaneció y fue sustituida por otra, en donde aparecían unos furiosos Mikha y Lucien, pero era difícil entender qué decían, porque ambos estaban gritándole a su padre. No obstante, al final había entendido que lo que hacían era insultar a Emiliana. Aquella era una particularidad de ambos príncipes cuyo parecido llegaba al insólito punto de albergar los mismos odios o afectos, y en aquel caso, ninguno de los dos había querido nunca a Emiliana, y no hubo argumento válido que cambiase aquello, y eso incluía lo mucho que Andrei, que sí la había querido, se había esforzado con aquellos dos. El asunto era que ambos sostenían que si no la echaba de la comunidad a ella en lugar de desterrar a Istvan, no los volvería a ver jamás. Aunque aquella era una amenaza que en el caso de Lucien habría resultado poco novedosa, pues ya para entonces llevaba mucho tiempo alejado de familia y solo había vuelto al enterarse, nadie sabía cómo, de lo que estaba sucediendo; pero en el caso de Mikha sí era preocupante, porque Mikha era un dolor de cabeza en todos los sentidos posibles, pero nunca había amenazado con abandonar la tribu.
Finalmente, lo que había convencido a Iziaslav era enterarse de lo que no sabía con respecto al vergonzoso comportamiento de Emiliana, así que la siguiente imagen que se presentó fue la del día que la había echado de la derevnya.
- Pero haryk – decía ella en medio del llanto – ¿A dónde iré? Este es mi hogar, no tengo…
- ¡No seas mentirosa, porque cualquiera de esos imbéciles con los que te revuelcas, estará feliz de llevarte con él! – le había gritado Mikha con su escasa delicadeza habitual
- Y todos sabemos que no eres más que una syka [2], pero si no te marchas, y si por tu culpa a Istvan le sucede algo, te juro que voy a sacarte el corazón – le dijo Lucien
Siendo que todas las hijas que Iziaslav había engendrado con Gianna, ni siquiera habían llegado a nacer, él había amado a Emiliana como a una, de modo que ciertamente le había dolido mucho tanto lo que le había hecho a Istvan, así como enterarse de lo que solo él no sabía, pues nadie iba a ir a decirle al Hlavary que su hija iba por ahí saltando de cama en cama.
Después de aquel doloroso recuerdo, se vio sentado a las afueras del castillo donde había residido con Seren, pero casi saltó al escuchar la voz a su espalda.
- Ya es hora de que las dejes ir a todas, ymharyk
- ¡Alex! – exclamó – Pero… ¿qué…?
- ¿Qué estoy haciendo aquí?
- Este es el sueño más extraño que he tenido – se dijo Iziaslav, pero escuchó reír a Alexander
- No es un sueño
- Claro que lo es – porfió él – porque acabo de…
- Solo las estabas recordando, es por eso que te dije que es hora de que las dejes marchar
- ¿Qué estás diciendo, rybik? Todas están muertas desde hace años
- Claro, y como acabas de decir, ellas están muertas, mientras que tú sigues vivo, pero atado a ellas, aunque en realidad a lo que estás atado es a la culpa
Como Iziaslav no podía rebatir aquello y discutir con Alexander nunca lo llevaba por buen camino, aunque se tratase de un sueño, no dijo nada, aunque sí pensó que si bien él no había matado a Dhasiva ni a Emiliana, se sentía igualmente culpable; en el caso de la primera, porque sabía que Iolan la había matado por lo que le había dicho el desgraciado que lo entrenaba, así que seguía sintiéndolo culpa suya, y en el caso de Emiliana, de lo que se culpaba era de no haber estado más pendiente de ella, de haberla consentido mucho induciéndola a pensar que podía hacer cualquier cosa sin consecuencias, y al final, eso era lo que la había llevado a la muerte.
- Ya te dije que esto no es un sueño – aclaró Alexander que había seguido sus pensamientos – pero volviendo a lo anterior, repasemos. Emiliana no era en realidad tu hija por mucho que la hubieses amado, y su muerte está lejos de ser tu responsabilidad, porque no se puede cambiar a las personas si ellas no quieren, y los cambios solo pueden venir de uno mismo, de manera que el final de Emiliana se lo forjó ella sola, y cabe destacar que debió tener muchos deseos de morir, porque desafiar a Lucien, y más si él ha advertido algo, es suicida. Con relación a la mujer que te crio, eres menos culpable aún, porque ciertamente no es tu culpa que Iolan no tuviese sentimientos. Ahora pasemos a las dos muertes que más pesan en tu consciencia, porque tu mano fue la asesina. Sí, eres culpable de haber matado a Gianna, pero como te dijo tío Iyul hace poco, aunque ningún castigo le devolvería la vida, el que te impusiste ya fue demasiado largo, y por otra parte, el objetivo de lo que nos sucede, es aprender de ello y tú lo hiciste
- No, no lo hice, porque también maté a Seren
- Te concedo que fuiste la mano ejecutora, pero de una decisión que ya había tomado, de modo que tu culpa, en todo caso, fue comportarte de un modo que resultó difícil de soportar. Querías algo que no era posible en ese momento, pero también aprendiste esa lección y todas la que había esperado hubieses aprendido en aquel entonces
- Yo la obligué a hacer lo que hizo – dijo, pero en ese momento, vio a Alexander frente a él, y, aunque no lo estaba tocando, quedó atrapado en aquellos ojos
- Escúchame bien – pero Iziaslav, a pesar de que se suponía que estaba inconsciente, estuvo seguro de estar ahogándose – no me obligaste a nada, yo tomé mis propias decisiones, y, aunque tal vez en ese momento pueden no haber parecido las mejores, lo hice en beneficio de la felicidad futura de nuestra descendencia y la tuya. No fue un sacrificio, fue una decisión
- ¡¿Seren?! – exclamó y Alex sonrió con su serenidad habitual
- Esto no es una sorpresa, siempre los has sabido. Cada vez que me mirabas…
- ¡No puede ser!
- ¿No?
- Pero tú dijiste… dijiste que estaríamos unidos para siempre
- ¿Y no lo estamos? Dije que tú y yo estábamos y estaríamos siempre unidos por el indestructible lazo del amor. También dije que, cuando aprendieses que el amor para serlo, debe ser incondicional, algo que ya aprendiste – aclaró – tu sangre y mi sangre se unirían de nuevo bajo el manto del amor real, y aquí estoy. Soy el hijo de tu hijo y de una de nuestras descendientes, que se amaron más allá de la razón, del egoísmo y de los obstáculos. De manera que cumplí con todo lo que prometí y continué mi camino, es hora de que tú continúes con el tuyo
- Te equivocas
- ¿Lo hago?
- No he cambiado nada. Hace un momento quise…
- Quisiste, pero no lo hiciste, y tu convicción es tanta, que te hiciste daño tú mismo. Pero sabes lo que sientes, y sabes igualmente que ella siente lo mismo
- ¡No sé una maldita cosa!
- No seas majadero, hombre. Lo sabías desde antes, porque sentiste la fuerte conexión entre ustedes apenas la viste
- ¡Ni siquiera sabía quién era yo mismo!
- Te concedo una cosa, y es que sigues siendo extraordinariamente terco, y como tampoco prestas la debida atención, te recuerdo que somos devrigs, así que no importa lo que sepas o dejes de saber a nivel consciente, la energía no puede engañarnos, eso es algo que solo podemos hacer nosotros mismos. Reconociste su energía en cuanto la miraste
- ¿Reconocí?
- Sí
- ¿Y…?
- Eh, eh, que te baste con saber que si sigues haciendo el idiota, vas a perderla, no importa quién haya sido antes
- Si no importa ¿por qué me estás diciendo quién eres tú?
- Porque lo sabes y siempre lo has sabido, pero lo importante ahora, es que hagas lo que debes y contribuyas no solo a tu felicidad, sino a la de ella
- ¡Mis hijos! – exclamó
- Son tus hijos, no tus dueños
- Pero podrían…
- Ya no son niños – hizo una pausa y miró hacia el horizonte antes de agregar – Es hora de volver, se están poniendo nerviosos