Riùrik. Noviembre-Diciembre, 2006
Norman no acostumbraba a desayunar gran cosa y la mayor parte del tiempo no lo hacía, pues solía trasnochar mucho y no en la mejor compañía, de modo que cuando despertaba, su estómago le recordaba que lo estaba asesinando, aunque él no solía prestar atención. Sin embargo, desde que estaba en Florencia, y aunque la compañía había disminuido, no era por falta de, sino que la misma era diez veces más fuerte que lo que solía tomar y lo fulminaba más pronto. A pesar de lo anterior, siempre acompañaba a Gino a desayunar, pero ese día, Gino notó que su amigo estaba de un humor asesino, algo de lo que fue consciente no solo al verlo alejar el plato y hundirse en una taza de café, sino incluso antes de que se sentase.
Gino en muchos aspectos guardaba algún parecido con Lucien en aquello de procurar con ahínco no interesarse por nadie, pero cuando había conocido, al para entonces, muy joven escritor, en principio había quedado atrapado por su simpatía y honestidad, y más adelante por su tenacidad para alcanzar sus objetivos. Aunque no habían mantenido un contacto muy estrecho, se habían visto eventualmente, y cuando Norman publicó su primer éxito, y si bien Gino habría podido preocuparse por sí mismo si hubiese pensado que Gianfranco podía hacerlo, en el sentido de que él le hubiese dado información a Norman, por quien se preocupó fue por Norman, pues sabiendo como sabía, que la DS podía perseguirlo en la creencia de que tuviese algún contacto con el grupo que intentaba cazarlos, lo que le demostró a Gino, que queriendo o no, consciente o inconscientemente, se había establecido un firme lazo afectivo, y esto fue lo que lo llevó a acudir con prontitud cuando recibió la fotografía, pues su instinto le estaba gritando que Norman estaba en peligro, y sería la razón de su prisa por encontrarse con él en lugar de avisarle a nadie, algo que fue lo que en principio debió hacer.
Por todo lo antes expuesto, fue que Gino comenzó a preocuparse con la actitud de Norman esa mañana, porque llevaba ya varios años conociéndolo y nunca lo había visto de aquel humor. No obstante, antes de que pudiese insistir, Gino percibió con claridad la energía de su izbretel y un momento después el mayordomo lo estaba anunciando, aunque la sorpresa la constituyó que no venía solo y el saludo de Gino murió en sus labios.
Si bien Norman había escuchado al mayordomo, el visitante no era de su especial interés, pues ya había conocido a Gianfranco, y, aunque fue amable y educado, Norman lo encontraba distante y muy parecido a un fulano al que había conocido en la primera recepción a la que fue invitado después del éxito de su libro, que de acuerdo a lo que recordaba, era un portador de algún arcaico título nobiliario y de la clase que veía al resto de la humanidad como seres inferiores. No obstante, al escuchar la voz de Lucien, saltó de su asiento cual gato asustado.
Sin duda la apreciación de Norman era correctísima, y no se trataba de que Gianfranco sintiese nada en particular por él, sino que en efecto, no había podido deshacerse de aquel aire de superioridad que le había otorgado no solo el ser hijo del jefe de su clan, y por tanto, algo análogo a un príncipe, sino el poder del que se sabía portador en comparación con el de la población general. Aunque Gianfranco había demostrado no ser la mala persona que era su hermano por ejemplo, estaba acostumbrado a ser tratado de acuerdo a la posición que ocupaba dentro de su clan, y siendo que en los círculos en los que se había movido siempre, o bien en efecto lo respetaban, o le temían, y era algo que no había variado a lo largo del tiempo, era entonces como lo veían todos aquellos que no formaban parte de su círculo más cercano, quienes por otra parte, eran poquísimos.
Mientras Lucien le decía cualquier banalidad a Norman, Gino se estaba comunicando con su izbretel.
Gianfranco no se molestó en contestarle, pues ya Lucien caminaba hacia el salón y le había indicado seguirlo, así que tan solo le acomodó un golpe en la cabeza al bambino y siguieron a los demás. Como es bien sabido, Lucien era un ser impredecible, de lo que sí se podía estar seguro, era de que cuando le interesaba algo, cualquiera fuera el motivo, no se andaba por las ramas y podía ser, en muchas ocasiones, dolorosa y desagradablemente directo, con independencia de si lo que decía era bueno o malo. De manera que se fue derecho a plantear lo que lo había llevado allí.
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Editado: 16.03.2022