Cap. 59 Viaje inesperado
Riùrik. Diciembre, 2006
Aunque Alexander no sabía qué había sucedido después que él perdiese el conocimiento, como tampoco quería la versión de nadie, una vez que llegaron al palacio, pidió que lo dejasen solo. Cerró los ojos, relajó su mente y logró contactarse con Heilig.
- Extraña visita – dijo el svetsnik
- Necesito tu ayuda
- ¿De qué forma?
- Quiero ver algo que ya sucedió
Una de las mejores cosas de aquel svetsnik, era que hacía pocas preguntas y en ocasiones, ninguna, como en la presente, pues se limitó a mirar a Alexander y un momento después estaban en el abrigo de la Madeleine. Alex prestó atención no solo a lo sucedido, sino a las actitudes de todos. Después se trasladaron al palacio y por último al Dvorets de Lucien. Una vez que habían hecho todo el recorrido, Alex comenzó a despedirse.
- Te agradezco la ayuda, Heilig
- ¿No quieres verla a ella?
- No – pero como el svetsnik no dijo nada, agregó – No es ella la del problema
- Y no lo hay
- Supongo que recuerdas bien a Lucien ¿no es así?
- Recuerdo más al padre – dijo y Alex se permitió una sonrisa
- Supongo que no es fácil olvidar a quien intenta matarte
- Aunque no fue directamente a mí, también lo supongo, pero no es por eso que lo recuerdo tan bien, sino por su capacidad para hacerse la vida miserable y hacérsela a los demás
Alex juntó las cejas, porque a pesar de que él sabía bien todo lo que Iziaslav había hecho, no por eso le gustaba más escucharlo.
- Eso no tiene importancia, porque puede no gustarte, pero no por eso deja de ser cierto
- Debo marcharme
- Ten cuidado – le dijo y Alex clavó sus ojos en él – Tu desmedido amor por él puede conducirte a cometer no los mismos errores del pasado, pero sí otros que ralenticen su avance
Alexander era una persona maravillosa, y portador de unos poderes excepcionales, pero seguía siendo un ser humano, y en aquel momento su ira fue muy obvia, lo que hizo aparecer una sonrisa en los labios del svetsnik.
- Eres poderoso, rybik – comenzó y aquel tratamiento no hizo especialmente feliz a Alexander – pero en principio, no puedes vivir la vida por ninguno de ellos, especialmente la de ese, pero, además, tienes la obligación de vivir la tuya
No sin cierta dificultad, Alexander logró agradecer al svetsnik y despedirse sin agregar nada desagradable, pero una vez que estuvo de vuelta en su materia, se serenó y reconoció la veracidad de lo que le acababan de decir.
Alexander tenía poco más trescientos ochenta años, y se había pasado toda su vida mortificado por algo o por alguien. Una vez que regresó de su larga estadía con los svetsniks, se dedicó en cuerpo y alma a perseguir a los nelegas, pero paralelo a ello, había intervenido de diversas maneras en los conflictos de su raza, bien fuese para prevenirlos, o para resolverlos cuando no había podido evitarlos, pero también había trabajado con el mismo ahínco por los de los ikedev, de modo que lo que no había hecho, era vivir realmente, y no lo había notado sino en el momento en el que Heilig lo dijo. No obstante, suspiró y se puso de pie.
- Tengo un deber que cumplir, y el mismo está por encima de mí – se dijo
Un momento después había abandonado el palacio rumbo al Dvorets de Lucien.
- ¿Qué estás haciendo aquí? – escuchó, aunque Lucien no estaba visible
- ¿Qué parece que hago?
- Por parecer, siempre pareces una estatua, Alex – escuchó y un momento después lo vio frente a él – Lo lamento
- ¿Qué cosa exactamente?
- Lo que sucedió
- Eso no es muy específico, porque has estado… ¿ocupado?
- Me refiero a lo que sucedió contigo, aunque eso no habría sucedido si no fueses tan entrometido
- Lucien
- ¿Tú lo sabes, no? – preguntó, pero no lo dejó responder – Claro que lo sabes, porque como acabo de decir…
- Detente, y sí, sé lo mismo que tú, pero ambos sabemos que quien no tiene por qué saberlo es ella
- ¿Vas a ayudarme?
- Eso depende de para qué quieras mi ayuda
- Tenemos que alejar a…
- No
- ¡Tú sabes lo que va a suceder!
- No, no lo sé, y tú tampoco
- Claro que lo sé, porque él es incapaz de…
- ¿De qué exactamente?
- ¡De hacer su egoísmo a un lado!
- Supongamos y solo supongamos que es así. A estas alturas de tu vida, sabes perfectamente que no nos corresponde cambiar el destino de nadie
- ¿El destino? El destino lo forjamos nosotros mismos
- De acuerdo, pero tú y yo sabemos que nada existe por azar, y que el término destino, hace referencia a un punto al que hay que llegar, y, aunque el más común y natural es la muerte, en nuestro caso eso podría tardar mucho. Pero pasemos al cómo se llega a ese punto. La vida existe en el universo con o sin nosotros, de modo que cuando decidimos venir a este plano, en principio solo podemos integrarnos a esa vida que ya existe, y a partir de ahí, comenzar a transitar el camino como nos dicte nuestra consciencia para cumplir con aquello que hemos venido a hacer. Teniendo en cuenta lo anterior ¿quién crees que eres como para interponerte en el camino de alguien?
- No puedo cruzarme de brazos y ver cómo van derechos al desastre
- ¿Y por qué piensas que es tu obligación evitar ese desastre?
- ¿Eres estúpido o qué?
- Seguro que no, y tengo una mejor opinión de mí, pero el asunto es que estás siendo irracional, porque sabes tan bien como yo, pues estoy bastante seguro que Diell se ocupó de hacértelo entender con sus delicadas maneras – le dijo y se le dibujó una sonrisa en los labios, pues sabía lo muy mal que se llevaban aquellos dos – que no nos asiste el derecho a decidir por los demás y cada quien tiene derecho a cometer sus propios errores, suponiendo que lo fuesen, o a celebrar sus aciertos ¿Estamos de acuerdo?