La DinastÍa (libro I. Vidas Cruzadas)

¿Y quién es ella?

A la mañana siguiente, el médico estaba francamente sorprendido, la fiebre había cedido un poco y la paciente había recuperado brevemente el conocimiento. Además de que Lord Saint-Claire le había informado que había pasado la noche tranquila y sin el agitado sueño febril de días anteriores. De modo, que el médico concluyó que su tratamiento estaba dando resultados. Pero al volverse se encontró con unos ojos azul intenso que lo miraban desde una altura mucho menor a la suya.

  • No  --  dijo la pequeña  --  no es eso.

Dicho esto se volvió y se fue. El médico se quedó asombrado por el comportamiento de la pequeña niña, pero no le concedió mayor importancia, los niños en general no le agradaban, y esta no era la excepción, además de que en esa casa había demasiadas.

Phillipe por su parte, removía distraído el azúcar en un café inexistente. A pesar de que le alegraba que su esposa mostrara signos de mejoría, no olvidaba las palabras de Sophie la noche anterior, pero seguía negándose a creerlo.  Toda esa vieja historia familiar no podía ser más que eso, una historia, pero los recuerdos de su abuela paterna, acudían una y otra vez a su memoria.

Phillipe procedía de Lyon, Francia. El y sus tres hermanos, habían crecido en la campiña francesa, pero apenas tuvieron edad suficiente, se trasladaron a la corte y su hermano mayor ingresó al seminario. Pero regularmente se trasladaban a la casa de sus abuelos paternos. Tanto a Phillipe como a su hermano Maurice, les fascinaban las historias que contaban tanto su abuelo como su abuela.  Disfrutaban especialmente de las relacionadas con las aventuras y el papel que habían jugado sus ancestros en las cruzadas. Pero también la abuela les contaba que descendían igualmente de poderosos magos de la antigüedad. Usualmente cuando las historias derivaban hacia este tema, Maurice se levantaba y se iba, diciendo que esos eran cuentos para niños y él ya no lo era, pero Phillipe siempre los escuchó hasta el final. Lo que hacía a Phillipe confiar en aquellas palabras, era que su abuelo participa igualmente de las historias, avalando todo su contenido. Aparte de eso, la abuela tenía un don especial para curar. Hacía infusiones con hierbas que recogía del campo, muchas veces a la medianoche, y en infinidad de ocasiones le quitó algún dolor a los chicos con solo posar sus manos sobre el lugar adolorido. De modo que este conjunto de eventos, hacían más creíble para Phillipe, las historias familiares de ancestros ligados a algún tipo de magia. Sin embargo, con el correr de los años, las visitas a la casa familiar se fueron distanciando, hasta quedar reducidas a unos pocos días en el invierno. Y las conversaciones acerca de la magia quedaron decididamente vetadas, porque su hermano mayor Louis, era un clérigo muy radical y que participaba con ahínco en una institución eclesiástica denominada el Santo Oficio, algo que más tarde sería  conocido como La Inquisición, y que con el tiempo, atrajo innumerables desgracias.

Phillipe regresó bruscamente de sus recuerdos, cuando escuchó que su hija Desiree, se peleaba con su hermana Cecile, como era costumbre. Paseo la mirada alrededor de la mesa pero no vio a la más pequeña.

  • ¿Dónde está Sophie?  --  le preguntó a la mayor
  • Hace un momento estaba aquí, padre  --  dijo Anne-Marie sorprendida
  • Debe estar dando brincos en el jardín, como es su costumbre  --  dijo con maldad Rachell, que por alguna razón desconocida, no profesaba ningún afecto a su hermana
  • No seas absurda, Rachell  --  dijo Cecil  --  con estas temperaturas enfermaría.
  • Lo cual no sería malo  --  dijo en un murmullo la pelirroja, ganándose una mirada asesina de Cecil, que era la única que la había escuchado  --  no te preocupes por ella padre  --  agregó  --  si no está en el jardín debe estar encerrada por ahí en una habitación tragándose el polvo de esos viejos libros que tienes guardados.

Aunque aquello no tranquilizó mucho a Phillipe, lo dejó de lado por otros asuntos que requerían su atención.

La cuestión es que Rachell tenía razón en ambas afirmaciones. Sophie al ver el tiempo, se había encerrado a leer, pero pasado un rato necesitaba aire, de modo que tomó una capa y salió. Pero caminar por el jardín en aquellos días no resultaba ni la mitad de divertido que en el resto del año. En primavera por ejemplo, era emocionante ver los brotes de las plantas, ver surgir de la tierra finos tallos hasta convertirse en fuertes arbustos. O ver como florecían los rosales, ver abrirse los botones hasta convertirse en hermosas rosas. Lo que la pequeña no había descubierto aún, es que no todo el mundo podía ver ese proceso, porque usualmente llevaba algún tiempo en completarse. Pero ella solo tenía que sentarse un momento y a su contacto, las plantas comenzaban a brotar y a crecer apresuradamente.  Una situación un tanto diferente le sucedía con los animales, sus “amiguitos” como ella les llamaba, parecían poder entenderla, pero le entristecía no poder entenderlos ella. Pero aun así, se divertía mucho corriendo y jugando con ellos. Más en invierno, casi no había plantas, y la mayoría de sus amigos hibernaba, por lo que Sophie se sentía muy sola.  Casi desde que podía recordar, había notado que era diferente a sus hermanas. Su hermana mayor Anne-Marie, se preocupaba mucho por ella, pero la niña sospechaba que era más por obligación que por verdadero interés. Rachel, decididamente la odiaba y de eso la pequeña no tenía ninguna duda. Desiree, era francamente indiferente a todo lo que no fuera sí misma. Y Cecile era la única, que en determinados momentos mostró cierto afecto por la niña, pero no era algo especialmente fuerte, aparte de que Cecil era una criatura enfermiza y tenía la tendencia a pasar  más tiempo en la cama que fuera de ella. Amaba a su madre, pero desde que podía recordar, ésta siempre estaba triste y ausente. El único al que estaba verdaderamente unida era a su padre, él solía contarle bonitas historias de hadas y duendes, y ella sabía que eran ciertas porque los había visto en sus frecuentes paseos por los bosques aledaños. Además de que su padre le había confiado un secreto. Cuando cumplió cinco años, hacía dos, su hermana Rachell, le había dicho que ella en realidad no era su hermana, que la habían aceptado en casa solo por lástima cuando la encontraron abandonada a las puertas de ésta. Sin duda, esa era una de las peores maldades que le había hecho la pelirroja, lo que le generó el mayor castigo de su vida, y no contribuyó a aumentar el afecto que sentía por la pequeña Sophie. Pero a pesar de que ese había sido el peor cumpleaños que podía recordar, porque se había pasado casi todo el día llorando en su habitación, cuando su padre llegó a casa, fue el único que pudo sacarle la verdad de lo que había sucedido y antes de dirigirse a hablar con Rachell, le había probado que ella era una verdadera Saint-Claire. Y lo hizo con un método muy sencillo, primero le hizo notar que ella tenía el mismo lunar en forma de estrella de cinco puntas, que él tenía en mitad de la espalda, y en el mismo lugar. Pero por si esto no fuese suficiente, él dijo que le contaría un secreto. La tomo de la mano y subieron a una de las torres, en ella se guardaban una serie de objetos en desuso, una gran cantidad de libros guardados en baúles llenos de polvo, y que con el tiempo, leerlos se convertiría en una de sus actividades favoritas, pero lo que su padre quería mostrarle era una pintura. Quitó el lienzo que la cubría y Sophie pudo ver el retrato de una mujer muy hermosa, de cabellos negros, tan negros como los de su padre y los de ella, y los ojos del mismo azul de los propios.

  • ¿Quién es ella?  --  había preguntado Sophie
  • Es mi abuela   --  le dijo  --  la madre de mi padre, es decir, tu bisabuela.




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