La DinastÍa (libro I. Vidas Cruzadas)

Dylan y Kendall

Dylan y Kendall, se habían subido a un árbol y en aquel momento Kendall se burlaba de su amigo.

  • Vamos Dylan  --  decía en ese momento  --  ¿No decías que hoy lo lograríamos?
  • Bueno, el día aún no termina  --  contestó el chico  --  A ver, en esta posición  --  dijo colgándose de la rama flexionando las rodillas y quedando cabeza abajo  --  se tiene una nueva visión del mundo.
  • ¿Qué haces, necio?  --  dijo el otro alarmado  --  te romperás el maldito cuello y de seguro me culparan a mí.

El otro rió, balanceándose peligrosamente en la rama, y haciendo que Kendall dudara de su salud mental.

  • No seas cobarde, Kendall  --  le dijo
  • No es cobardía, es buen juicio, idiota  --  le respondió  --  En mi caso digamos que sería una pena estropear tanta perfección, y si me matara mis padres aún tienen un heredero, pero en el tuyo querido amigo, sería una verdadera tragedia para tu apellido.

Como siempre que le recordaban que era único hijo y sus responsabilidades, Dylan perdía su alegre sonrisa. Se enderezó sobre la rama y miró a su amigo.

  • Siempre tienes que estropeármelo todo ¿verdad?  --  le dijo de mal humor

Pasaron un rato sobre el árbol y luego comenzaron a vagar sin rumbo fijo, como lo hacían a menudo entre charla, bromas y juegos. A pesar del peso de sus apellidos, eran dos normales y alegres chicos de trece y catorce años, que se dedicaban a pasar sus horas libres vagando por el bosque  aledaño a sus propiedades.

  • Bueno, creo que hoy tampoco será  --  dijo Kendall  --  y será mejor regresar a nuestras casas, si como dijiste habrá tormenta mi madre no se pondrá muy feliz si me agarra de nuevo fuera.
  • Habrá tormenta, tal y como dije  --  dijo Dylan  --  pero aún es temprano.

La verdad no era tan temprano, y Dylan sabía que la tormenta estaba muy cerca. Siempre había tenido un especial sentido para detectarlas. Pero lo cierto era que no deseaba regresar a su solitaria casa. A pesar de que sus padres estaban allí, como todos los inviernos, para él era lo mismo. A muy temprana edad, decidió que no sufriría más la desilusión de verles marchar una vez finalizado el invierno.  De modo que prestaba poca y casi ninguna atención a sus visitas, obligándose a llevar la vida del modo habitual, y evitando en lo posible un contacto muy cercano con ellos.

Cuando unos finos copos de nieve comenzaron a caer, Kendall lo miró con ira.

  • ¿Lo ves?  --  le gritó  --  Esta vez te falló tu instinto y mamá va a matarme.

Comenzaron a correr mientras Dylan reía, pero de pronto un grito los paralizó.

  • ¿Tú también lo escuchaste?  --  le preguntó a Kendall
  • Por supuesto, no soy sordo  --  le contestó  --  y estoy seguro que eso, “no” es un oso.
  • Claro que no, eso es una persona  --  dijo Dylan  --  ¡Vamos, date prisa!
  • ¿Qué?  --  preguntó el otro pero no le quedó más remedio que seguirlo  --  Dylan ¿Has perdido el juicio?
  • ¿Te parece sensato dejar a alguien atrapado, con una tormenta a punto de desatarse?  --  preguntó el chico, mientras caminaba de prisa en dirección a donde habían colocado la trampa.
  • Bueno, ahora sin duda sí nos mataran  --  dijo Kendall

Comenzaron a correr al ver que la tormenta arreciaba, pero no parecían avanzar mucho.

  • ¿Dónde demonios pusimos la maldita trampa?  --  se preguntó Dylan  --  No recuerdo que estuviese tan lejos.

Siguieron y siguieron, hasta que por fin vieron el bulto en el suelo. Dylan comenzó a avanzar con cautela, aunque ya había determinado que era un ser humano.

  • Date prisa  --  lo urgió Kendall  --  el pobre hombre debe estar adolorido y congelándose.
  • Espera  --  lo detuvo 
  • ¿Por qué? Es una persona y no un animal peligroso.
  • Sí, pero las personas suelen tener armas, genio  --  le dijo en forma mordaz  --  y si no sabe lo que se le está acercando, fácilmente podemos terminar con una bala en el cuerpo. Te aseguro que eso le gustará mucho menos a tu madre.

Ya casi habían llegado, pero la figura no se movía y notaron que era de escaso tamaño, cuando estuvieron a su lado.

  • ¡Demonios!  --  exclamó Dylan  --  ¿Qué hace una niña tan pequeña, sola por estos lugares?
  • No lo sé, pero discutirlo no nos ayudará a averiguarlo  --  dijo Kendall  --  Vamos a quitarle esta cosa del pie.

Ya se había agachado a abrir la trampa. Entre ambos lograron liberar el pie de la niña, y luego se miraron.

  • ¿Y ahora qué?  --  preguntó Kendall  --  no podemos dejarla aquí.
  • Estoy pensando  --  le contestó

Pero ya la tormenta los estaba castigando duramente. Kendall recuperó la capa de la niña para cubrirla, pero ya Dylan se había quitado su chaqueta de piel y se la estaba colocando.

  • Genial, ahora tenemos una niña congelada y tú morirás de una pulmonía como la señora que fueron a visitar ayer nuestros padres  --  le dijo
  • Deja de decir idioteces, tenemos que salir de aquí  --  y diciendo esto levantó a la pequeña en brazos.
  • De acuerdo tú la cargas un rato y luego me la das, y así hasta que lleguemos a casa  --  dijo el chico
  • En verdad a veces dudo que tengas cerebro, Kendall  --  dijo Dylan  --  Con esta niña en brazos no llegaremos a casa. Conozco un sitio donde podemos esperar a que pase la tormenta.




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