Decir que Louis-Saint-Claire estaba furioso, sería faltar a la verdad, porque en realidad estaba mucho más allá de la furia. Y aunque si hubiese muerto de un paro cardíaco gracias a ello, y por más que esto pudiese ser considerado un beneficio para la humanidad, tristemente no sucedería.
Su enorme ira obedecía a que ese día era la boda de su sobrina, pero aparte de eso, aquella desvergonzada criatura no solo se casaba en suelo francés con un desgraciado inglés, sino que además de ello, éste era sin duda protestante hasta los huesos, como casi todos los malditos ingleses. Pero para añadir más color al asunto, tenían la desvergüenza de casarse en Notre Dame, algo que ya de por sí Louis consideraba un terrible insulto a la iglesia católica que se veía aumentado porque la ceremonia sería oficiada por Antoine Gautier, sacerdote que era conocido y famoso por su grosera y poco disimulada inclinación al protestantismo, pero que contaba con la protección de Su Majestad, razón por la cual era intocable. Esa era otra espina clavada en la dignidad de los católicos franceses, ya que su soberano, aunque se decía católico, todos sabían que era un miserable protestante. Algo que había quedado demostrado con la firma del infame Edicto de Nantes [1]
Por supuesto Louis no había recibido invitación a ese circo, y no era que esperase recibirla, sin embargo, cuando le llegó un sobre con el escudo de armas de los Saint-Claire, por un momento tuvo el absurdo pensamiento de que su hermano había cedido a las buenas costumbres y le enviaba una invitación, pero en realidad se trataba de una nota advirtiéndole que a pesar de no haber sido invitado, estaba seguro que él sentiría la inclinación a acercarse igualmente, pero que si tenía la poco afortunada idea de hacerlo, se preparase para ser echado de allí de la forma más deshonrosa, porque sus hombres tenían órdenes expresas de ello. Obviamente Louis montó en cólera, pero nada pudo hacer.
La animosidad existente entre los hermanos Saint-Claire ya era del dominio público, y como de costumbre la opinión general inclinaba la balanza a favor de su desvergonzado hermano. Mientras Phillipe seguía siendo el niño mimado de la sociedad parisina, Louis se veía atacado casi a diario en los sucios panfletos que circulaban en demasía por toda Francia y que desprestigiaban su imagen. El último que como todos, era fielmente dejado junto con su correspondencia y nunca había sabido cómo, aunque tenía serias sospechas acerca de quién tenía la amabilidad de enviárselos, lo mostraba a él a las puertas de Notre Dame siendo apaleado por la multitud. Si Louis por un lado estaba seguro que dada su posición, importancia y educación, aquello no podía ser obra de su hermano menor, estaba igualmente seguro que sí era perfectamente capaz de financiar a los artífices de los susodichos e insultantes panfletos. Y volvió a jurarse como lo había estado haciendo a diario durante los últimos años, que aquel mal nacido algún día iba a pagarle por todo aquello.
Después que Dylan se había dado un baño, le habían subido una bandeja con el desayuno, pero él seguía teniendo poco apetito, de modo que apenas si tocó lo que le subieron y pocos minutos después bajaba cuando le anunciaron que la persona a la que había mandado llamar lo estaba esperando.
Ya ellos habían sido debidamente notificados de la muerte del antiguo Duque y no estaban muy seguros de cuál sería su situación con el nuevo. Sin embargo, habían continuado cumpliendo con las órdenes que el joven Lord Danworth les dejase antes de abandonar Francia, y con las que envió poco tiempo después.
Si bien era cierto que habían tenido motivos para estar agradecidos con el anterior Duque, ahora los tenían para estarlo con éste, además de que habían sido testigos de la nobleza de carácter de aquel joven caballero con lo que se había ganado además su respeto y su lealtad por mérito propio.
Por su parte, Dylan se sintió tranquilo al escuchar el informe de Delain, porque eso significaba que tanto Kendall como Sophie estarían protegidos de camino a la iglesia, de modo que si Armagnac era lo suficientemente estúpido como para intentar cualquier cosa, esperaba que lo sacaran de en medio sin mayores problemas. Sin embargo, su instinto le indicó que igual debía permanecer cerca de su amigo, porque con tantas personas, como estaba seguro que asistirían a la ceremonia, cualquiera podía colarse y causar desagradables incidentes.