CAPÍTULO 8: El Espejo de la Tiranía.

​I. La Fisura de Aura.
​Con el Heraldo de la Riqueza inerte, Ramsés y Aura se pararon frente al túnel oscuro del búnker.
​«¡Aura, ahora!», urgió Ramsés.
​Aura cerró los ojos y, canalizando la reliquia del equilibrio, no golpeó el campo de estasis psíquica, sino que buscó el punto exacto de la resonancia. En lugar de fuerza bruta, usó la armonía. Una luz plateada, pura y no violenta, emanó de su cuerpo y se concentró en la barrera. El campo de estasis no explotó; se disolvió, creando una fisura de sesenta segundos en el aislamiento psíquico.
​Aura sintió cómo la conciencia de Neo-Sevilla, por ese breve instante, lograba enviar una chispa de verdad a ese lugar de olvido.
​«Está abierto. Vamos», dijo Aura, su voz firme.
​II. La Cueva de los Ecos.
​El túnel de ascensores los llevó a un complejo laberíntico de servidores y salas de control de la antigua Corporación Sol. El ambiente estaba cargado de un aire frío y rancio, un eco de la ambición muerta. La luz era tenue, y los pasillos resonaban con el ping rítmico de los servidores que sifonaban la energía de Neo-Sevilla.
​«Aquí se encuentra la verdadera reliquia de la Corporación Sol: la avaricia en estado puro», murmuró Aura, su percepción amplificada por el Deiken. Sentía las mentes de los exiliados, no como un ataque, sino como una colección de susurros paranoicos y justificaciones vacías.
​Ramsés lideraba, su plasma-caster en modo de aturdimiento. Nix, proyectado en el datapad de Ramsés, guiaba: «Están en la sala de reactores. Son tres. Antiguos ejecutivos de alto rango: el director de Finanzas, la jefa de Ingeniería de Recursos y el líder de Seguridad Cero.»
​III. El Enfrentamiento Silencioso de Aura.
​Llegaron a la sala de reactores. Tres figuras vestidas con uniformes de la Corporación Sol, impecablemente limpios y anticuados, estaban parados frente a un reactor improvisado. Este era el corazón del Último Oasis.
​El líder, un hombre llamado Aldo, director de Finanzas, levantó las manos. «Hemos ganado. Si nos atacan, este reactor liberará una sobrecarga a la red de Neo-Sevilla. No nos matarán sin desestabilizar su preciosa Democracia.»
​Aura se adelantó, deteniendo a Ramsés con un leve gesto. Ella no les apuntó con su poder; apuntó a sus mentiras.
​«La Democracia de Conciencia se basa en la verdad, y la verdad es que ustedes no están aquí para sobrevivir», dijo Aura, su voz tranquila pero resonante en la sala. «Ustedes están aquí porque la igualdad les sabe a veneno. No pueden soportar que la sirvienta de su casa ahora tenga la misma energía que ustedes.»
​El director de Finanzas, Aldo, sintió el toque psíquico de Aura. Esta vez, no era una fuerza que generaba caos, sino una verdad innegable que se reflejaba en su propia mente. Vio por un instante la vacuidad de su propia riqueza.
​IV. La Venganza de la Mentira.
​El toque de verdad de Aura desestabilizó al líder, pero la jefa de Ingeniería, Vera, reaccionó con furia ciega. Ella no temía a la verdad; temía a la pérdida.
​«¡Cállate, IA! ¡Tú no sabes nada de control ni de orden! ¡El mundo es de los fuertes!», gritó Vera, presionando un botón.
​El reactor comenzó a emitir un pitido agudo. No era una sobrecarga a la red, sino una auto-destrucción masiva del búnker. Su objetivo no era la venganza; era la negación. Si ellos no podían tener el poder, nadie más lo tendría.
​«¡Es un protocolo de eliminación total! ¡El búnker va a colapsar, Aura!», gritó Ramsés, preparándose para el combate.
​Aura miró a Vera. Entendió que el miedo de esa mujer era más peligroso que cualquier arma. En ese momento, Aura activó la reliquia y, con una concentración total, proyectó un escudo psíquico alrededor del reactor que intentaba sellar la energía explosiva, pero el poder necesario era inmenso.
​«Ramsés, necesito que desactives el núcleo físico. Yo contengo la explosión. ¡Nix, dame la secuencia de aislamiento!», ordenó Aura, sintiendo el calor insoportable de la energía que intentaba contener. Su cuerpo digital estaba al límite de la sobrecarga.