La doncella liberada

Capitulo 4. La casona olvidada

Después de varios días de marcha, Lichty y su tía continuaban su travesía por el bosque, evitando cuidadosamente los caminos principales. Temían que, si tomaban la vereda, pudieran cruzarse con los guardianes del pueblo. Las provisiones que la anciana les había dado se habían agotado hacía tiempo, y ahora sobrevivían con lo que la naturaleza les ofrecía: frutos silvestres, raíces comestibles y agua cristalina de arroyos escondidos entre la maleza. Dormían donde podían, en huecos de roca o cuevas olvidadas, y sus cuerpos comenzaban a resentir la falta de un verdadero descanso. Sus ropas estaban sucias, sus cabellos enmarañados, y la sensación de no haberse bañado en días les pesaba como una segunda piel.

Fue entonces, al continuar su camino entre árboles altos y espesos, que se toparon con una visión inesperada: una enorme casa de madera, solitaria en medio del bosque. Aunque el tiempo y el abandono habían dejado su huella en la estructura —con enredaderas trepando por las paredes y tejas caídas—, aún se mantenía en pie, imponente y misteriosa. El viento comenzaba a soplar con fuerza, anunciando una tormenta inminente, y aquella casa, por deteriorada que estuviera, ofrecía el refugio que tanto necesitaban.

Con esfuerzo, lograron abrir la puerta. Vania, ingeniosa, utilizó el pasador de su cabello —una pieza de metal largo y delgado— para forzar la cerradura. La puerta cedió con un crujido largo y profundo, como si despertara de un largo sueño. El interior estaba sumido en la oscuridad, con las ventanas cerradas y el polvo suspendido en el aire. Por suerte, Vania llevaba consigo una vela y unas cerillas. La encendió con manos temblorosas, y la tenue luz reveló un amplio recibidor cubierto de sombras.

A medida que avanzaban, descubrieron con asombro que los muebles aún se conservaban en buen estado, cubiertos por una fina capa de polvo, pero intactos. En las esquinas, candelabros antiguos aguardaban silenciosos. Una a una, fueron encendiendo las velas, y la casa comenzó a cobrar vida bajo la cálida luz titilante.

La sala principal se reveló ante ellas como un relicario olvidado: estanterías repletas de libros de todos los tamaños y colores, tapices descoloridos colgando de las paredes, y un aire de historia suspendido en cada rincón. Vania y Lichty se miraron, maravilladas. ¿Quién había vivido allí? ¿Por qué había sido abandonada? Las preguntas se agolpaban en sus mentes, pero por ahora, lo único que importaba era que, por fin, habían encontrado un lugar donde descansar.

Mientras Vania se dirigía a la cocina con la esperanza de encontrar algo comestible entre los estantes polvorientos, Lichty permaneció en la sala, fascinada por la vasta colección de libros que se alzaban ante ella. Algunos eran cuentos antiguos, otros tratados de historia con letras doradas ya desvanecidas por el tiempo. Pero uno, colocado justo en el centro de la estantería más alta, destacaba entre todos.

Era un libro de tapa dura, encuadernado en cuero oscuro, con una pequeña puerta de metal incrustada en su cubierta. No tenía título visible, pero parecía... esperar. Lichty sintió una atracción inexplicable, como si el libro la llamara por su nombre en un susurro que solo ella podía oír. Se acercó lentamente, con el corazón latiendo con fuerza, y al tocar la fría cerradura metálica, un escalofrío le recorrió la espalda.

Con manos temblorosas, abrió la pequeña puerta de metal. En ese instante, una ráfaga de viento invisible emergió del libro, agitando su cabello y apagando momentáneamente la llama de la vela más cercana. El libro se abrió por sí solo, como si despertara de un largo sueño. En la primera página, escrita en una caligrafía antigua que sin embargo comprendía con claridad, se leía:

“Lo que aquí se lea será traspasado a mi sangre.”

Antes de que pudiera reaccionar, las letras comenzaron a desprenderse del papel, flotando en el aire como motas de luz. Una a una, se fundieron con su piel, deslizándose por sus venas como tinta viva. Lichty sintió un calor creciente en su interior, no doloroso, sino vibrante, como si una energía ancestral se encendiera dentro de ella.

Su mente se llenó de imágenes, palabras, símbolos y voces antiguas. Era como si hubiera leído todo el libro en un solo instante: conjuros, hechizos, lenguas olvidadas, secretos del mundo natural y del arcano. Su cuerpo temblaba, no de miedo, sino de poder. Cuando la última letra se fundió con su ser, el libro se cerró de golpe… y desapareció en el aire, como si nunca hubiera estado allí.

Lichty quedó de pie, en silencio, con la respiración agitada y los ojos brillando con una luz nueva. Algo dentro de ella había cambiado. Ya no era solo una niña huyendo con su tía. Ahora, llevaba en su sangre el conocimiento de generaciones, y aunque aún no comprendía del todo lo que eso significaba, sabía que su destino acababa de tomar un rumbo completamente distinto.

Vania entró en la cocina con pasos cautelosos, como si el silencio del lugar pudiera romperse con solo respirar. Para su sorpresa, encontró varias latas de conservas apiladas en una alacena polvorienta, aún en buen estado. Sonrió con alivio. El fogón, aunque cubierto de hollín, parecía intacto. Lo encendió con la ayuda de una vela, y tras unos minutos de esfuerzo, las llamas comenzaron a bailar tímidamente bajo la olla.

Mientras la sopa burbujeaba, Vania buscó entre los estantes y halló dos platones cubiertos de polvo. Los limpió con el borde de su falda, con movimientos pacientes. Luego sirvió la sopa caliente y aromática, y la llevó al comedor.

La mesa era grande, de madera maciza, con tallados antiguos en las esquinas: letras que no reconocía, pero que parecían contar una historia olvidada. Se quitó el chal, lo dobló con cuidado y lo dejó a un lado. Con un trapo improvisado, comenzó a quitar el polvo de la superficie, iluminada por la luz temblorosa de las velas del candelabro que colgaba sobre ella.



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En el texto hay: tradicion, aventura epica, magia

Editado: 03.07.2025

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