Capitulo 5: Descubriendo la magia

En dias sucesivos, la magia comenzó a manifestarse de formas más claras. Al principio, eran cosas pequeñas: podía encender una vela con solo desearlo, o hacer que una hoja flotara en el aire con un susurro. Pero pronto, los sueños se volvieron más vívidos. En ellos, veía símbolos antiguos, escuchaba voces que le enseñaban palabras en lenguas que jamás había aprendido, y sentía cómo su cuerpo se llenaba de energía cada vez que repetía esos sonidos al despertar.

Una noche, mientras descansaban en la casa abandonada, Lichty se despertó sobresaltada. Había soñado con un círculo de protección, y al abrir los ojos, lo encontró dibujado con luz en el suelo a su alrededor. Vania, dormida a su lado, no se había percatado de nada. Pero Lichty comprendió que la magia no solo estaba dentro de ella… también la protegía.

Con el tiempo, empezó a entender que no era una magia cualquiera. Era antigua, profunda, conectada con la tierra, el aire, el fuego y el agua. No necesitaba varitas ni ingredientes exóticos: bastaba con su voz, su intención y su vínculo con el conocimiento que ahora corría por su sangre.

Y así, mientras el viaje continuaba —porque ambas sabían que aquella casa era solo una estación en el camino, no el destino final—, Lichty no solo avanzaba hacia lo desconocido; también caminaba hacia sí misma. Cada paso la alejaba de la niña que había sido y la acercaba a la joven que estaba destinada a ser.

En el desván de aquella casa olvidada, entre polvo y silencio, había encontrado un libro antiguo, encuadernado en cuero desgastado, con símbolos que parecían moverse cuando nadie los miraba. No lo buscaba, pero el destino la había guiado hasta él. Y en lo más profundo de su ser, supo que ese libro la estaba esperando. No era casualidad. Era un llamado.

Una mañana, mientras se peinaba frente al espejo del cuarto, la duda brotó de sus labios como un susurro:

—¿La magia de este libro… podría haber pertenecido a cualquiera?

El vapor del baño aún empañaba el cristal, y entonces, como si el aire mismo respondiera, unas letras comenzaron a formarse lentamente sobre el espejo, escritas en vaho: “No. Solo una doncella virgen, destinada a morir.”

Lichty retrocedió un paso, con el corazón latiendo con fuerza. No sabía si sentir miedo o asombro. Pero en ese instante, comprendió que su historia no era solo una huida. Era más que eso: era el destino del cual ella era la protagonista.

La revelacion de la magia

Una mañana gris, con la lluvia golpeando suavemente el techo de la vieja casa. Vania había salido rápidamente a recoger leña húmeda cerca del umbral cuando escuchó un sonido extraño proveniente del interior: un zumbido bajo, como el murmullo de un río subterráneo. Alarmada, dejó caer el haz de ramas y corrió hacia la sala.

Allí, encontró a Lichty de pie en el centro del cuarto, con los ojos cerrados y los brazos extendidos. A su alrededor, flotaban pequeñas partículas de luz, como luciérnagas atrapadas en un remolino invisible. El aire vibraba con una energía que Vania no podía comprender, pero que sentía en la piel, como electricidad antes de una tormenta.

—¿Lichty...? —susurró, temerosa de romper el hechizo.

Lichty abrió los ojos lentamente. No parecía asustada. Al contrario, su mirada era serena, casi adulta, como si en su interior habitara ahora algo más antiguo que ella misma.

—Tía… —dijo con voz suave—. No sé cómo explicarlo. El libro… me cambió.

Vania, extrañada, le preguntó a su sobrina de qué libro hablaba. Lichty, de inmediato, le relató lo vivido con el libro que vio en el estante del salón el día que llegaron a esa casona.

Vania se quedó inmóvil, procesando lo que oía y acababa de presenciar. Durante años había escuchado historias sobre magia, sobre brujas sabias y libros prohibidos, pero nunca pensó que algo así pudiera tocar a su familia. Se acercó con cautela, observando cómo las luces se desvanecían poco a poco.

—¿Te duele? —preguntó, con un nudo en la garganta.

Lichty negó con la cabeza.

—No. Es como si siempre hubiera estado ahí… solo que ahora lo recuerdo.

Vania se arrodilló frente a ella, tomándola de las manos. Las sintió cálidas, palpitantes, como si llevaran dentro una chispa viva.

—Escúchame bien, Lichty —dijo con firmeza, aunque su voz temblaba—. No sé qué significa esto, ni por qué te ha pasado a ti. Pero eres mi familia. Y no importa lo que seas ahora… yo voy a protegerte. Lo entenderemos juntas.

Lichty asintió, y por primera vez desde que huyeron del pueblo, se permitió llorar. No de miedo, sino de alivio. Porque en medio de lo desconocido, aún tenía a alguien que la amaba sin condiciones.

Pasaron un par de semanas, y Vania no podía evitar sentirse inquieta. El día en que su sobrina Lichty cumpliría catorce años se acercaba con pasos silenciosos pero firmes. Aunque deseaba con todo su corazón hacerle un regalo especial, la precariedad de su situación le pesaba como una piedra en el pecho. No tenía mucho que ofrecer, y esa impotencia le nublaba la alegría que debería acompañar una fecha tan significativa.

Sabía que el catorce de agosto no era un día cualquiera. Era un día para celebrar la vida, para agradecer que Lichty seguía con ella, risueña y luminosa como siempre. Esa mañana, Vania se levantó temprano con ese pensamiento en mente, decidida a encontrar una forma, por pequeña que fuera, de hacer sentir a su sobrina lo amada que era.

Mientras preparaba el desayuno en la cocina, algo llamó su atención. En una esquina olvidada, cubierta por una vieja cortina, descubrió una puerta que no había notado antes. La curiosidad la empujó a abrirla. Al otro lado, encontró un pequeño cuarto polvoriento, como un almacén detenido en el tiempo. Entre cajas viejas y objetos cubiertos de telarañas, una cajita de madera tallada brillaba con un aura especial. Al abrirla, sus ojos se encontraron con un colgante antiguo, adornado con un símbolo en forma de runa que no reconocía, pero que le transmitía una extraña sensación de protección. Sin pensarlo, lo guardó con cuidado.