La doncella liberada

Capítulo 11: La cueva del Alado sin alas

Salieron de Nulasombra entre cantos, risas y abrazos. El pueblo que antes había sido sombra caminante, ahora irradiaba una tímida luz desde los ojos de sus niños. El Consejo, con humildad, les dio provisiones, agua de manantial y bendiciones sinceras.

Mientras ascendían por el sendero, entonaban un cántico que los niños les habían enseñado. Era simple, pero dulce, y hablaba de ríos que cantaban en las noches y montañas que dormían con los ojos abiertos.

Vania no cabía en sí de gozo. Observaba a Lichty, tan serena, tan despierta. Era como si la niña que había jurado proteger se estuviera convirtiendo en algo más: en un faro, en una semilla de esperanza, en un espíritu destinado no a sobrevivir… sino a cambiar el mundo.

Kael, en silencio, caminaba con el corazón encendido. El respeto que sentía por ella era profundo. Pero ahora, mezclado en esa admiración, crecía un cariño nuevo, hondo y cálido, que no se atrevía aún a nombrar.

El paisaje cambió con el paso de las horas. Los campos de flores dieron paso a un mar de pastos altos y verdes, que ondeaban como si respiraran al ritmo del viento. A lo lejos, suaves cerros marcaban siluetas en el horizonte. La altitud aumentaba, y desde ciertos puntos altos podían ver, como una pintura lejana, el mosaico colorido de Nulasombra.

La noche cayó sin dramatismo, como una manta de terciopelo sobre ellos. Decidieron refugiarse en una pequeña cueva de boca estrecha pero profunda, oculta entre rocas cubiertas de musgo. Encendieron una pequeña fogata, y compartieron el pan que aún quedaba.

Vania fue la primera en dormir, envuelta en su manta de lana. Kael montó guardia unos minutos, pero la quietud del entorno lo arrulló pronto. Lichty, aún despierta, observó las llamas. Pensaba en las historias que había contado a los niños… y en cuánto le hubiera gustado que su madre la escuchara inventar cuentos así.

Entonces ocurrió.

Un frío súbito recorrió la cueva, pero no era viento. Era algo más antiguo, más profundo. Una presencia.

La llama titubeó, como si temblara de miedo, y en ese instante el silencio se volvió espeso, casi sólido. Desde la sombra más densa del fondo de la caverna, emergió algo… que no tenía forma. No era humo. No era sombra. Era una idea encarnada, un pensamiento olvidado por el tiempo, un latido primigenio que no pertenecía a este mundo.

A veces parecía un rostro sin ojos; otras, un enjambre de pupilas que parpadeaban al unísono. Luego, un abismo envuelto en susurros, como si la oscuridad misma intentara hablar.

Lichty no se movió. El miedo le heló la espalda, le anudó el aliento en la garganta. Pero sus manos, como guiadas por algo más fuerte que el temor, se mantuvieron firmes.

—¿Quién eres? —preguntó, sin alzar la voz.

La criatura no respondió con palabras, sino con visiones.

Una luz emergió de ella, suave y pulsante, y envolvió a los tres. Kael y Vania comenzaron a agitarse en sueños, y Lichty sintió cómo su mente era llevada a otra parte.

Vieron una torre partida en dos, en medio de un desierto que sangraba.

Vieron un trono vacío cubierto de ramas secas, y un espejo enterrado boca abajo en la arena.

Vieron a un niño de ojos dorados, cubierto de cicatrices, rodeado de fuego… y cantando.

Y una voz, que no era voz, susurró dentro de cada uno:

"El camino se alza, pero el velo no cede.
La corona busca poseer lo que teme.
El corazón sabio deberá elegir entre lo que ama… y lo que salva."

Y luego, el silencio.

La figura sin forma se deshizo como humo que no había estado ahí jamás.

Al amanecer, los tres despertaron al mismo tiempo. No hubo palabras, solo un silencio denso, compartido, como si el sueño aún los envolviera. Ninguno habló de lo que había visto. No todavía. Pero en sus miradas había un acuerdo tácito: aquello no había sido un sueño cualquiera.

Kael encontró en su palma una piedra negra, pequeña, con forma de lágrima. No recordaba haberla tomado, pero su peso era real, y su tacto, frío como la noche.

Vania, al remover su manta, halló una flor seca de pétalos dorados. No la había guardado, y sin embargo, allí estaba, intacta, como si hubiera cruzado con ella desde otro mundo.

Lichty, al revisar su capa, descubrió una marca en el borde: una runa grabada con trazo antiguo, que no recordaba haber dibujado… pero que reconocía. Era la runa del “velo entre mundos”, símbolo de tránsito, de umbrales que no se ven pero se sienten.

Guardaron los objetos sin decir palabra. No por olvido, sino por respeto. Y continuaron su marcha, sabiendo que, desde ese momento, el viaje ya no era solo hacia la Gran Montaña del Sur… sino también hacia lo invisible, lo que despierta cuando los sueños dejan de ser solo sueños.



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En el texto hay: tradicion, aventura epica, magia

Editado: 03.07.2025

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