La doncella liberada

Capítulo 12: El paso de los susurros

El ascenso comenzó al tercer día desde la visión. Los cerros se habían convertido en montañas, y el verde de los pastos fue cediendo su lugar a un terreno pedregoso, cubierto de líquenes y flores resistentes. El aire se volvió más frío, y el cielo, más cercano, como si observara sus pasos con atención.

Vania mantenía la calma, aunque cada paso la obligaba a recordar la geografía enseñada por su difunto esposo, el viajero. Kael iba al frente, atento a señales y posibles amenazas. Lichty, en medio, no dejaba de sentir un cosquilleo en la nuca, como si la criatura sin forma aún los siguiera… o los vigilara.

Tras varias horas, llegaron a una garganta estrecha, flanqueada por acantilados de piedra negra. Una señal antigua, tallada en una roca a la entrada, decía en lengua vieja:

“Quien cruce sin escuchar, quedará ciego al despertar.”

—Este es el Paso de los Susurros —dijo Vania en voz baja—. Según los relatos, aquí el viento guarda las voces de quienes no fueron escuchados… y exige que tú sí lo hagas.

Kael tragó saliva. Lichty sintió un escalofrío, pero no de miedo. Era… familiar.

Al ingresar, el viento cambió. Ya no era un sonido externo: murmuraba cerca del oído, susurraba nombres que nunca habían dicho en voz alta, pensamientos que apenas se habían formulado.

Lichty escuchó la voz de su madre, Xulma, llamándola como cuando era pequeña. Escuchó también a niñas que lloraban en la oscuridad. A una mujer gritando con furia. A su propio nombre, pronunciado en decenas de tonos distintos.

Kael escuchó la voz de un hermano que no recordaba, de su propio padre recitando versos antiguos… y una voz suave, la de Lichty, llamándolo en un futuro que aún no había llegado.

Vania escuchó a su hija perdida. No en sueños. La escuchó como cuando era bebé, balbuceando, y luego como una joven, pidiéndole que no la dejara. También escuchó a su hermana, la madre de Lichty, diciéndole al oído: "Gracias por no abandonar a mi hija."

A cada paso, los susurros se volvían más intensos. Algunos eran palabras. Otros, emociones puras. El lugar no hablaba solo con voces, sino con verdades que habitaban los rincones de sus almas.

A mitad del paso, se detuvieron en un claro entre rocas. Allí, en el centro, había un círculo de piedras cubiertas de líquenes plateados. Sin que nadie lo dijera, entendieron que debían sentarse dentro.

Una bruma leve se levantó, y por un instante, cada uno de ellos quedó solo. Aislado. Enfrentando su propia sombra.

Kael vio un futuro en el que fallaba. En el que no protegía a Lichty. En el que regresaba a su aldea solo, marcado por la derrota.

Vania vio el ritual de su hija una y otra vez, pero esta vez con su propia cara en lugar de la niña. Entendió, por fin, que su culpa era también una forma de orgullo.

Lichty vio a sí misma convertida en algo que temía: poderosa, sí… pero sola. Comprendió que su miedo no era al destino, sino a cargarlo sola.

Y justo cuando el temor amenazaba con atraparlos, el viento cesó.

No con violencia. Con compasión.

Una voz final —ni masculina ni femenina— les habló, suave y firme:

“El peso de escuchar es más grande que el de hablar.
Pero solo quien escucha puede cambiar lo que ha sido dicho.”

El viento se disipó. El paso quedó atrás.

Al salir del Paso de los Susurros, el paisaje cambió.

Del otro lado de la montaña, la tierra descendía en terrazas fértiles, con senderos que se abrían como dedos de una mano antigua. A lo lejos, en lo alto de una meseta, una estructura sagrada se alzaba entre columnas de piedra y luz.

La criatura sin forma, aunque ausente, había dejado su rastro. En la roca más cercana al borde del acantilado, una marca recién trazada brillaba con luz pálida: un símbolo que combinaba alas, una corona… y una lágrima.



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En el texto hay: tradicion, aventura epica, magia

Editado: 03.07.2025

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