La doncella liberada

Capítulo 24: La tierra que no cantaba

El aire se volvió más denso al cruzar el velo del amanecer. Detrás quedaba el bosque de los sin nombre, dormido por primera vez en años. Pero ante ellos se alzaba el verdadero corazón del Reino podrido.

Tierras grises, agrietadas como piel vieja. Árboles muertos, cuyas raíces se enroscaban unas sobre otras como si buscaran huir del suelo. A lo lejos, colinas descarnadas custodiaban ríos secos, convertidos en zanjas de polvo.

Kael detuvo el paso y alzó la vista.

—Este lugar... está hecho para que nadie quiera quedarse.

Lóren, que caminaba sin bastón por primera vez, asintió con pesar.

—Antes, esto era fértil. Antiguos cantores venían a ofrecer canciones al río que ahora yace muerto. Pero ella... Aleur... se alimenta del silencio. Lo necesita. Y lo esparce como una enfermedad.

Lichty bajó la mirada hacia un cauce seco que se extendía como una herida entre las piedras. En el fondo, pequeños peces petrificados descansaban sobre el lecho quebrado. Sus cuerpos eran grises, sin ojos, como esculturas abandonadas.

—¿Todos están así? —susurró.

Lóren se agachó junto al cauce.

—La maldición de este reino no mata del todo. Detiene. Congela. La vida queda atrapada en una pausa infinita. Pero hay grietas...

—¿Grietas?

—Sí —respondió él, mirándola con gravedad—. Si la luz es verdadera… si nace del deseo de sanar y no de dominar, entonces hay grietas por donde puede entrar.

Lichty se arrodilló. El aire olía a cobre y piedra, como si el río muerto aún llorara sangre bajo la tierra. Cerró los ojos. Escuchó. No con los oídos, sino con ese nuevo sentido que había despertado en la casona olvidada, en los espejos, en la voz del dragón dormido.

Y entonces cantó.

Fue un susurro al principio. Una sola nota que tembló en el aire. Luego otra. Y otra. Era una melodía suave, parecida al agua cuando acaricia una roca. Era una promesa. Era una disculpa.

El lecho del río vibró.

Kael retrocedió, asombrado, cuando una línea de luz surcó el cauce. Las piedras empezaron a moverse, a despegarse como escamas. Los peces petrificados abrieron sus bocas, primero torpemente… luego con fuerza. Sus ojos reaparecieron como luciérnagas.

El agua brotó, no desde la lluvia ni desde la montaña, sino desde lo profundo de la tierra. Como si hubiese estado esperando ese canto durante siglos.

El río volvió a correr.

Lichty abrió los ojos y jadeó. Lóren la sostuvo antes de que cayera de rodillas.

—Lo has hecho —murmuró él—. Has devuelto su cauce al agua.

La tierra entera pareció exhalar. El viento cambió de dirección. Los árboles secos crujieron, y en algunas ramas, brotaron hojas tímidas, delgadas como hilos de esperanza.

Vania observaba todo en silencio, una mano sobre el pecho.

—Esto es... —empezó a decir, pero no encontró las palabras.

—Es el principio —dijo Kael con voz baja—. Pero ahora saben que estamos aquí.

Lóren asintió.

—Los emisarios de Aleur sentirán esto. Ella lo sentirá. Donde hay luz, la sombra se enfurece.

Un cuervo negro cruzó el cielo. No graznó. Solo voló en línea recta hacia el norte, como si llevara un mensaje invisible.

El río que Lichty había despertado siguió su curso, murmurando como un testigo de lo imposible. Pero la paz fue breve. Apenas el grupo avanzó más allá del cauce, el aire cambió. Se volvió espeso, pesado como plomo. El cielo ennegreció de pronto, como si una tormenta sin trueno se hubiera apoderado del día.

Lóren se detuvo en seco.

—Ya lo sabe.

Vania desenfundó su daga. El filo, que antes había reflejado la luz del amanecer, parecía ahora absorberla.

—¿Quién?

Un cuervo se abatió sobre un árbol muerto y graznó, un sonido que resonó como una campana fúnebre. Y entonces lo vieron.

Desde la colina frente a ellos, la figura descendió.

Alta. Envuelta en un manto de sombras líquidas que se movían como si respiraran. El rostro de Aleur apenas era visible tras un velo oscuro, pero sus ojos —ojos de una mujer maldita, ojos de una reina perversa— brillaban como brasas.

Tras ella, los emisarios se desplegaron: figuras deformes, envueltas en capuchas rasgadas, sus manos convertidas en garras, sus rostros ocultos tras máscaras talladas con rostros que parecían llorar.

Kael apretó el bastón, el sudor frío bajando por su sien.

—Estamos rodeados…

Aleur alzó una mano, y el viento se detuvo. Todo quedó en silencio, como si el mundo aguardara su palabra.

—No vine por ustedes —dijo. Su voz era dulce y cruel a la vez, como una canción de cuna envenenada—. Vine por ella y quiero su poder en mi, cuando beba de sus sangre tendre el poder total y nadie podra pararme

Lichty avanzó un paso, sintiendo la mano de Vania detenerla.

—No, niña, no…

—Debemos acabar con esto —dijo Lichty, la voz temblando no de miedo, sino de certeza.

Aleur bajó su velo, dejando ver un rostro pálido, hermoso y terrible. Una belleza muerta.

—Mira lo que has hecho —dijo, señalando el río que brillaba a lo lejos—. Estás deshaciendo mi reino. Y no puedo permitirlo.

Lichty alzó la mirada, firme.

—No quiero tu trono. No quiero tus tierras. Solo quiero que dejes de pudrir lo que aún respira.

Un murmullo recorrió a los emisarios, como un crujido de hojas secas.

Aleur sonrió, pero era una sonrisa sin alegría.

—Entonces lucha conmigo. No más huida. No más canto inútil. Demuéstrame si tu luz puede más que mi sombra.

Kael dio un paso al frente, el bastón en alto.

—No peleará sola.

Los emisarios tensaron sus cuerpos. Pero Aleur alzó un dedo, y el aire se llenó de un poder helado que paralizó a todos.

—Si alguien más se interpone… no dejaré piedra sobre piedra en este valle. Esto es entre ella… y yo.

Lichty miró a sus compañeros: Kael, tenso y decidido; Vania, temblando entre el miedo y el coraje; Lóren, los ojos llenos de algo que parecía pesar.



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En el texto hay: tradicion, aventura epica, magia

Editado: 03.07.2025

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