La doncella liberada

Capítulo 26: El cruce de la llama y sombra

La noche había caído como un sudario. No había luna, ni estrellas, solo el peso de un cielo muerto. El viento gemía entre las rocas, como un lamento que nadie quería oír. El grupo avanzaba, sabiendo que cada paso los acercaba a lo inevitable.

Cuando el terreno se volvió traicionero —grietas profundas, laderas quebradas, caminos que no llevaban a ninguna parte— Kael encontró una cueva. Un hueco apenas visible en la piedra.

—Aquí. —Su voz era un susurro que temía despertar al mundo.

Entraron. La cueva era fría, el suelo húmedo, las paredes estrechas como un puño cerrado. Pero era refugio.

Lichty se dejó caer contra la roca, agotada. Su cuerpo dolía. Su alma más. Kael se arrodilló frente a ella. La miró como si quisiera grabar su rostro en su memoria.

—Lichty… —Su voz temblaba, aunque lo ocultaba tras su fuerza.

Ella lo miró, y en sus ojos había lágrimas que aún no habían caído.

—¿Qué haremos cuando todo esto termine, Kael? ¿Si es que termina?

Él alzó una mano y rozó su mejilla, apartando un mechón de sucio cabello.

—Si termina… buscaremos un lugar donde la tierra no cante dolor. Donde tu luz haga brotar algo nuevo. Donde podamos… vivir.

Lichty bajó la mirada.

—¿Crees que quede algo de mí para eso?

Kael no respondió con palabras. En su lugar, la besó. Fue un beso lento, cargado de una tristeza antigua, como un pacto silencioso que ambos sabían que tal vez nunca podrían cumplir. No había promesas, solo la urgencia de ese instante.
Y ella respondió. Porque en ese breve respiro, no existía la guerra, ni el destino, ni la sombra de la muerte. Solo estaban ellos: dos almas heridas, encontrando consuelo en el único refugio que les quedaba.
Cuando sus labios se separaron, se miraron con una intensidad que quemaba. Había pasión en sus ojos, una verdad muda que lo decía todo. Las palabras, en ese momento, eran innecesarias. Ya se habían dicho todo sin hablar.

Un sonido los desgarró del momento: un estruendo, como un millar de pasos. Como un ejército de piedra que se acercaba. El eco de los emisarios de Aleur. Los habían encontrado.

Lóren asomó en la cueva, pálido.

—No hay tiempo. Están cerca.

Kael se irguió de un salto, el bastón listo.

—Entonces pelearemos.

Pero Vania ya había entendido.

Su rostro se había vuelto de una calma terrible. La calma de quien ya decidió lo que debía hacer.

—No —dijo. Su voz era firme, como nunca antes—. No pelearemos. Tú la llevarás por el paso oculto. Yo… yo los cubriré.

Lichty negó, las lágrimas ahora sí cayendo.

—¡No! Tía, no… encontraremos otra forma, por favor…

Vania la abrazó con una ternura infinita. Le acarició el cabello, como cuando era niña y tenía miedo de las tormentas.

—Escúchame, amor mío. Desde que naciste, supe que habría un día en que tendría que devolverte al mundo. Ese día es hoy. Si no hago esto, nadie saldrá de aquí. Y el hijo que debe venir… no vendrá.

Kael quiso hablar, quiso ofrecerse en su lugar, pero Vania lo detuvo con una mirada que no admitía réplica.

—Tú eres su guardián. Cumple con eso. Cuídala. Cuida lo que llevará dentro de sí.

El estruendo se acercaba. Garras en la roca. Voces deformes.

Vania besó la frente de Lichty.

—Corre. Vive. Y no mires atrás.

Con la daga en mano, salió de la cueva. La última imagen que Lichty tuvo de ella fue esa: una silueta pequeña frente a un mar de sombras. Pero su luz era más grande que cualquier oscuridad.

Los gritos empezaron. Gritos de lucha. Gritos de furia. Gritos de despedida.

Kael tiró de Lichty con fuerza, casi con desesperación, mientras Lóren abría paso entre las sombras por el sendero secreto, un pasadizo que solo él conocía y que parecía tallado por el mismo olvido. Las lágrimas de Lichty caían sin tregua, deslizándose por su rostro como ríos de cristal, pero sus pasos no se detenían. No podían.

El eco del sacrificio de Vania la empujaba, la sostenía, la obligaba a seguir. Cada latido en su pecho era un grito contenido, una promesa de no dejar que su muerte fuera en vano.

Detrás de ellos, el mundo se cerraba como una herida que no quería sanar.
Y entonces, el grito final de Vania desgarró la noche. No fue un simple alarido: fue un trueno que partió el cielo, un rugido de alma que se clavó en la piedra, en la carne, en la memoria.

Lichty tropezó, pero no cayó. Kael la sostuvo. Y juntos, con el corazón hecho cenizas, desaparecieron en la oscuridad del paso oculto, junto con Lóren.



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En el texto hay: tradicion, aventura epica, magia

Editado: 03.07.2025

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