Dejaron atrás las ruinas de la biblioteca mientras el sol se alzaba implacable, dorando las piedras y la arena. El libro hallado descansaba en los brazos de Loren, envuelto en una tela gastada como un tesoro antiguo. Ninguno de los tres hablaba: las palabras de la profecía aún resonaban en sus pechos, como un canto sagrado que no se atreven a interrumpir.
El camino los llevó por senderos que el desierto parecía trazar bajo sus pies: huellas de viento, sombras de dunas, hasta que, tras un día de andar, el paisaje cambió de nuevo. La arena cedió paso a un terreno de piedra agrietada y rocas oscuras, como cáscaras de un fruto enorme que alguna vez quiso abrirse y no pudo.
Loren fue el primero en señalarlo.
—Miren… allí.
Entre las grietas del terreno, bajo un arco de piedra que el tiempo había vencido, descansaba un objeto solitario: un huevo gigantesco, de superficie opaca, agrietada en algunos puntos, pero aún entero. Las grietas dejaban entrever un leve resplandor, como si dentro ardiera una brasa contenida.
Kael se acercó, cauteloso.
—¿Qué criatura dejó esto aquí?
—No es criatura —susurró Loren, con voz baja, como si temiera despertar al desierto—. Esto es símbolo. Es el huevo que no se atrevió a romperse. El comienzo que se detuvo. El poder que aún duerme.
Lichty sintió un escalofrío. Al alargar la mano, el huevo vibró suavemente, como si reconociera su presencia.
—¿Y si es hora de que nazca lo que guarda? —preguntó.
Loren negó despacio.
—No somos nosotros quienes debemos romperlo. El huevo sin romper enseña: el verdadero poder es el que sabe esperar su tiempo.
El viento sopló fuerte, y la arena giró a su alrededor, cubriendo el huevo, como protegiéndolo de miradas ajenas.
Kael bajó la vista al libro que Loren llevaba.
—¿Dice algo sobre esto?
Loren hojeó las páginas lentamente, hasta que sus ojos se detuvieron en un pasaje escrito en tinta casi borrada:
“Cuando halles el huevo sin romper, no lo tomes, no lo quiebres, no lo invoques. Su canto no es para hoy. Guarda memoria de su forma, y sigue caminando. Su hora vendrá cuando el cielo sangre estrellas.”
Lichty retiró la mano, y en silencio.
Kael fue el primero en percatarse de que el huevo no estaba solo. A su alrededor, las rocas formaban un círculo irregular, como un nido pétreo cuidadosamente dispuesto por manos antiguas. No era una formación natural: cada piedra, de contornos caprichosos y superficies erosionadas por el tiempo, parecía haber sido colocada con un propósito deliberado. Algunas se alzaban como centinelas, otras se recostaban como si velaran un sueño profundo. Era como si una civilización ancestral —quizá los mismos que habitaron el origen del tiempo— hubiera construido aquel santuario para proteger el huevo del mundo exterior… o tal vez para proteger al mundo de lo que el huevo contenía.
Kael caminó despacio por el borde del círculo. Al acercarse, vio que las rocas no eran lisas: estaban cubiertas de grabados, marcas tan antiguas que el viento y la arena habían intentado borrarlas, sin lograrlo del todo.
—Loren —llamó, asombrado—, ven a ver esto.
El anciano se acercó, y al posar la mirada sobre las piedras, un temblor leve recorrió su voz:
—Runas... runas del primer tiempo. Nunca creí volver a verlas.
Lichty se agachó junto a una de las piedras y pasó la mano sobre los símbolos, apartando con cuidado el polvo acumulado. Los signos parecían moverse bajo sus dedos, como si despertaran al contacto.
—Puedo leer algunos... —dijo, cerrando los ojos un instante— pero... es como escuchar un canto en una lengua casi olvidada.
Loren asintió.
—Porque estas son palabras que no fueron hechas para ser dichas. Son ecos, fragmentos de un idioma que el mundo guardó en el silencio.
Lichty se concentró, forzando el entendimiento, y al fin sus labios pronunciaron, despacio, como temiendo quebrar el aire:
“Aquí duerme el primero canto…
Aquí reposa el comienzo no nacido…
No lo apresures.
No lo temas.
Cuando la estrella caiga,
el nido abrirá sus alas.”
Kael miró el huevo, las runas, las piedras, y un respeto hondo se encendió en sus ojos.
—Esto… esto es un lugar de promesa. No de ahora. De después.
El viento sopló de nuevo, esta vez más suave, como si el desierto mismo reconociera el acto de memoria que acababan de hacer. La arena comenzó a cubrir otra vez las runas, ocultándolas a la vista de quienes no supieran mirar.
Loren dio un paso atrás y habló casi en un murmullo:
—Que nuestro paso no despierte lo que aún debe soñar.
Así, dejando tras de sí el huevo sin romper y su nido de símbolos, siguieron su camino. Y el lugar quedó de nuevo en el silencio, esperando el día en que el canto nuevo lo llame a la vida.