La doncella y el soñador

Capítulo dos

El interior del castillo Blesur contenía, en segundo día de las festividades, más vida que el resto del año. Montones de voces podían ser escuchadas en los pasillos, saludos de cortesía eran dados en cada rincón y los sirvientes corrían desesperados entre habitaciones realizando su trabajo. Era en días como aquellos que Varinia se sentía insegura en su propia casa, no temía su integridad física pues confiaba en los miembros de la guardia. El temor a no poder decir una sola palabra sin ser juzgada, eso sí era de temer. En el mundo de la nobleza muchas veces las palabras pueden hundir a una persona más que las acciones, ni siquiera se necesita una frase real, con una verdad a medias era suficiente para iniciar el rumor que puede convertirse en la ruina de todo un condado.

 

La paranoia por hacer lo políticamente correcto se apoderó de más de uno de los presentes. Gada y Eudora no eran la excepción y esa fue la razón por la cual sus damas de compañía le aconsejaron no acercarse demasiado al joven misterioso, después de todo nadie lo había visto antes de la velada. Él podría ser otro de los tantos pretendientes que harían lo que fuera por conseguir su fortuna, incluso dañar de Varinia para luego obligarla a aceptar la propuesta de matrimonio. La doncella comprendía la raíz de las preocupaciones de sus amigas, estaban intentando protegerla tal como siempre lo habían hecho. Por otro lado, esta vez ella sentía que se equivocaban, es verdad que confiar en un desconocido era imprudente y no tenía pensado hacerlo pero había algo en Adis que le generaba confianza.

 

Una búsqueda del tesoro había sido organizada para entretener a los invitados y demostrar la benevolencia de la familia Blesur. El evento inició luego del almuerzo. Las reglas del juego eran simples: los participantes deberían buscar por los jardines canastas, algunas de ellas colmadas de frutas y otras llevaban en su interior joyería. Quien encontrara la canasta tenía el derecho a quedarse con lo que tuviera dentro. Al finalizar el tiempo estipulado el que lograra juntar la mayor cantidad de joyas sería el ganador y como premio podía elegir entre cincuenta monedas de otro o una reunión de negocios privada con Kurios y Davina Blesur.

 

El entusiasmo por la competencia se había contagiado entre todos los nobles. En el instante en que la indicación de inicio fue dada muchos de los participantes corrieron en direcciones diferentes. Gada y Eudora formaban parte de aquel grupo, cuando Varinia se dio vuelta para conversar con ellas se dio cuenta que ambas habían desaparecido. No le sorprendía, en especial considerando que las dos tenían la costumbre de hacer apuestas en cada oportunidad que se les cruzara por delante. Varinia desconocía cuál era el premio por que el que habían apostado pero si sabía que ellas darían lo mejor de cada una aunque se tratara de una ganancia insignificante.

 

Sin otra opción que participar de la búsqueda por su cuenta se internó en los terrenos de los jardines. Luego de la primera media hora ya tenía en sus manos dos canastas con frutas, en comparación con las personas que se cruzó en el camino era un número muy bajo pero la realidad es que ella no tenía razón para ganar, sólo era necesario que demostrara compromiso e interés por las actividades organizadas por sus padres, y seguro Dago estaba compitiendo con tanto fervor como ella.

 

Oyó un ruido detrás de ella. Se dio vuelta para localizar el punto del cual venía el sonido. Una figura se acercaba hacia Varinia, cuando se acortó la distancia entre los dos pudo reconocer la figura como Adis. Todavía llevaba puesto el mismo saco que la noche anterior, detalle que llamó la atención de la doncella. No era habitual entre nobles utilizar la misma vestimenta dos días seguidos ya que otros podrían pensar que no contaba con suficiente dinero siendo un golpe devastante para el estatus de la familia.

 

—¿Disfrutando la competencia, mi señora? —preguntó el joven señalando las canastas que Varinia llevaba en las manos.

—Tanto como el resto de los participantes —respondió la muchacha fingiendo una sonrisa.

—¿Le importaría un poco de compañía? Puedo llevar las canastas por usted, parecen ser incómodas de cargar —Estiró una mano para que ella le entregara las canastas. Luego de un segundo de duda se las dio. Adis las tomó en la mano izquierda y ofreció su brazo derecho para que Varinia lo agarrara.

 

Caminaron por los jardines con los brazos entrelazados sin prestar mucha atención a la búsqueda. No dijeron palabra alguna, Adis disfrutaba del contacto que tanto había anhelado desde que la vio por primera vez en sus sueños, y Varinia intentaba callar los millones de pensamientos que revoloteaban por su cabeza repitiendole que no debería confiar tanto en un desconocido.




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