El tiempo pareció congelarse. En ese momento nada existía más allá de Adis y Varinia. Los sonidos que los rodeaban se enmudecieron, las personas desaparecieron, sólo quedaron ellos y sus preocupaciones. Culpa, decepción, furia, miedo. Sentimientos se cruzaban sin que las palabras fueran pronunciadas, las miradas eran suficientes para competir en la lucha que los jóvenes estaban protagonizando.
Varinia tomó las riendas de su caballo y dio la media vuelta. No podía encontrar en su interior las fuerzas para enfrentar la verdad. A pesar de no hacer conocido a Adis mucho tiempo atrás comenzaba a creer que se acercaba a ella por quien era y no por interés como el resto de los hombres, pero la intoxicante ilusión se rompió en un segundo. Él le había mentido, la hizo quedar como tonta. Deseaba escapar, ocultarse y olvidar los encuentros que tuvo con el muchacho.
Los gritos de Adis irrumpieron la tranquilidad del campo, corrió hacia la doncella desesperado como si ella se estuviera llevando una parte de su ser. La alcanzó antes de que el caballo iniciara su galopo, se plantó frente al animal demostrando una pasión que incluso sorprendió a sus compañeros. Estaba decidido a explicar la razón de sus acciones y si luego de oírlas ella decidía irse respetaría su elección.
—Sal del camino —Le ordenó Varinia escondiendo sus sentimientos bajo una fachada fría.
—No, necesito explicar lo que hice —respondió Adis sin mover su cuerpo ni un centímetro. Pretendía fortaleza cuando por dentro estaba aterrado, en especial a causa del caballero que lo observaba con fiereza listo para desenvainar la espada en caso de ser necesario—. Por favor.
—¿Qué explicación posible existe para cubrir las acciones que has realizado? Has pretendido ser un miembro de la nobleza, ingresaste al castillo sin invitación, te acercaste a la hija de los señores del Condado Verde incluso cuando no tenía guardias para protegerla. Tienes suficientes cargos en tu persona para ser sentenciado a la prisión y en el peor caso a muerte.
—Mentí sobre mi identidad, es verdad, pero no tenía otra opción. El día del festival llevé al castillo los animales que los señores habían pedido y te vi, la hermosa doncella de mis sueños ¿Cuántas oportunidades como esa puedo tener en mi vida? Necesitaba conocerte, sabía que jamás iba a tener tu atención si me presentaba como un campesino, así que robé la ropa de un noble y entré a la fiesta.
—Pudiste decir la verdad
—¿Me habrías escuchado si hubiera aparecido vestido como campesino a decirte que quería conocerte porque desde hace más de un año plagas mis sueños? —preguntó Adis en un grito. El silencio fue su respuesta. —Como me imaginaba, seguro hubiera sido echado del castillo por lo guardias. Luego de nuestra primera conversación no pude contener mis deseos de verte una vez más, cuando escuché sobre el matrimonio mi corazón se destrozó, siento mucho haber desaparecido ese día. Y después, el último de nuestros encuentros, juro que sólo pasaba para pedir disculpas pero cuando vi tu llanto olvidé la razón por la que me encontraba en el castillo. Nunca tuve malas intenciones.
—¿Sueños? No soy una niña que cree en cuentos de hadas, no tengo tiempo para tonterías. Y yo que empezaba a pensar que eras diferente al resto. Todas esas sonrisas en nuestro último encuentro ¿fueron puras mentiras?
—Claro que no, fue un momento especial para mí. Nunca nadie me había leído un cuento, ni siquiera leí uno por mi cuenta.
—¿De verdad? ¿Acaso vas a decirme que no tienen tiempo en el campo para los libros?
—No sabemos leer, nadie quiere enseñarle a los campesinos.
Varinia no sabía cómo responder, más allá del enojo era consciente del error que acababa de cometer. Dedicó una mirada a Valerio que el caballero comprendió. Ambos dieron la orden a sus caballos de iniciar el galope. Rodeando la figura de Adis comenzaron el camino de regreso. Ninguno hizo el intento de entablar una conversación, Valerio respetaba la privacidad de la doncella, eso hacía su trabajo mucho más fácil. Mientras mantuviese a salvo a Varinia su deber era cumplido, el resto de los detalles los pedía en ocasiones porque a pesar de todo le había tomado cariño a la muchacha pero también conocía a la perfección los momentos en los que era mejor mantenerse callado.
Antes de que pudieran tomar demasiada distancia un grito llegó a los oídos de los jinetes.
—Te amo