Los dulces sueños se convirtieron en pesadillas. La noche después de que su mentira fuera descubierta, Adis, hizo lo posible para mantenerse despierto. Varinia había dejado bien en claro el desagrado que le causaba verlo, encontrarse con ella cuando cerrara los ojos sólo causaría dolor en su interior. Era culpable de la ira generada en su amada, conocía a fondo los errores que había cometido, los contada y clasificaba en cada oportunidad que le surgiera, pero ninguna de esas faltas le molestaba tanto como haber mentido sobre su identidad. Se consideraba un cobarde, tan cobarde que tuvo la necesidad de crear una vida falsa para acercarse a Varinia. Odiaba su debilidad ¿por qué no podía ser igual a los caballeros que día tras día defendían el reino?
La falta de sueño, la culpa y la tristeza no fueron de ayuda para él, desde que cruzó el umbral de su puerta para iniciar la jornada de trabajo su padre no dejó de llamarle la atención por los errores que cometía. Desde las tareas más simples hasta las más complejas era arruinadas por la falta de concentración de Adis, a pesar de no ser el más fuerte de los campesinos nunca había mostrado ser ineficiente. Por lo general su trabajo era cuidadoso, la paciencia y conocimiento del joven se hacían notar en la forma en que cuidaba de las plantas y animales, el resto de los trabajadores lo apreciaban hasta el punto de considerarlo indispensable, aún así aquel día nadie lo quería trabajando a su lado.
—Sería mejor si arrancaras las malas hierbas en vez de los tomates
Adis levantó la cabeza para mirar a su amigo sonriendo. Edelio fue el único que aceptó acompañarlo, el joven de piel morena, cabello castaño y pequeños ojos marrones señaló la mano de su acompañante para validar las palabras que acababa de pronunciar.
—Asumo que no es el primer tomate que arranco y recién ahora me lo avisas —Se quejó Adis.
—No es mi culpa que te la pases llorando por una bonita dama en vez de prestar atención al trabajo. Te dije que nada bueno puede salir de los ricachones.
—No es su culpa, yo le mentí. Tiene todo el derecho a enojarse.
—Y hay que aceptar que parecer un maldito loco hablando sobre sueños de amor. Si tu padre te escuchara te cortaría la cabeza.
—Ustedes dos, menos charla y más trabajo —Los interrumpió de lejos el padre de Adis. Filipe se esforzaba más que el resto de los campesinos en el trabajo, el bienestar de su familia le preocupaba demasiado, la vida en el campo no era tan simple como la que llevaban los habitantes del pueblo. Dentro de los muros la comida y la seguridad estaba asegurada, fuera, nada era seguro.
A lo lejos una figura apareció. Adis reconoció la identidad de la persona que se acercaba montando un hermoso caballo y en su interior pudo sentir el terror abrirse paso. Sus compañeros continuaron trabajando como si nada estuviera pasando, una decisión inteligente teniendo en cuenta que siempre es mejor mantenerse alejado de los asuntos pertinentes a los señores protectores del condado. El joven consciente de que era él a quien buscaba el caballero dejó sus herramientas en el suelo y con cautela caminó hacia Valerio.
—Mi señora solicita tu presencia —Fue todo lo que dijo el guardián de Varinia.
No existía posibilidad de negarse ni de negociar. Filipe, comprendiendo la situación envió a Valdo, su hijo menor, a buscar uno de los caballos. La espera pareció eterna, los campesinos se miraban unos a otros asustados mientras Valerio mantenía una postura firme con su atención fija en el muchacho que debía llevar al castillo.
Minutos más tarde el caballero y el joven soñador iniciaron su viaje. El silencio que los acompañaba contribuía al surgimiento de pensamientos destructivos dentro de la mente de Adis ¿Varinia había decidido denunciarlo? ¿Pasaría el resto de su vida en la cárcel o le esperaba un futuro más horrible? La idea de sufrir un castigo era suficiente para hacerlo temblar pero ver una vez más la mirada de decepción de la doncella que tanto amaba podría ser suficiente para terminar de romper su corazón.