La dosis perfecta

1. Un día como cualquier otro.

La alarma sonó tan fuerte que me levanté de golpe, me mareé por la intensidad del movimiento, apagué la alarma de mala gana y me estaba debatiendo si realmente necesitaba ir a la escuela o quedarme inconsciente de nuevo sobre mi cama.

― ¡Ya está el desayuno! ― Oí a mi madre gritar desde las escaleras, eso terminó con mi debate. Me levanté sin nada de ganas, realmente quería seguir durmiendo, pero tenía que ir a la escuela o me explotarían en casa haciendo deberes.

No odiaba ir a la escuela, de hecho, me agradaba el instituto. Sin embargo, a veces las clases eran tan aburridas que prefería estar correteando a las gallinas que tiene mi papá en su pequeño corral. Eran unas traviesas. Recuerdo que mi abuelo le regaló media docena de gallinas en su cumpleaños. Mi abuelo Ferdinand era muy genial, siempre daba regalos increíbles y fuera de lo común, como las gallinas de papá. Cuando murió, hace ya cerca de dos años, mi papá quedó desolado, tanto que no se levantó de la cama durante un mes.

La vida no se detuvo por mi abuelo, de hecho, no lo hace por nadie, y mi mamá tuvo que hacerse cargo de la casa y del trabajo para pagar las cuentas. Al final, mamá lo llevó con un terapeuta que ayudó bastante a mi papá, ahora es el mismo de siempre. Trabaja como bombero auxiliar, aunque en realidad no sea su trabajo serio, él se dedica a la madera. Hace puertas, marcos, mesas bueno, lo que le pidan y, es todo un maestro. Siempre hace cosas hermosas. Todos los muebles de la casa los hizo él. Lo de ser bombero es algo que lo llena, le encanta ayudar a la gente.

Mi madre trabajaba en la Oficina Administrativa de la Ciudad, aunque fuéramos un pequeño pueblito en el condado de Tillamook. Era la encargada y siempre estaba llena de trabajo, pero lograba terminar todo a tiempo y todavía llegar a casa a cocinar.

En fin, suspiré pesadamente antes de ponerme en marcha. Me quité mi pijama rosa neón que me regaló mi mamá el año pasado, tenía gustos particulares pero mis padres los entendían. Y no es que yo sea la rara del pueblo, más bien, soy una más. Y no está del todo mal.

 Me puse mis vaqueros negros, mis converse rosas y una playera negra con bordado de rosas rosas, me colgué mi mochila al hombro y saqué mi sudadera rosa. Bajé las escaleras y dejé mis cosas cerca de la entrada, antes de ir a desayunar pasé al baño para ver mi aspecto en general. Me lavé la cara con agua fría, al secarme me di cuenta de que tenía ojeras iguales a las de un panda. Me veía como un muerto fresco. No tenía de otra más que maquillarme un poco. Tome mi bolsita de maquillaje y me arreglé un poco, me coloque el corrector y la base en donde lo necesitaba y me delineé los ojos y coloqué mascara para pestañas. ¡Y listo!

Salí y me recogí mi melena rosa en una coleta alta. Adoraba tener mi cabello de colores, desde los trece años empecé a decolorarme yo sola y a pintarlo de múltiples tonalidades; hasta ahora, mi favorito es el rosa y el morado.

― Buenos días ma ― mi madre, Tate, estaba arreglada con su traje negro, lucía como una ejecutiva muy importante. Su maquillaje era impecable al igual que toda ella.  Estaba sirviendo el último plato, el de mi hermana Gemma, pues había decorado y acomodado el plato a modo de una carita feliz.

― Buenos días cielo mío, te ves muy bien ― me sonrojé cuando escuché su cumplido, ella era tan linda y sincera. Si me veía mal, me lo decía, al igual que si me veía bien ―. Anda, desayuna, tu padre te llevará hoy. ¡Lucas!

Gemma apareció dando pequeños brincos, traía aún su pijama de conejitos, su cabello estaba hecho nudos, parecía un nido de pájaro. Se acomodó sus lentes y subió a la silla junto a mí.

― Buenos días pequeño saltamontes ―la saludé antes de llevarme un pedazo de tocino a la boca. Ella levantó la vista y me sonrió, tenía sus ojos rojos y sus mejillas al igual que su nariz estaban rojas como un tomate ―. Alguien no irá a clases hoy.

― Corazón ― mi mamá se apresuró a verla, le colocó la mano sobre la frente ― Tienes fiebre, te llevaré al doctor, ve a ponerte unos zapatos y ve por tu abrigo.

― ¿No vas a desayunar? ―pregunté mientras seguía comiendo.

― No, la llevaré ahorita y regresando tomaré algo, hoy el día será muy tranquilo en el trabajo, pero tendré que llamar a la oficina.

― ¿Quién está lista para dar una vuelta? —Papá entró a la casa, lo más probable es que haya estado afuera con sus gallinas ―. Daremos un paseo por la camioneta.

― Gemma está enferma papá, no creo que pueda dar paseos hoy.

― Supongo que es resfriado― mi papá se encogió de hombros y mi mamá lo volteó a ver con cara de pocos amigos ―. Lo siento, creo que es mi culpa. Ayer al regresar de la escuela compramos un poco de helado y creo que nos pasamos un poco.

― ¿Un poco? Gemma tiene fiebre ― mi mamá se llevó la mano a la frente ―. Espero que solo sea resfriado y no infección.

― No, que va. Verás que al rato estará bien ― mi papá se sentó frente a mí y empezó a desayunar ― Te quedó muy sabroso.



#42291 en Novela romántica
#11189 en Joven Adulto

En el texto hay: estudiantes, primer amor

Editado: 06.04.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.