La dosis perfecta

4. Contrato escolar

La última clase, sociales, había terminado hace un buen rato. El profesor William tuvo que irse de emergencia porque su esposa estaba por dar a luz. Laura seguía en clase de deportes y la estaba esperando sentada a un costado de las escaleras de la entrada principal. El pasto estaba verde y fresco, además ya estaba un poco largo y se sentía muy cómodo.

Había empezado a hacer un bosquejo con carboncillo sobre nada en especial, me dejé llevar por mero impulso, estaba haciendo un caballito de mar muy guay, era muy tierno. Le aplicaría color más tarde, tal vez lo hiciera en grande y lo pegaría en mi puerta.

Me sentía con más ganas y más animada, aunque estuve tratando de ocultarme todo el día de Elizabeth o de Edmund. En cierta manera, quería volver a verlo, pero me sentía culpable, era o es el novio de Elizabeth y lo que no quería, es echar más leña al fuego.

A veces es tan frustrante ser adolescente. Demasiado.

Las puertas se abrieron y empezaron a salir más alumnos, lo cual me alegró y por otra parte me hizo sentir ansiosa nerviosa. Traté de no prestar atención y seguir dibujando, le di la vuelta a la hoja, protegiéndola antes; empecé a dibujar un carrusel, con caballos.

Trataba de dibujar a detalle, marcando incluso los ojos de cada caballo. Cada tornillo. Cada centímetro.

― No sabía que dibujaras tan bien ―me sobresalté y por instinto acerqué mi cuaderno a mí abrasándolo contra mi pecho ―. Lo siento, no quería asustarte.

― No me asustaste ― me excusé y retiré el cuadernillo. Mi ropa se había manchado y había manchado el dibujo ― Rayos.

― Creo que arruiné tu trabajo, lo siento ― Por un segundo creí que lo que había escuchado era sólo producto de mi imaginación, me le quedé mirando unos segundos casi sin parpadear ―. ¿Qué?

― No, nada ―me limpié un poco la ropa, aunque me estaba manchando más. Guardé mis cosas y no dije nada, Erik se había disculpado sinceramente y me provocó una cierta inquietud.

― ¿Nos vamos? ― Erik y yo teníamos que ir a la biblioteca, pero antes de eso quería poner condiciones para que evitáramos pleitos.

―Primero quiero que hablemos de los términos ―dije firmemente mientras guardaba mis cosas, Erik se cruzó de brazos y me levanté de mi sitio ―. Necesitamos de un mutuo acuerdo para poder hacer todo esto.

― ¿Y qué propones? ―De nuevo estaba molesto, y lo sabía porque, aparte de tener sus brazos cruzados, tenía la frente ceñuda y sus labios estaban muy apretados.

― Que ambos pongamos términos que ambos podamos respetar y llevar la fiesta en paz, ¿te parece? ―Me encogí de hombros, Erik parecía que lo estaba pensando, porque se relajó un poco. Solo un poco.

― De acuerdo ―dijo después de casi dos minutos―. Empecemos una vez más y esta vez lo haremos bien ―me dijo y estaba hablando más tranquilamente.

Después de eso nos quedamos de pie unos minutos sin saber qué hacer, y la verdad es que creo que nuestro problema era muy serio, pues él no me caía del todo bien y, a él yo no le caigo del todo bien.

Entonces Erik propuso ir a la pizzería Marzano, pues tenía hambre y quería invitarme una soda por haber sido tan grosero la primera vez, y fue algo que sí me sorprendió, pero para bien. Nos fuimos caminando, y aprovechamos para hablar sobre cosas comunes: empezamos por mis dibujos y continuamos con artes, sobre mis amigos e incluso hablamos sobre películas.

Voy a ser sincera, estaba más que sorprendida: teníamos muchos gustos parecidos. No puedo decir que nos gustaban las mismas cosas, pero sí coincidimos en ciertas ocasiones.

La culpa salió y me estaba carcomiendo por dentro, había sido demasiado terca, y al parecer, era un buen chico.  No era tan malo después de todo, y me sentía así por haberlo juzgado tan severamente.

Llegamos por fin al restaurante mexicano: “El trio loco”. Ya había ido un par de veces, servían aguas frescas y su comida era muy rica, sobre todo para quien es amante del picante. El lugar lo manejaba John Hogan y Francisca Rosas, una pareja muy dispareja a mi parecer. Mientras John era un tanto reservado y seco, Francisca era una persona tan alegre y chispeante. Siempre estaba sonriendo.

John era contador y lo de manejar el negocio le iba al dedo, en cambio, a Francisca se le daba la cocina como si fuera un don. Podía hacer lo que se le viniera a la mente y le salía maravilloso; en lo personal, me encantaban sus enchiladas de mole con pollo y su postre de flan de guayaba era el cielo.

― Muy buenas tardes, soy Lola y seré su mesera, ¿qué les puedo servir? ― Lola Rosas, la nieta de Francisca, era mi segunda persona favorita después de la señora Francisca, siempre sonreía a todos y por lo que sé, había heredado la misma sazón de su abuela. Su cabello era de un tono aguamarina, menos de las raíces, que ya pintaban negro. Estaba bien peinada y llevaba su uniforme tan limpio y arreglado que a veces me daba pena que me viera, así como iba.

― Yo quiero la especialidad del día, si no es molestia ―. Erik estaba viendo el menú; parecía que lo estaba pensando pues al final bajó la carta y pidió chuletas a la mexicana.



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En el texto hay: estudiantes, primer amor

Editado: 06.04.2019

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