La Dueña

Capítulo 4

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El lunes, muy temprano, Tomás entró a la cantina saludando a todas, como siempre. 

— ¡Buenos días, damas!  

Todas respondieron al saludo, mientras Masada se acercaba a él, algo cohibida. Él lo notó y, sonriendo, la abrazó y le plantó un beso en los labios frente a sus sorprendidas empleadas. 

— Buenos días Masada. — Le dijo, mientras ella se ruborizaba totalmente. 

— ¡Tomás! — Musitó algo escandalizada. — ¿Qué haces? ¡Nos están mirando las muchachas! 

— Te dije que no nos íbamos a esconder. — Dijo él encogiéndose de hombros. — Tanto así, que ayer mismo conversé con mi hija y le dije que estaba contigo. 

— ¡Madre santa! — Exclamó ella abriendo mucho los ojos. — ¿Se enojó la muchachita? 

— Se sorprendió, por supuesto. — Sonrió él mientras separaba una silla para ella. Luego se sentó él en el asiento de enfrente. — No está bailando de gusto, pero acabó aceptando todo. 

— ¿Seguro no va a venir al pueblo a tratar de matarme? — Preguntó la mujer, con mucha preocupación. 

Tomás soltó una carcajada. 

— En lo absoluto. — Negó divertido. — Por supuesto, no esperes que te llame “mamá” ni que sea muy cariñosa ni efusiva, recuerda cómo la llamaban en el pueblo. Mi princesa de hielo es muy fría y nada expresiva. Pero no te va a tratar mal, te lo garantizo. 

— Si tú lo dices... — Musitó la mujer, aún preocupada. 

 

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Masada, luego de los temores iniciales, decidió disfrutar su relación a tope y no esconderla. Se sorprendió un poco de lo bien que recibieron en el pueblo la noticia, sobre todo la familia Valdez, así que decidió dejar de lado sus preocupaciones y pasarlo bien, hasta que el destino lo decidiera. Ni Tomás ni ella habían hablado de sentimientos, no sabía ella qué terreno pisaba realmente. Pero igual seguía a su lado, iban los fines de semana a la ciudad a divertirse y, el resto de la semana, ella se quedaba a dormir en la casa de él, pues Tomás se negaba rotundamente a pisar la casa de ella, o cualquier otra de las propiedades que había heredado de su marido, a excepción de la cantina, donde él pasaba prácticamente todo su tiempo libre. 

Una noche, ella llamó a la puerta de Tomás con algo de premura. 

— ¡Masada! — Exclamó él sorprendido de verla, pues habían quedado de verse después, para cenar juntos. — ¿Pasa algo malo? Ven, entra. 

— Creo que no. — Dijo ella pasando a la sala. — Me acaba de llamar tu yerno, así que vine de volada a platicarte. 

— ¿Mi hija está bien? — Preguntó él con preocupación. — ¿Le pasó algo? 

— No, nada. — Dijo ella con una sonrisa. — Creo que son buenas noticias. El capitán me preguntó si sé de algún rancho que vendan cerca del de su hermano.  

Tomás la miró asombrado. 

— ¿Es en serio? ¿Eso quiere decir que se mudan al pueblo? 

— Eso parece. — Asintió ella. — No me dio detalles, pero yo supongo que es lo que harán. Si no... ¿Para qué lo querrían? 

— ¡Oh por Dios! — Exclamó el hombre totalmente emocionado. — ¡Mi princesita regresa! 

Masada se puso seria y no dijo nada. Él lo notó y se acercó a abrazarla. 

— ¿No te alegras por mí? — Le preguntó frunciendo el ceño. 

— Sí... Por supuesto. — Asintió ella. 

— ¿Pero? — Dijo él levantando una ceja. 

— Me imagino que las cosas van a cambiar entre nosotros. 

— ¿Y por qué tendrían que cambiar si regresa mi hija? 

— Pues... Supongo que ahora le vas a tener que dedicar todo el tiempo a ella. — Dijo la mujer encogiéndose de hombros. 

Tomás soltó una pequeña risa. 

— Mi hija viene CON SU ESPOSO. ¿Recuerdas? Le va a dedicar su tiempo A ÉL

Masada soltó un suspiro.  

— La verdad, es que tengo miedo que, cuando ella regrese, tú me dejes. 

Tomás no dijo nada, sólo la besó apasionadamente y la dirigió a la recámara. 

 

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Unos días después, Tomás conversaba por teléfono con su hija Magdala. 

— Y bueno, papá. ¿Cómo van tus asuntos con la señora Masada? — Preguntó ella. — ¿Te trata bien? 

El hombro soltó un suspiro. 

— Ay hija... Si tú supieras... 

— ¿Pasa algo malo? 

Tomás soltó una pequeña risa. 

— No realmente, según yo, estamos bien pero... Así como ves a Masada de fuerte y guerrera, en realidad es la persona más insegura del mundo. — Dijo él acomodándose en el sofá. — Te tiene pavor. ¿Sabes? Está temiendo muchísimo tu llegada. Piensa que, ahora que tú regreses, me vas a obligar a dejarla. 




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