El eco de los aplausos llenaba el salón, pero yo solo podía verla a ella. El velo no lograba ocultar la risa pícara en sus ojos, los mismos ojos avellana que una vez me fulminaron con furia. En mi mano, la copa de vino tintineaba, irónicamente llena de agua, un recordatorio silencioso del desastre que lo había iniciado todo. A mi lado, Liam, el fóbico social por excelencia, sostenía los anillos con las manos temblorosas. Quién diría que él, el hombre que evitaba las multitudes, sería una pieza tan importante en este enlace.
Todo comenzó con un tropiezo, un desastre y un "idiota" que salió de sus labios, al que respondí con una "dulzura". Nadie hubiera imaginado que esa noche, en un bar ruidoso de Nueva York, seríamos más que dos extraños peleando por una blusa arruinada.
Nuestros amigos, tan caóticos y leales como nosotros, se convirtieron en nuestros cómplices, nuestros confidentes y, a veces, los responsables de nuestros mayores enredos. Sin ellos, este viaje no habría sido posible. Nos mostramos que el amor, a veces, es una guerra de voluntades y que la felicidad reside en los pequeños y ridículos momentos.
Ahora, de pie aquí, con el corazón latiendo a mil por hora, miro el camino que nos trajo hasta este momento. Un camino lleno de risas, de malentendidos, y de la dulzura inesperada que encontré en sus ojos. Me preguntaba ¿cómo habíamos llegado aquí?
Odiarnos a primera vista,
enamorarnos por accidente.
Y ahora, el sacerdote me preguntaba si aceptaba.
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Iniciamos nueva historia!!
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