La Dulzura de mi Vida

Capítulo 1. Un Tropiezo en la Multitud

KAREN

La música vibraba en mi pecho, un ritmo pegadizo que se mezclaba con las risas animadas de mis amigas. Nueva York me recibió con los brazos abiertos, o al menos eso sentía en este bar atestado, donde la celebración de mi regreso de Francia estaba en pleno apogeo. El olor a cócteles dulces y la energía palpable de la gente me envolvían en una burbuja de excitación.

Estaba contando una anécdota de mi desastroso primer intento con la salsa bechamel en la escuela de cocina, gesticulando con entusiasmo, cuando de repente sentí un golpe en mi hombro y un líquido frío empapar mi recién estrenada blusa de seda, una prenda de un vibrante color coral que había elegido especialmente para la noche.

—¡Ay, pero qué demonios...! —pensé, llevándome una mano al pecho, primero con sorpresa y luego con una punzada de fastidio al ver el reguero rojo extendiéndose por el frente de la tela. ¡Mi blusa nueva!

Me giré bruscamente, lista para fulminar con la mirada al idiota, y me encontré con un hombre alto, de cabello rubio revuelto y unos ojos verdes increíblemente brillantes que ahora mostraban una genuina consternación. Tenía una copa vacía colgando torpemente de su mano.

—¡Ay, Dios! ¡Lo siento muchísimo! ¡De verdad que no quería hacer eso! —balbuceó él, con una expresión de puro arrepentimiento.

Crucé los brazos sobre el pecho, observando el desastre en mi blusa.

—Pues no se nota. ¿Vino tinto? ¡Estupendo! Justo lo que necesitaba para mi gran noche de bienvenida —le solté, con un sarcasmo que apenas se escuchaba por encima del estruendo.

El hombre hizo una mueca, pero notó un atisbo de humor en sus ojos, como si estuviera luchando por no sonreír ante su propia torpeza.

—Bueno, al menos ahora huele a una buena cosecha. Quizás podría invitarte a una copa para enmendar mi terrible puntería.

—¿Sabe qué? Creo que preferiría que me devolviera mi blusa intacta —réplica, con un tono cortante que solo logró que su atisbo de humor se intensificara.

Sus amigos se acercaron, con expresiones que oscilaban entre la disculpa y la diversión contenida. Uno de ellos, un pelinegro de ojos azules que me resultó vagamente familiar, palmeó el hombro del torpe.

—Vamos, Isaac, no empiezas con tus desastres en la primera hora de la noche.

Isaac, así que se llamaba el torpe.

—Lo siento, de verdad —dijo con una mezcla de vergüenza y picardía—. ¿Qué tal si te invitamos a otra bebida? ¡La que quieras! Y prometo mantener mi vaso a una distancia segura de tu elegante vestimenta.

Suspiré, sintiéndome un poco tonta por estar tan molesta por un simple accidente. Pero la mancha pegajosa en mi blusa era un recordatorio tangible de su torpe encuentro.

Mis amigos, con cara de circunstancia, me miraban en silencio, como si me dijeran que lo dejara pasar. Y eso haría. No arruinaría mi noche.

—Gracias, pero creo que voy a intentar quitarme esto antes de que se manche más —dije, señalando la creciente mancha roja—. Con permiso.

—Ahorita regreso, voy al baño —le susurré al oído a Kate.

—Te acompaño —me dijo ella.

Ambas nos giramos, dejando a Isaac ya su grupo de amigos en medio del bullicio, con la sensación de que mi regreso a Nueva York había tenido un comienzo… definitivamente memorable, y no precisamente por las razones que esperaba. Ese tal Isaac me había caído fatal.

Pero no iba a dejar que un torpe con mala puntería me arruinara la noche. Con una decisión arrepentida, me abrí paso entre la multitud hasta la barra y terminé comprándome una camiseta con el logo del bar.

—¡Genial!, ¡siempre tan práctica! —dijo Kate, sonriendo mientras nos dirigíamos al baño.

No era precisamente el look de seda que había imaginado para mi gran noche de vuelta, pero al menos estaba seca y podía seguir disfrutando del ambiente con mis amigas y amigos.

Volvimos al grupo, sintiéndome un poco ridícula con la camiseta holgada, pero con una sonrisa que decía claramente que un pequeño incidente no iba a detenerme. Isaac y su vino tinto ya eran una nota a pie de página en mi noche.

La música nos atrajo a la pista de baile. Al sonar los pegadizos ritmos de Rosalía, el mundo alrededor desapareció. Mis amigas, mis amigos, y yo nos movíamos como uno, sincronizados y entregados a la melodía. Me anudé la camiseta del bar para dejar mi ombligo al descubierto, donde un piercing brillaba con cada giro. Mis caderas se balanceaban, mis brazos serpenteaban al ritmo de Shakira, y una sonrisa pícara me iluminaba el rostro. La energía del lugar se centraba en nuestro grupo, celebrando no solo mi regreso, sino mi nuevo trabajo. Era un momento de pura felicidad, una burbuja perfecta en medio del caos.

Pero la perfección se rompió al abrir mis ojos.

De pronto, frente a mí, brillaban sus ojos verdes, con una intensidad que sentía en mi piel. Me clavo la mirada, como si yo fuera un manjar. La incomodidad me invadió, pero su sonrisa irritante y burlona desató mi furia. Entre tanta gente, tenía que ser él. El torpe que arruinó mi blusa de seda. El odioso Isaac me miraba con esa estúpida sonrisa, y la sensualidad de la música se volvió una burla.

Nuestros ojos se fijaron, y el tiempo se detuvo a pesar del bullicio. Frunciendo el ceño, formé con los labios un desnudo:



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En el texto hay: romance, humor amor, hombre guapo

Editado: 30.08.2025

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