La Dulzura de mi Vida

Capítulo 2. Fiesta de cumpleaños

ISAAC

La misión "Sacar a Liam de la Cueva" había sido un éxito rotundo, aunque requirió casi una hora de súplicas y la promesa de alitas de pollo gratis por parte de Alan. Hoy era el cumpleaños de Alan, y eso significaba noche de bar, aunque para Liam, cualquier noche fuera de su apartamento lleno de cómics era una expedición al Everest.

Liam, aunque terminó cediendo, no podía ocultar el ligero temblor en sus manos mientras se abrochaba el abrigo. Una vez que pusimos un pie en la calle, el ruido de la ciudad lo hizo encogerse ligeramente. Brian, como siempre el más entusiasta del grupo, había insistido en venir a "The Velvet Room". Según él, el ambiente era de primera y la probabilidad de "encontrar una buena compañía para la noche" era significativamente alta. Alan, el cumpleañero, simplemente se había encogido de hombros, feliz de que sus tres mejores amigos estuviéramos ahí para celebrarlo.

— Voy por las primeras rondas — anuncié, abriéndome paso entre la multitud. Liam me seguía a regañadientes, quejándose del ruido.

—¿De verdad era necesario este lugar? Siento que mis tímpanos van a implosionar —dijo Liam, con una mueca de dolor.

—Vamos, aguanta un poco, ermitaño. Es el cumpleaños de Alan, ¡hay que celebrarlo a lo grande! Además, las alitas gratis no se van a comer solas —le respondí con una sonrisa.

Alan y Brian se habían adelantado para intentar asegurar una mesa en algún rincón menos ruidoso del local. Con los pedidos en mente, me acerqué a la barra, sorteando cuerpos danzantes y camareros apresurados. Tenía en una mano un par de cervezas ámbar y en la otra una copa de vino tinto para Brian, cuando de repente sentí un golpe en el hombro que me desestabilizó por completo. En un instante, la copa de vino tinto salió disparada de mi mano, volcándose en un arco carmesí. Alcancé a ver, con horror, cómo el líquido oscuro impactaba en el hombro de una mujer que estaba de espaldas.

—¡Mierda! —pensé al instante, viendo cómo el vino se extendía como una mancha roja sobre lo que parecía una blusa de seda de un vibrante color coral. Me acerqué de inmediato, sintiéndome como el mayor idiota del planeta.

—¡Ay, Dios! ¡Lo siento muchísimo! ¡De verdad que no quería hacer eso! —balbuceé, con el corazón latiéndome a mil por hora ante la magnitud de mi torpeza.

La chica se giró bruscamente, y lo primero que me impactó fueron sus ojos. Un color avellana intenso, enmarcados por pestañas oscuras y largas, y un cabello rojizo y vibrante que ondeaba con el movimiento. Estaban llenos de sorpresa, sí, pero también de una indignación que me hizo tragar saliva. Luego bajé la mirada hacia el desastre en su blusa, confirmando mi terrible puntería.

Ella cruzó los brazos sobre el pecho, observando la mancha con una expresión que gritaba sarcasmo.

—Pues no se nota —dijo, con un tono seco que apenas se escuchó por encima de la música.

Intenté aligerar el ambiente, una costumbre nerviosa que a veces me metía en más problemas.

—Bueno, al menos ahora huele a una buena cosecha. Quizás podría invitarte a una copa para enmendar mi terrible puntería.

Su reacción no fue la que esperaba. Sus ojos se entrecerraron ligeramente, y su respuesta cortante me dejó claro que mis intentos de humor habían caído en saco roto.

—¿Sabe qué? Creo que preferiría que me devolviera mi blusa intacta —replicó, con un tono que helaba la sangre.

En ese momento, llegaron Alan y Brian, alertados por el revuelo. Alan me miró con una ceja levantada, mientras Brian intentaba contener una sonrisa.

—Vamos, Isaac, no empieces con tus desastres en la primera hora de la noche —comentó Alan, con un tono entre divertido y exasperado.

Brian, en voz baja, le susurró a Alan, — Clásico Isaac.

No pude evitar una sonrisa de vergüenza.

— Lo siento de verdad. ¿Qué tal si te invito otra bebida? ¡La que quieras! Y prometo mantener mi vaso a una distancia segura de tu elegante vestimenta.

Ella suspiró, y por un instante creí ver un atisbo de resignación en sus ojos.

—Gracias, pero creo que voy a intentar quitarme esto antes de que se manche más —dijo, señalando la creciente mancha roja—. Con permiso.

Se giró y se abrió paso entre la multitud, dejándonos a los tres con una sensación incómoda. Vaya inicio de noche, pensé, sintiéndome genuinamente culpable por haber arruinado su blusa.

Después de que la pelirroja desapareciera entre la gente, me quedé un momento con Alan y Brian, sintiéndome un idiota. Brian intentó restarle importancia al asunto, diciendo que a cualquiera le podía pasar, pero la punzada de culpa seguía ahí.

Un rato después, mientras la noche avanzaba y el bar se llenaba aún más de energía, la música cambió a un ritmo latino sensual y pegadizo. Alan y Brian se unieron a la multitud que se movía en la pista improvisada, pero yo me quedé cerca de la barra, observando el ambiente. Para entonces, Liam ya se había despedido con una mueca de dolor de cabeza, murmurando algo sobre el ruido insoportable y la gente pegajosa.

—Ese no aguanta nada —comentó Brian con una sonrisa—. Ni el ruido, ni la gente, y mucho menos la paciencia para las chicas que intentan ligar con él. A este paso, se quedará solo y con veinte gatos de compañía.



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En el texto hay: romance, humor amor, hombre guapo

Editado: 30.08.2025

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