ISAAC
El motor del auto ronroneaba con un suave murmullo, el único sonido constante aparte de la música baja que salía del estéreo. Ya era bien entrada la madrugada, y el aire fresco de Nueva York se sentía bien después del calor pegajoso del bar.
A mi lado, Alan se había quedado dormido con la cabeza apoyada en la ventanilla, soltando un ronquido ocasional. En el asiento de atrás, Brian seguía despierto, pero su risa nerviosa y sus balbuceos eran una clara señal de que las copas que se había tomado lo habían alcanzado.
—¿Te acuerdas, Isaac? —balbuceó Brian, intentando acomodarse en el asiento sin mucho éxito—. ¿Te acuerdas de la cara que puso la chica cuando le arruinaste la blusa? ¡Fue épico!
Una sonrisa de vergüenza se dibujó en mis labios.
—Sí, sí me acuerdo, Brian. Y todavía me siento mal por eso. Ahora relájate, que ya casi llegamos.
Brian se rió de nuevo, pero esta vez fue una risa más apagada, como si la energía de la noche se estuviera agotando.
—No, no, no. Lo importante es que logramos sacar a Liam de la cueva. ¡Liam, el ermitaño! El tipo que prefiere hablar con su gato que, con personas, ¿te lo imaginas ligando en un bar?
La idea de Liam en un bar me hizo sonreír. Era gracioso, sí, pero también era una verdad a medias. Liam era nuestro cerebro, el que siempre nos sacaba de los aprietos en los que nos metíamos Brian, Alan y yo. Con su inteligencia, su ingenio y su calma, siempre encontraba una solución. Como cuando Brian olvidó su billetera en un taxi y Liam logró rastrear al conductor en menos de una hora. "Todos para uno y uno para todos" había sido nuestro lema desde la infancia, y Liam siempre lo cumplía, a pesar de su aversión a la gente.
De repente, una luz azul y roja me cegó por el retrovisor. Una patrulla de policía.
—¡Oh, no! —murmuré, mi corazón latiendo con fuerza—. ¿Qué hice ahora?
El oficial al volante nos indicó que nos detuviéramos. Obedecí de inmediato, estacionándome al lado de la acera. La oficial se acercó a mi ventanilla con una linterna. Su cabello era castaño, su cara tenía pecas y sus ojos eran verdes. Me miró, luego miró a Brian en el asiento de atrás, y una sonrisa se dibujó en su rostro. Una sonrisa fría y maliciosa.
—¡Brian! ¿Qué tal? —dijo con una voz que me hizo sentir un escalofrío en la espalda—. ¿No me digas que ya te olvidaste de mí?
Brian, que parecía un poco más sobrio ahora, se puso pálido.
—¡Oficial... Emily!
—Ya no es solo "oficial", Brian. Ahora soy la oficial a cargo. Y veo que tu amigo de atrás no lleva puesto el cinturón de seguridad. Sabes lo que eso significa, ¿verdad?
Brian intentó ponerse el cinturón, pero sus movimientos eran torpes. Emily, la oficial, se acercó a la ventanilla trasera y golpeó el vidrio con un dedo.
—No te molestes, Brian. Ya te vi. Y, por cierto, huelo alcohol. ¿Han estado bebiendo?
—Oficial, yo no he bebido nada. Soy el conductor designado —expliqué con calma.
Emily me miró con sus ojos fríos y me indicó que soplara en el alcoholímetro. Hice lo que me pidió, y para mi alivio, pasé la prueba. Pero eso no pareció ser suficiente para ella.
—¿Y tus amigos? ¿Bebieron? —preguntó.
Brian y Alan se quedaron callados, mirándome con ojos de pánico. Sabían que, si mentían, las cosas se pondrían mucho peor. Justo en ese momento, Brian hizo una mueca, su rostro se puso verde. Me giré para verlo, y para mi horror, no pudo contener el mareo. Se inclinó hacia adelante y vomitó una mezcla de tequila y comida de bar directamente sobre los pies de Emily.
Un grito de asco se escapó de la boca de la oficial mientras daba un salto hacia atrás, su rostro, ahora salpicado, se contorsionó en una mezcla de furia, repulsión y el deseo inminente de venganza.
—¡Oh, lo siento, lo siento tanto! —balbuceó Brian.
Emily se limpió la cara con el dorso de la mano, con los ojos brillando de ira. —¡Tendrán que acompañarme a la comisaría! —exigió con voz temblorosa de rabia.
Y así, por una combinación de un cinturón de seguridad, un alcoholímetro, el resentimiento de una ex y, sobre todo, una humillación pública, nos encontramos en la parte trasera de una patrulla, dirigiéndonos a la comisaría en plena madrugada.
Lo último que pensé antes de que nos cerraran la puerta fue: "Necesito llamar a Liam".
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Les agradezco su apoyo en esta primera semana de vida de la historia.
Gracias a Maria Eugenia Paniagua, Angieluz, Angeles Celeste, Yarle, Gilmari Boza, Patricia Rodriguez y Elizabeth Parodi.