LIAM
El teléfono vibró en la oscuridad de mi habitación, la melodía de una alarma que no estaba programada para sonar hasta dentro de cinco horas. Un gemido de frustración se me escapó.
Miré el reloj digital que proyectaba la hora en el techo: 3:17 a.m.
No podía ser.
¿Quién diablos llamaba a esa hora?
La pantalla del celular brilló con una notificación de llamada entrante: "Isaac, el Desastre". Dudé un instante. Mi primera reacción fue apagar el teléfono y seguir durmiendo, pero un escalofrío me recorrió la espalda. Si Isaac, el más “cuerdo” del grupo, me estaba llamando a esta hora, significaba una cosa: problemas. Y no cualquier tipo de problema, sino uno lo suficientemente grave como para que Alan y Brian no pudieran solucionarlo.
Respiré hondo y contesté.
—¿Isaac? ¿Qué pasó? —mi voz sonó más somnolienta de lo que quería.
—Liam, amigo, ¡gracias a Dios que contestas! Necesito que vengas a la comisaría del distrito 5. ¡Ahora! —su voz sonaba con una mezcla de pánico y vergüenza que nunca le había escuchado.
—¿La comisaría? ¿Están bien? ¿Qué hicieron ahora? —me senté en la cama, mi somnolencia desapareciendo de golpe.
—Es una larga historia. Alan y Brian están... en una celda. Yo estoy aquí afuera. Solo... por favor, ven. Te lo explico todo en persona.
Una punzada de fastidio me invadió. A pesar de mi aversión por las multitudes y los lugares públicos, sabía que no podía dejarlos solos.
Brian, Alan e Isaac son como las tres puntas de un triángulo de caos, y yo siempre era la base que los mantenía en pie.
"Todos para uno y uno para todos". El lema me sonó en la cabeza, obligándome a levantarme. Me puse la primera ropa que encontré, agarré las llaves de mi coche y salí al frío de la madrugada.
El viaje hasta la comisaría fue un tormento. Cada luz de los autos que pasaban y cada bocinazo me hacían sentir ansioso. La gente, la noche, el caos... todo se sentía como un golpe directo a mis sentidos. La comisaría era aún peor, una maraña de luces frías y murmullos en los pasillos que me daban escalofríos.
Cuando por fin lo vi, sentado en un banco en la sala de espera, su imagen era aún más cómica y patética de lo que había imaginado. Isaac se frotaba la cara con ambas manos, la vergüenza escrita en su rostro. A diferencia de Alan y Brian, que seguían en la celda, Isaac lucía completamente sobrio, y eso era lo que me preocupaba. Si él no había bebido, ¿cómo diablos se habían metido en un problema así?
—¡Liam! ¡Viniste! —dijo, con un alivio palpable.
—¿Qué demonios hicieron? —pregunté, mi voz baja y controlada. El fastidio era real, pero el alivio de verlos a salvo era aún mayor.
—Es una historia larga —repitió Isaac.
Nos pusimos al día rápidamente. Brian, sin el cinturón. Isaac, pasando la prueba de alcohol. Y luego, la cereza del pastel: la oficial resultó ser una ex de Brian, quien, resentida, aprovechó la oportunidad para llevárselos. Y para rematar, el vómito de Brian sobre los pies de Emily. El asco que sentí me hizo apretar los dientes, pero me obligué a mantener la calma. No era el momento para sermones.
Con la información en mano, me dirigí al mostrador. Mientras hablaba con el oficial de guardia, mis manos temblaban, pero mi voz se mantuvo firme. Saqué mi cartera y, con una mezcla de resignación y profesionalismo, pagué la fianza, las multas y los daños causados por el "incidente" de Brian.
Después de unos minutos que parecieron una eternidad, Alan y Brian salieron de las celdas, con una expresión de culpa y vergüenza. Alan, aún somnoliento, soltó un grito de frustración:
—¡Ay, mi cabeza! ¿Dónde estamos?
Isaac, Brian y yo nos miramos y soltamos una risa, la primera de la noche.
—Vamos a casa —dije, conduciendo mi auto. A pesar de la resaca, el caos y la frustración, una sensación de calidez me invadió.
Sabía que, sin importar lo que pasara, siempre seríamos nosotros contra el mundo. Y que el auto de Isaac tendría que esperar a que saliera el sol para poder rescatarlo del corralón.
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Bonito fin de semana...
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