La Dulzura de mi Vida

Capítulo 8. Planos y Recuerdos

ISAAC

El plano del nuevo complejo de oficinas se extendía sobre el escritorio de caoba, líneas precisas y anotaciones meticulosas bajo la luz fría de la lámpara de arquitecto. Había pasado una semana desde la fiesta de cumpleaños de Alan, pero la noche seguía en mi cabeza. Estaba inmerso en los detalles de la fachada ventilada, un aspecto crucial para la eficiencia energética del edificio, cuando un suspiro se escapó de mis labios sin darme cuenta. No era la complejidad del diseño lo que me distraía. Era ella.

Por culpa de "lava girl" que conocí en el bar, pensé, frunciendo ligeramente el ceño con una ironía amarga. A pesar de las expectativas de Brian sobre "encontrar buena compañía", la verdad era que yo no había tenido ni el tiempo ni las ganas de acercarme a ninguna otra mujer. Y vaya que esa pelirroja sí que tenía carácter... un carácter irritantemente atractivo. Esos ojos color avellana, capaces de fulminar con tanta intensidad como de mostrar una inesperada vulnerabilidad, y esa cabellera vibrante se habían quedado grabados en mi mente de una forma persistente.

Intentaba concentrarme en la modulación de la luz en los renders 3D, en la armonía de los espacios interiores, pero la imagen de ella bailando con esa camiseta anudada y ese tentador piercing cruzaba mi concentración como un relámpago. La tela se ajustaba a su cuerpo con cada movimiento fluido y casi salvaje, interrumpiendo el flujo de mis ideas sobre los contrafuertes y las secciones transversales. Sacudía la cabeza, tratando de enfocarme en la paleta de colores para los acabados, pero la forma en que su sonrisa iluminaba su rostro cuando hablaba con sus amigas se superponía a las muestras de pintura.

En ese preciso instante, la puerta de mi despacho se abrió sin previo aviso, revelando dos figuras que no esperaba ver tan pronto. Mis padres estaban de pie en el umbral, con una mezcla de sorpresa y sonrisas en sus rostros, aunque noté una ligera sombra de preocupación en los ojos de mi madre. Siempre habían sido así, mostrando una fachada alegre, pero con una sensibilidad aguda ante cualquier posible problema.

—¡Mamá! ¡Papá! ¿Qué hacen aquí? ¡Es una gran sorpresa verlos! —exclamé, levantándome de mi asiento para abrazarlos a ambos, sintiendo una calidez que me hacía olvidar por un momento mis distracciones—. Se suponía que su viaje duraba dos semanas más.

Mi padre avanzó con su habitual aire de preocupación cómica, aunque esta vez sentí un matiz más serio en su tono.

—Pues verás, hijo... me entró la angustia. Pensé, a este paso, cuando volvamos, ¿seguirá en pie la empresa? Sabes que este negocio es todo para nosotros, lo construimos con tanto esfuerzo...

Mi ceño se frunció.

—¡Papá! ¿En serio? ¿Después de todos estos años sigues dudando de mi capacidad? Soy el director general, llevo este negocio con seriedad y profesionalismo. He demostrado mi valía una y otra vez.

Mi madre se acercó y le dio un suave golpe en el brazo a mi padre, con una sonrisa tranquilizadora hacia mí, aunque su mirada aún conservaba un ligero velo de inquietud.

—Ay, Isaac, ya sabes cómo es tu padre con sus bromas. Yo confío plenamente en ti, cariño. Sé que eres un gran profesional.

Luego, su tono se volvió mucho más serio y me miró directamente a los ojos.

—La verdad es que no me sentí muy bien durante el viaje, hijo. Tuve unos mareos y un malestar general que me preocuparon un poco. No quise asustar a tu padre, así que le pedí que volviéramos para que me viera un médico aquí. Ah, y no olvidé el cumpleaños de Alan. ¡Le traje un pequeño detalle! —dijo, sacando una botella de tequila artesanal de una bolsa de viaje, tratando de cambiar el tema.

Mi sorpresa se tornó en preocupación genuina.

—¿No te sentiste bien? Mamá, tienes que hacerte una revisión médica completa. ¿Cuándo piensas ir al doctor? Es importante que te asegures de que todo esté bien. Aunque su sonrisa era tranquilizadora, el velo de inquietud en sus ojos me puso nervioso. La idea de que algo le pudiera pasar a mi madre me heló el corazón.

—¿Y qué crees que te trajimos? —preguntó mi madre con una sonrisa pícara, tratando de aligerar el ambiente.

Mi padre se acercó, frotándose las manos con aire misterioso.

—A ver, hijo, un acertijo para el gran arquitecto. ¿Qué tiene agujas, pero no cose, tiene números, pero no cuenta, y te señala, pero no tiene dedos?

Rodé los ojos con una sonrisa forzada. Ahí estaba el humor de mi padre, no hay duda que compartimos la misma neurona, siempre presente incluso en momentos de incertidumbre.

—Un reloj, papá. Era fácil.

—¡Ay, qué listo es mi niño! —exclamó mi madre, dándole un codazo cariñoso a mi padre—. Bueno, eso era de tu padre. Yo tengo algo un poco más... útil. ¿Qué es blanco cuando nace, verde cuando vive, rojo cuando muere y tiene pepitas en el vientre?

Pensé un momento, tratando de despejar la imagen de la pelirroja de mi mente.

—Una sandía.

Mi madre dijo con entusiasmo: —¡Exacto! Y como premio... ¡reservamos una mesa para cenar esta noche en "Le Fleurissant"! ¿Te acuerdas? El restaurante de ese reconocido chef francés.

Mis cejas se alzaron con sorpresa y agrado. "Le Fleurissant" era un lugar especial para mí. Había ido allí en varias ocasiones importantes, celebraciones familiares y logros profesionales.



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En el texto hay: romance, humor amor, hombre guapo

Editado: 30.08.2025

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