KAREN
Frente al espejo del baño, me aplicaba con precisión el delineador de ojos, un trazo oscuro que intensificaba la vivacidad de mis ojos avellana. Un suspiro se escapó de mis labios mientras recogía mi cabello rojizo en una coleta alta y pulcra. Ya no se sentía como una primera vez; se sentía como una victoria.
Llevaba una semana trabajando en "Le Fleurissant". Cada día había sido una mezcla de adrenalina y control. Había logrado familiarizarme con cada rincón de la cocina y había causado una buena impresión en el equipo.
Y lo más importante, el chef Julián Devereux había aprobado el nuevo menú que le sugerí. Un menú que había diseñado meticulosamente para impresionar a los clientes más exigentes.
Mientras tomaba mi uniforme.
— La chaqueta blanca y el pantalón negro de chef— sentí una satisfacción casi maníaca.
Era el opuesto exacto a la blusa arruinada. Este uniforme era limpio, pulcro, sin manchas. Representaba la perfección que yo anhelaba, la única cosa que nada ni nadie podía arruinar.
Sin embargo, las advertencias resonaban en mi cabeza. Julián Devereux. Un genio en la cocina, sí, pero también un hombre de carácter difícil, impaciente y con expectativas altísimas.
—Espero no tener problemas con él, en un futuro — pensé, — pero su filosofía es la misma que la mía.
No tolero el menosprecio ni que nadie intentara minimizar mi esfuerzo. Y, por supuesto, no toleraba el caos.
El solo recuerdo del idiota torpe del bar me crispaba los nervios. ¿Qué era lo que más me molestaba de él? No solo que hubiera arruinado mi blusa de seda favorita con su torpeza.
Era su desfachatez. Su mirada, una mezcla de ¿diversión? ¿Burla? ¡Qué insolente! "Dulzura," me había llamado. ¡¿Dulzura?! La exasperación comenzaba a hervir en mi interior solo de recordarlo. ¿Quién se creía que era? Un engreído, seguramente. Una mancha en el lienzo perfecto que yo intentaba pintar.
Resoplé, tratando de calmar mi creciente irritación. Ya estaba. Ese encuentro desafortunado debía quedar bien enterrado en lo más profundo de mi memoria. Ahora, mi único enfoque era esta noche. La presentación oficial del nuevo menú. Tenía que llegar antes de la hora de servicio para familiarizarme con la dinámica de la cocina. Los nervios revoloteaban en mi estómago. Era un ambiente de alta presión, lo sabía, y quería causar una buena impresión desde el principio.
Revisé mi maletín de cuchillos por tercera vez, asegurándome de que cada uno estuviera en su lugar, afilado y listo para cualquier tarea. Mi mandolina, mis pinzas de precisión, mi termómetro de cocina... todo lo esencial estaba ahí. Mi teléfono sonó. Era mi madre.
—Cariño, ¿ya vas para el restaurante? Quería desearte mucha suerte en la presentación de tu menú esta noche. Sabemos que vas a hacerlo genial.
—Gracias, mamá. Estoy un poco nerviosa, pero también muy emocionada.
—¡Dile que le enviamos un abrazo enorme! —dijo mi padre en el fondo—. ¡Y que no se deja intimidar por ningún chef gruñón!
Sonreí. El apoyo de mis padres siempre era un bálsamo. Después de una breve charla, colgué sintiéndome mucho más relajada y con una renovada determinación. Antes de salir de casa, mi mirada se posó en la fotografía de mi abuela en el refrigerador.
Ella fue quien me enseñó los secretos de las hierbas, el punto exacto de cocción de cada carne, el amor por transformar ingredientes simples en algo extraordinario. Su sueño siempre había sido tener un restaurante propio, un sueño que ahora yo también abrazaba con fuerza.
—Este es el principio, abuela —susurré—. Este es el principio para lograr nuestro sueño.
Con una respiración profunda, tomé mi maletín de cuchillos y salí de mi apartamento. La noche de la ciudad me envolvió. Caminé unas cuadras, el murmullo de la gente y el tráfico se sentían ruidosos y caóticos. Pero al llegar a mi destino, el aire se sentía diferente: más tranquilo, más elegante. Las luces de la calle eran tenues y cálidas.
"Le Fleurissant"
"Le Fleurissant". Ocupaba una excelente esquina, con grandes ventanales que dejaban entrever un interior de mesas vestidas con manteles blancos impecables y cristalería brillante. Desde afuera, se percibía una atmósfera de refinamiento y exclusividad. Sentí un vuelco en el estómago, una mezcla de orgullo y nerviosismo. Era como entrar en un mundo donde cada detalle contaba y la excelencia era la norma.
El recuerdo del bar ruidoso y del tipo torpe que había arruinado mi blusa se sintió lejano, como si hubiera ocurrido en otra vida. Ahora, estaba a punto de cruzar el umbral de un lugar donde la precisión y la pasión por la gastronomía eran lo primordial, un santuario de la perfección que tanto necesitaba.
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Bonito Domingo!!!
En un rato subo otro capítulo.
No olviden dejarme sus comentarios. Saludos.