La Dulzura de mi Vida

Capítulo 13. El Destino de la mesa 12.

El interior de "Le Fleurissant" era tan elegante como lo recordaba. La suave luz de las velas, el tintineo de la cristalería y un tenue murmullo de conversaciones llenaban el aire. El escenario perfecto para una celebración. En la entrada nos esperaban Alan, que no podía contener la emoción, Brian, con su sonrisa pícara, y Liam, tan tranquilo como siempre, pero con un brillo en los ojos que delataba su alegría.

Nos saludamos con abrazos y chistes antes de que mis padres nos llevaran a una mesa redonda. Mis padres se veían felices, pero me preocupó la leve palidez en el rostro de mi madre.

—¿Te sientes bien, mamá Oli? Te ves un poco cansada —dijo Liam, con el tono serio que lo caracterizaba.

A mis amigos siempre les había parecido extraño que mis padres los trataran como a sus propios hijos. Pero con el tiempo se acostumbraron y ellos terminaron llamándola mamá Oli.

—Sí, mi amor. Solo un poco agotada por el viaje —dijo mi madre, sonriendo—. Pero una noche con ustedes es la mejor medicina.

—¡Lo ves! Te dije que te haría bien —dijo mi padre, tratando de restarle importancia.

Nos sentamos, y la mesa cobró vida. La conversación fluyó de inmediato, una mezcla de risas, anécdotas del pasado y chistes internos que solo nosotros cuatro podíamos entender. Mis padres eran el complemento perfecto, escuchando con genuina curiosidad y participando con comentarios que solo los padres pueden hacer.

—¡Me alegro tanto de verlos a todos! —dijo mi madre, con un brillo en los ojos—. Siempre han sido como mis hijos. No puedo olvidar la vez que Liam destrozó mi florero favorito jugando a las escondidas.

Liam, sorprendentemente, se ruborizó. —No fui yo, mamá Oli. Fue Brian.

—¡No es cierto! —protestó Brian, divertido—. ¡Tú fuiste quien tiró la pelota! Yo solo estaba… dirigiendo la operación.

Todos estallaron en carcajadas. Incluso Liam, con su usual estoicismo, dejó escapar una pequeña risa que fue música para mis oídos. Era un momento de pura felicidad, una burbuja de normalidad en medio de la preocupación que había estado sintiendo por mi madre. Me sentí completamente en paz.

La noche continuó, y las anécdotas de nuestra infancia se volvieron el tema principal. Recordamos la vez que Alan se quedó encerrado en el baño de mi casa, la noche que Brian intentó cocinar y casi incendia la cocina, y el día en que Liam, con un genio de la computación, logró hackear el sistema de videojuegos de mi padre para que nunca perdiéramos.

—¡Qué tiempos! —dijo Alan, suspirando de felicidad—. No había preocupaciones, solo la siguiente aventura.

En ese momento, mi madre se inclinó y me susurró:

—Hijo, ¿podrías buscarme un vaso de agua? El camarero no se ha acercado.

Miré a mi alrededor y, en efecto, el salón estaba lleno de gente. La mayoría de los camareros estaban muy ocupados, con los ojos fijos en sus respectivas mesas. No me sorprendió. Por la forma en la que mi padre miró a mi madre, supe que realmente se sentía mal.

—Claro, mamá. En un segundo.

Mis padres y yo conocíamos al chef, y siempre nos habíamos sentido como en casa. No había problema si un miembro de la familia se acercaba a la cocina para un favor. Me levanté de la mesa y me dirigí hacia la entrada del restaurante. Iba con la mente en blanco, pensando en la anécdota que le contaría a Alan sobre aquel viaje a la playa.

Cuando estuve a punto de llegar a mi destino, un camarero, con una bandeja sobre su hombro, salió de repente de la cocina. Él venía en sentido contrario al mío, y por un momento, se hizo un lío con otro de sus compañeros, que también venía con una bandeja llena de vasos.

Un camarero chocó con mi brazo, y mis pies perdieron el equilibrio. Mi cuerpo se inclinó. Instintivamente, mi mano se extendió hacia delante para protegerme. No sentí una superficie dura, sino un cuerpo humano. El impacto fue mínimo, pero sentí un ligero golpe contra un brazo. Un vaso que esa persona llevaba en la mano se inclinó, y el líquido frío se esparció por mi camisa.

—¡Lo siento, señor! —exclamó el camarero, que había chocado conmigo. Se notaba que estaba agitado y apenado.

El líquido, un chorro de agua fría, se extendió por toda mi camisa. El frío me hizo erizar la piel. Levanté la mirada para disculparme de nuevo, y mis ojos se encontraron con la persona que había golpeado.

Mi disculpa se quedó atrapada en mi garganta.

No había golpeado a un comensal, sino a una de las cocineras del restaurante. Llevaba un uniforme blanco, manchado de humedad, y su rostro estaba cubierto por un aire de total exasperación. Mis ojos se dirigieron a su cabello rojizo, recogido en una coleta, y finalmente, a sus ojos.

Unos ojos avellana, furiosos y hermosos. Eran los mismos ojos de la pelirroja de mal genio que había visto hacía una semana en ese bar.

—¡Fíjate por dónde vas! —exclamó, con el ceño fruncido.

Levanté las manos en señal de rendición, una sonrisa irónica se dibujó en mis labios mientras el camarero se disculpaba de nuevo y ella lo ignoraba.

—No fui yo esta vez.

****

Bonito viernes!!!



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En el texto hay: romance, humor amor, hombre guapo

Editado: 21.09.2025

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