ISAAC
Me quedé allí, muerto de la risa, viendo cómo la "lava girl" se daba la vuelta y se iba, con su uniforme empapado y la dignidad arruinada. La risa se me escapó, a pesar de la cara de asombro del camarero que aún se disculpaba. Mis amigos y mis padres me miraban desde la mesa, tan confundidos como él.
—¿Isaac? —preguntó mi madre, con un tono de voz preocupado.
Me limpié una lágrima de la comisura del ojo y regresé a la mesa, todavía sonriendo. Mi camisa estaba fría y mojada, pero no me importaba. La coincidencia era tan absurda que no podía evitar reírme.
—¿Qué fue eso? ¿Quién era esa chica? —preguntó Alan, con la mirada curiosa.
—¿Recuerdan a la chica del bar de la semana pasada? —dije, levantando una ceja y señalando mi camisa mojada.
Todos se quedaron en silencio por un momento, y luego Alan soltó una carcajada.
—¡No puede ser! ¿Ella trabaja aquí? ¿Y ella cobró venganza? ¿Le dio por tirarte algo encima?
—No fui yo esta vez. Fue uno de los camareros. ¡Pero ella me echó la culpa a mí! —dije, riéndome de nuevo.
Liam, sin embargo, no parecía tan divertido. Estaba frunciendo el ceño, con la mirada seria de siempre.
—Pero, si fue un camarero, ¿por qué te culpó a ti? Y, ¿qué hacía ella con un uniforme de cocinera si es mesera?
Dejé de reír y la confusión me invadió. Liam siempre era el de las preguntas sensatas, y esta vez tenía razón. Me había quedado tan atrapado en la ironía de la situación que no me había percatado de los detalles. La chica de mal genio no era una mesera. Su uniforme era completamente diferente. Era un uniforme de chef.
En ese momento, recordé las palabras del camarero que se disculpaba. Él le había dicho: "Lo siento mucho, chef."
La risa se me borró del rostro. No era una mesera. Era una chef. Una chef en uno de los restaurantes más prestigiosos de la ciudad. Ella no estaba llevando un plato para los clientes, ella lo había preparado. Mi mente procesó la información, y el impacto fue tan fuerte que me sentí abrumado.
—Permiso —le pedí a mi padre, poniéndome de pie. Me dirigí a la cocina, con la intención de encontrar un mesero para pedir un vaso de agua.
El primer mesero que vi me miró con una sonrisa nerviosa.
—Señor, ¿qué desea?
—¿Podrías, por favor, llevar una jarra de agua a la mesa de mis padres? —le pedí, y él asintió, visiblemente aliviado.
Unos minutos más tarde, el mesero que había causado el accidente llegó a nuestra mesa, con la jarra de agua en mano. Se veía apenado y me miró con una expresión de culpa.
—Señor, lamento mucho lo que pasó. Mi compañera y yo tuvimos un pequeño malentendido. Mi compañera, la chef Karen, me dijo que usted era el culpable, pero no me hice caso —dijo, sonriéndome—. Sé que es de los mejores clientes, y no pude dejar de sentirme mal por lo que pasó.
Mi padre y mi madre le dieron las gracias y le dijeron que no se preocupara. El mesero se fue, y la mirada de mis padres se posó en mí. Mi padre me dio una sonrisa, y mi madre me guiñó el ojo.
—Entonces, la señorita chef, ¿cree que fuiste tú el que la mojó? —preguntó mi madre, con un tono de humor en su voz.
—Sí, mamá. Cree que soy un imán para el desastre —dije, riéndome.
La chica del bar no era una simple chica de mal genio; era una profesional apasionada, una artista en su campo. Su furia, la misma que había arruinado mi blusa en el bar y ahora mi camisa en el restaurante, era el resultado de un caos que ella no podía tolerar. Ella no solo odiaba la falta de control, la combatía con uñas y dientes. Y su uniforme no era solo ropa, era una armadura, un símbolo de la perfección que ella buscaba.
Mi madre me miró, con el ceño fruncido.
—Hijo, ¿estás bien? Te has quedado callado de repente.
—Sí, mamá. Estoy bien. Solo que…
Miré a mi padre, y él me dio una sonrisa.
—No te preocupes por la camisa, hijo. Podemos comprar una nueva mañana.
La camisa era lo de menos. Lo que realmente me importaba era la revelación que había tenido. La chica del bar, la chica que odiaba el caos, era una chef en un lugar donde la perfección era la regla. De repente, mi atracción por ella cobró un nuevo significado. No era solo por sus ojos, su cabello o su temperamento. Era porque era un ser de caos en un mundo de orden, y eso era lo que me intrigaba.
Volví a mi lugar en la mesa y me senté, pero mi mente estaba en otra parte. Estaba en la cocina, en un lugar donde la perfección se encontraba con la pasión. No sabía por qué, pero sentía que mi destino estaba en ese restaurante, y que necesitaba volver a ver a la chef de fuego.
Mi padre sin saberlo me había dado la excusa perfecta para volver a verla, mi misión va hacer conseguir una blusa de seda nueva, para mi lava girl.
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Bonito Domingo, chicas!!!
Y con este capítulo nos damos una idea de las locuras que hará falta Isaac.
Pobre Karen.