La Dulzura de mi Vida

Capítulo 17. Vamos de compras.

ISAAC

—Ay cariño, es que sí eres un imán para el desastre —dijo mamá, riéndose—. ¿Qué edad tenían cuando casi incendian la casa?

— ¡Jajaja! Creo que tenían diez años, querida —mi padre habló, antes que nosotros.

— No nos acordamos —exclamamos los tres al mismo tiempo.

— Mami, y si no nos acordamos... es señal de que nunca pasó.

— La vieja aquí soy yo, y muy bien que me acuerdo de cómo eran ustedes tres. Desde que eran niños, cada raspón de rodillas que curaba, porque se la pasaban jugando a ser superhéroes.

— Cariño, no digas eso. Si estamos en plena flor de la juventud.

— Juventud, ajá, ya vamos por la segunda o tercera vuelta.

La verdad es que sí recordábamos la vez que habíamos intentado construir una máquina del tiempo con chatarra y una aspiradora rota. Claro, había terminado en un cortocircuito y casi incendiamos la casa, pero habíamos pasado una tarde inolvidable, los tres. La nostalgia nos invadió por un momento.

— Salud, por los bellos momentos —dijo Alan levantando su copa—. ¡Que nos estamos haciendo viejos!

— Salud por el cumpleañero —Brian añadió.

— Salud —dijimos al unísono.

El sonido del cristal chocando me sacó del ensueño. Me reí con ellos, pero a pesar de las risas, sentía un hormigueo en mi estómago, esa intuición de que algo no iba bien.

Observé a mis padres, riéndose y charlando. Si ellos estaban disfrutando, ¿por qué sentía que algo no estaba bien?

Y entonces, noté algo inusual en la acción de mi padre. Le indicó al mesero que ya no rellenara la copa de vino de mi madre y que le llevara un jugo. Él nunca le prohibía nada. ¿Por qué ahora le controlaba la bebida?

Durante la velada, hubo un momento en que mi padre se levantó y yo junto con él. Ambos nos dirigimos al baño. Aproveché que estábamos juntos lavándonos las manos.

— ¿Todo está bien, con mamá? —Lo vi ponerse tenso.

— Sí, hijo. Ya la oíste, es por el viaje.

— Sabes que puedes confiar en mí. Sé que soy un cabezota a veces, pero me tomo muy en serio la salud de mi mamá y, por supuesto, la tuya.

— Lo sé. Pero hoy hay que disfrutar estos momentos. No hay por qué ponerse nostálgicos. Vámonos, ya nos tardamos.

— Ok, sabes que estaré siempre para ustedes.

El buen humor y las anécdotas no faltaron en la mesa. Pero la imagen de una blusa de seda arruinada y mi lava girl molesta no se borraban de mi cabeza. La mancha en su blusa y la mancha de agua en su uniforme eran mi culpa, directa o indirectamente. Yo le debía una reparación de los daños.

—Hablando de desastres... —dije, bajando mi copa y sintiendo cómo el buen humor se transformaba en una extraña determinación—. Necesito un favor, especialmente de ti, mamá.

Mi madre me miró, divertida, como si esperara otra historia de incendios o cortocircuitos.

—¿Qué pasa ahora, Isaac? ¿Necesitas un abogado para tu próxima travesura?

—No, nada de eso. Es que... ¿cómo te sentirías si alguien se cruza en tu camino y arruina tu blusa dos veces?

—Enojada, molesta y con ganas de matar a esa persona.

—Y por eso, necesito reponerla. Pero no sé dónde comprar una prenda de seda de calidad.

Mis amigos se miraron, expectantes.

—¿La chef pelirroja? —preguntó Liam, con una sonrisa—. ¿Acaso es por la blusa arruinada o será la afortunada que ha capturado tu atención?

—No capturó nada —respondí, rápidamente, sintiendo que me sonrojaba—. Sí, es la... la lava girl de mal genio.

Hubo un momento de silencio, y luego Alan soltó una carcajada ruidosa que hizo que mi padre se encogiera.

—¡Cuidado! ¡Ella se ve que tiene mal genio! No te vaya a echar una maldición por tropezar con ella dos veces.

—Basta —dijo mamá, poniendo una mano tranquilizadora sobre mi brazo—. Isaac tiene que disculparse. La responsabilidad es lo primero. ¿Quieres que te ayude a encontrar la tienda? Conozco una boutique que trae sedas italianas que son un sueño.

—Sí, por favor. Necesito que sea una blusa de calidad. No puede ser cualquier cosa.

Sabía que, si iba solo, terminaría comprando la primera cosa que viera. Necesitaba el ojo experto de mi madre para elegir el elixir con el que intentaría entrar en el mundo de Karen. Era mi primer movimiento intencional en este juego de caos y orden.

—Bien. Pasado mañana por la mañana. Ustedes tres, me van a acompañar de compras —dije, con una sonrisa cómplice.

—¡Muy bien! Entonces mañana te paso la información —dijo mamá. Se puso de pie—. Ahora, disculpen. Necesito ir al tocador.

Mientras mi madre se alejaba, Liam me miró seriamente.

—¿Estás seguro de que esto es solo por responsabilidad, Isaac? Podrías simplemente enviarle un cheque. Es más fácil.

—No se trata de facilidad —respondí, mirando la puerta por donde Karen había desaparecido hace unas horas—. Se trata de equilibrio. Y de ver esa cara de furia una vez más, supongo.



#300 en Otros
#138 en Humor
#1044 en Novela romántica

En el texto hay: romance, humor amor, hombre guapo

Editado: 12.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.