ISAAC
La chica nos miró sorprendida, con ceño fruncido y molesta… pero su profesionalismo era tan rígido como el almidón de su cuello.
—Caballeros, no entiendo. ¿Quieren que yo me pruebe la blusa para su "conocida"? —Preguntó, haciendo un énfasis exagerado en la última palabra.
—Exacto. Es un regalo sorpresa, y usted tiene el porte —dije, usando la palabra que mi madre usa para todo lo elegante— y la estatura similar. ¿Nos haría el favor?
Liam me pateó discretamente el tobillo. Brian y Alan, sin embargo, se adelantaron con una sincronía sospechosa.
—Mire, señorita —dijo Brian con una sonrisa que intentaba ser encantadora, pero que se veía demasiado ensayada—. Es un asunto de alta emergencia emocional. Nuestro amigo, Isaac, ha cometido un error monumental que solo puede ser remediado con esta seda italiana.
—Sí —continuó Alan, asintiendo con gravedad—. Piense en usted como una heroína de la moda, rescatando a nuestro amigo del abismo del arrepentimiento. Se lo agradeceremos eternamente.
La vendedora, por fin, dudó. Su mirada se paseó de nuestros pants deportivos a las sedas inmaculadas.
—Necesitaría consultar con la gerencia. Esto está fuera de política.
—¡Claro que sí! —Exclamó Brian—. ¡Haga lo que tenga que hacer! Tómese su tiempo. Pero sepa que en sus manos está la felicidad de un... de un...
—De un desastre andante —terminó Liam, jalándome del brazo para apartarme al pasillo de los pañuelos, fuera del alcance de la vendedora.
Apenas estuvimos solos, Liam me soltó y me fulminó con la mirada.
—¡¿Puedes dejar de improvisar?! ¡Eres un profesional y hombre de negocios, no un actor de telenovela! Esto es patético.
—¡¿Y qué esperabas que hiciera, Liam?! —Me defendí, bajando la voz al nivel de un susurro agresivo—. ¡Dime! ¡Tú eres el estratega, el planificador, el que investiga! ¿Cómo querías que supiera qué color le gusta a Lava girl?
—¡Investigando! ¡Analizando! ¡Teniendo una maldita conversación normal, Isaac!
—¡¿Y cuándo tuve tiempo?! —Mi exasperación era genuina. Mis manos volaron al aire—. ¡La primera vez fue un vino caro encima de su blusa de seda! ¡La segunda fue agua de un mesero asustado en su uniforme de Chef! ¡Ambos fueron accidentes que duraron treinta segundos! ¡Ni tiempo me dio de sacar mis armas de seducción, Liam! ¿Cómo le iba a preguntar: "Oye, Karen, ya que te arruiné la ropa dos veces y estoy aquí de rodillas, ¿me puedes decir tu color favorito y tu talla de blusa?"!
Liam bufó y se pasó las manos por el cabello. —¡Simplemente hubieras investigado antes de venir! ¿Cuál es el punto de la blusa si ni siquiera sabes si le gusta el color amarillo mostaza o el azul marino?
—¡El punto es que estoy haciendo el esfuerzo! Es un gesto. Si no acierto con el color, al menos sabrá que lo intenté.
Nos quedamos en un tenso silencio. Alan y Brian se acercaron, susurrando con urgencia.
—Isaac, Liam. La señorita aceptó —anunció Alan.
—¡Pero con una condición! —dijo Brian.
—¿Cuál? —preguntamos Liam y yo al unísono.
—Que la ayudemos a doblar las pashminas mientras la gerencia lo autoriza —dijo Brian, con un dejo de resentimiento.
Liam me miró, la furia había dado paso a una resignación absoluta. —Vamos. Doblaremos pashminas. Al menos es mejor que romper las reglas.
Seguimos a nuestros amigos de vuelta a la sección de blusas. La vendedora, Sara, nos miraba con una sonrisa profesional y ligeramente burlona.
—Por aquí, caballeros. Las pashminas de alpaca. Un doblez perfecto, por favor.
Mientras Liam, el estratega de las multinacionales, doblaba un pañuelo color beige, y Alan y Brian se enredaban en una seda morada, yo la vi. La blusa. Estaba en una vitrina lateral. No era de seda, sino de un algodón de piqué, de un hermoso color azul índigo. Tenía un corte simple y profesional, con cuello alto, y gritaba "Chef de Fuego" por todas partes.
—¡Esa! —Exclamé, señalando la blusa de algodón.
La vendedora me miró, sorprendida por mi arrebato.
—¿La blusa índigo? ¿No buscaba seda, señor?
—Esa blusa... —dije, sintiendo una conexión instantánea y extraña—. Esa blusa grita orden. Es perfecta para ella. Olvidemos la seda, tráigala. Pensándolo mejor, la blusa de seda, si me la llevo, que sea en el mismo color.
Liam se detuvo con una pashmina a medio doblar. Por fin, una pizca de orden en el caos de mi misión.
—Pero, señor —dijo la vendedora, acercándose a la vitrina—. Esa blusa de algodón índigo... es parte del uniforme de un restaurante. El logo bordado está en la espalda.
Me quedé helado. Mi boca se abrió. ¿Era posible que mi desastre se hubiese topado con el orden de Karen otra vez?
Liam, Alan y Brian se acercaron a ver el logo. Era pequeño, discreto. Un tenedor y un cuchillo cruzados.
—Rayos, Isaac —murmuró Liam, retomando el regaño—. ¿Le vas a regalar el uniforme de la competencia? Te va a vetar de su restaurante Julián Deveroux por mucha amistad que tenga con mamá Oli. Y ella te va a patear el trasero, y yo le ayudaré. A ver si así dejas de ser el maestro del caos.