KAREN
Colgué el teléfono, sintiendo el pulso en las sienes.
Mark tenía razón. Isaac William no era un simple imbécil; era un Arquitecto del Desastre con conexiones directas a mi jefe y a la crítica culinaria más importante de la ciudad. Había estado a punto de autodestruir mi carrera por una blusa de seda, algo que a él le pareció un simple "daño colateral" de un cliente VIP.
Respiré hondo. La rabia seguía ahí, hirviendo a fuego lento, pero la razón (mi amada Orden) tomó el control. No iba a atacar a Isaac, no hoy. Mi supervivencia profesional era más importante que mi venganza personal. El caos había ganado la batalla de la blusa, pero no ganaría la guerra de mi vida.
Me obligué a concentrarme en la cocina. El resto de la jornada pasó en una bruma de precisión: supervisé el sous vide, corregí una salsa velouté y me aseguré de que cada cuchillo estuviera perfectamente alineado antes de irme. Hice mi trabajo. Fui la columna vertebral.
A las once y media, exhausta, me quité la filipina blanca. Dejé atrás el olor a estofado y entré al aire fresco de la calle. Mi mente solo soñaba con la tranquilidad de mi apartamento y una copa de vino.
Di dos pasos fuera de la puerta de servicio de Le Fleurissant cuando mi camino fue bloqueado.
—¡Karen!
Mi corazón se detuvo. No podía ser.
Ahí estaba Isaac William, el mismísimo Arquitecto del Desastre, apoyado contra la pared de granito del restaurante. Llevaba una chaqueta de lana que costaba más que mi renta y sostenía una bolsa de papel de una boutique de lujo. Su cabello rubio estaba ligeramente despeinado, pero sus ojos brillaban con esa mezcla de encanto y descaro que tanto me irritaba.
—¿Qué haces aquí? —Mi voz salió cortante, sin una pizca de amabilidad.
Isaac se irguió, dejando la bolsa a sus pies como si fuera una ofrenda.
—Vine a disculparme. Correctamente. Por el incidente del agua y el vino. Fui un desastre. Lo admito.
—Tu especialidad —espeté.
—Sí. Lo sé. Pero he venido a hacer las cosas bien. Por favor, acepta esto.
Hizo un gesto hacia la bolsa. Lo miré con escepticismo. No era el lugar, no era el momento.
—No hacía falta, Señor William. Ya me había olvidado de esos desafortunados incidentes. Es más están en el bote de basura.
—Por favor. Es por el gesto. Ábrela.
La curiosidad me picó, venciendo mi deseo de ignorarlo. Deslicé la mano en la bolsa y saqué una blusa de seda, doblada a la perfección. Era del mismo estilo profesional que me gustaba, de cuello alto. Pero el color...
Era un hermoso y vibrante azul índigo. No color coral que había elegido para esa noche, pero sin duda un color que me favorecía.
—Es un color fuerte. Va con tu... —dijo, buscando la palabra—. Va con tu espíritu.
Lo miré, sintiendo una punzada de algo que no era rabia.
—Es un bonito gesto, Isaac. Pero el color... no es mi estilo.
Él sonrió, resignado. —Lo intenté. Ya sabes, el caos.
De repente, una idea brillante, nacida de la frustración y la oportunidad, se encendió en mi mente. La venganza no podía ser un ataque frontal, pero podía ser una guerra de desgaste. Podía usar su Caos contra mi propio Orden y tiempo.
—Si realmente quieres disculparte, Isaac —dije, sintiendo que una sonrisa de satisfacción comenzaba a curvar mis labios—, no es con seda.
Su rostro se iluminó con expectativa. —Lo que quieras. Dímelo.
—Mañana. A las seis de la mañana. En la Central de Abastos. Necesito a alguien fuerte para cargar cajones y que no tenga miedo al desorden. Si me ayudas con las compras de la semana para el restaurante, Le Fleurissant, consideraré que el saldo está a mano.
El rostro de Isaac pasó de la esperanza al horror. La Central de Abastos, el infierno del orden, a las seis de la mañana. El lugar más alejado de sus sedas y sus reuniones de Director General.
—¿Me estás pidiendo que... sea tu cargador personal?
—No. Te estoy pidiendo que me muestres que tu disculpa es genuina, Isaac. Si me dejas, te enviaré un mensaje con la dirección. Y no llegues tarde. El orden no espera al caos.
Di media vuelta, dejando la bolsa de seda en su mano. Me alejé con la satisfacción de haber iniciado la única venganza que valía la pena: una que lo obligaría a ensuciarse las manos en mi territorio.
****
Es viernes!!!
Hace frío, asi que mientras leen este capitulo tomense un cafecito o un chocolate caliente.
Por cierto estamos estrenando nueva historia..SE BUSCA MARIDO..no se aceptan devoluciones..promete diversion y romance ligero.
¿Pobre Isaac?, ira de compras al mercado.
No olviden dejarme sus comentarios,sus votos. Mil besos