ISAAC
Me quedé en la acera de granito, sintiendo el aire frío de la noche colarse por mi chaqueta de lana. En mi mano, la bolsa de papel crujía ligeramente, sosteniendo la prueba irrefutable de mi fracaso: una blusa de seda azul índigo que Karen ni siquiera quería. Ella se fue, y yo me quedé ahí solo, a medianoche.
¿La Central de Abastos? ¿A las seis de la mañana? ¿Cargando cajones?
El horror puro me recorrió. Ese lugar era la antítesis de mi vida: olía a pescado y humedad, se movía a un ritmo caótico y grosero, y lo peor de todo, requería esfuerzo físico sin el beneficio de un diseño arquitectónico elegante. Yo era el Director General de una firma que creaba belleza; no el cargador personal de la Chef de Fuego.
Saqué el teléfono y marqué a Liam. Eran casi las doce de la noche, pero sabía que estaría despierto.
—¿Lo conseguiste? —Liam contestó al primer timbre, con ese tono de "soy el único adulto responsable aquí".
—No, puso una condición, una misión… Pero la misión... la misión es un desastre.
—¿Qué hizo la "Lava Girl"? ¿Te la arrojó a la cara? ¿Te roció con una salsa picante?
—Peor. Ella no quiso la seda. Dijo que no es su estilo. Y en su lugar... me castigó.
Hice una pausa dramática, mirando la blusa de seda como si fuera una serpiente.
—¿Me estás diciendo que, en lugar de aceptar un regalo de disculpa, la temida Chef te impuso una penitencia? ¡Dímelo ya, Isaac!
—Mañana. Seis de la mañana. Central de Abastos. Quiere que sea su cargador personal para las compras del restaurante. Dice que el saldo estará a mano si no llego tarde.
Un silencio se extendió en la línea. No era un silencio de asombro; era el silencio profundo y resignado de un hombre que confirma, una vez más, que su mejor amigo es un imán andante de problemas.
—Isaac, eres el hombre más brillante que conozco —finalmente dijo Liam, y yo me preparé para el, pero—. Pero también eres el más estúpido. ¿Por qué no pudiste simplemente mandar el regalo y dejarlo ahí? Ella te dio una salida y tú volviste a entrar por la puerta de servicio, tropezándote con la escalera.
—¡Es que no me deja usar mis armas! —Exploté, caminando de un lado a otro en la acera. La gente que pasaba me miraba raro—. ¡Me ve como un accidente, Liam! ¡Me ve como un desorden! Yo quería seducirla con el gesto, con la calidad, con mi encanto. ¡Pero ella solo me ve como un insecto!
—Y tiene toda la razón, amigo. Mira. Te va a tratar como un insecto, te va a aplastar con las suelas de sus botas todo terreno. Para que la dejes en paz.
—¿Cómo sabes todo eso?
—Porque yo haría exactamente eso. Si no te conociera y supiera que eres un ser excepcionalmente responsable, fiel y amoroso.
Me desplomé contra la pared. El tono de Liam era de una seriedad inusual.
—¿Y qué hago? Si no voy, gano la batalla de la comodidad, pero pierdo la guerra del honor. Ella se queda con la idea de que soy un idiota irresponsable que no cumple su palabra.
—Tienes que ir, Isaac. Tienes que ir y sufrir. Es la única forma de restablecer el equilibrio. Pero te advierto: esa mujer va a usar esa Central de Abastos como su propio campo de tortura personal.
—Necesito ropa —dije, sintiendo pánico por mi guardarropa de seda y lino—. Y un plan.
—Te veo en la casa de Alan. Él es el único de nosotros que se ha acercado a un gimnasio en el último año. Y el plan es simple: Sobrevive. Y por una vez en tu vida, no improvises.
Colgó.
Me quedé mirando la blusa índigo. Mañana iba a ser el día más largo de mi vida.
Llegué al loft de Alan a la una de la madrugada. A pesar de la hora, los tres estaban despiertos, esperándome con una mezcla de lástima y burla. La misión ya se había transformado en una leyenda urbana entre nosotros.
—¡El héroe caído! —Exclamó Brian, extendiendo los brazos con dramatismo—. ¿Cómo se siente el sacrificio por el amor no correspondido, aunque sea solo un gesto de caballerosidad?
—Esto no es amor. Es supervivencia —mascullé, sentándome pesadamente en un sillón.
Alan se acercó, cargando una maleta de lona y luciendo una expresión de empatía fingida.
—Aquí tienes tu kit de supervivencia —dijo, lanzándola sobre su sofá de diseño—. Te presto unas botas de caucho, pantalones de carga, una gorra y una chamarra que huele vagamente a sudor, pero que es impermeable. Es lo que uso para ir a la nieve. Te servirá para la mugre.
—Gracias, Alan —dije, sintiéndome humillado al ver la ropa de "trabajo" de mi amigo.
—¿Y el café? —preguntó Brian, con los brazos cruzados.
Me quedé en blanco. — ¿Cuál café?
—¡El de la ofrenda de paz, Isaac! —dijo Liam, golpeándose la frente con la palma de la mano—. El primer acto de disciplina. No puedes llegar con las manos vacías a su terreno. Tienes que ofrecerle un café, caliente, fuerte, sin azúcar. Es un gesto de reconocimiento a su Orden.
—Exacto. No puedes ir como su cargador; tienes que ir como su asociado temporal. Y los asociados traen café —confirmó Alan, con un asentimiento grave.