ISAAC
El agua caliente de la ducha se sentía como agujas. Cada músculo me ardía: los hombros por la malla de cebollas, la espalda por los cien kilos de papas, e incluso mis dedos por la inspección neurótica de las pechugas de pato. Me había prometido seis horas de purificación, pero bastó una para devolverme a la semi-civilización.
Me sequé, observando el ligero moretón en mi hombro. Olía a jabón, no a salitre, y esa era mi primera victoria.
El dolor era real, pero la satisfacción era desproporcionada. Había ganado. No una pelea de boxeo, sino la única cosa que Karen Miller ofrecía: respeto por la ejecución.
Recordé la pequeña sonrisa que intentó esconder, y el uso suave de mi nombre: “Isaac...” Ella me había visto sudar, me había visto luchar por cada kilo, y en lugar de la burla esperada, había encontrado una nueva forma de molestarme: la admiración profesional. Mi esfuerzo se había ganado un reconocimiento de su parte, no por mi habitual improvisación, sino por la obediencia estricta.
Me vestí con ropa cómoda y bajé a la cocina. La casa de mis padres, un santuario de la estructura limpia y la calidez familiar, se sentía como un puerto seguro. Encontré a mis padres, Arthur y Olivia Williams, sentados en el comedor. Mi padre leía el periódico con su taza de café perfecta, y mi madre hojeaba un catálogo de telas, pero su postura era inusualmente rígida.
—¡Isaac! Te ves como si hubieras luchado contra un Kraken y ganado —dijo mi padre, sonriendo.
—Casi, papá. Solo fue la Chef de Fuego. Pero el saldo está a mano.
Mi madre me miró, y noté algo más allá de su palidez habitual. Su sonrisa no llegaba a los ojos.
—Te lo dije, Arthur. Mi Isaac es un ganador —dijo Olivia, pero había un temblor en su voz. Dejó el catálogo a un lado. —Tenemos que hablar, cariño.
Me senté inmediatamente, sintiendo que la seriedad en la habitación aumentaba. Mi familia rara vez usaba el tono "tenemos que hablar".
Mi padre tomó la mano de mi madre, un gesto de apoyo silencioso que nunca fallaba.
—Hijo —empezó Arthur, su voz firme—, hemos estado esperando que volvieras de tu... aventura. La verdad es que mamá está más agotada de lo normal porque el tratamiento ha empezado.
El aire se fue de mis pulmones. Tratamiento.
—Mamá, ¿qué... qué tratamiento?
Olivia tomó una respiración profunda, su mirada se encontró con la mía, y vi la misma determinación implacable que yo había puesto en levantar el último bulto de papas.
—Hace un mes me encontraron células cancerosas. Es un tipo de linfoma que requiere quimioterapia. El diagnóstico es excelente, Isaac. Es tratable, no mortal, pero es una lucha.
El mundo se detuvo. No había planos, no había cálculos. Solo el descontrol más absoluto. Sentí una oleada de frío que nada tenía que ver con la Central de Abastos.
—Y vamos a luchar todos juntos — intervino mi padre, acariciando el cabello de Olivia. — No hay secretos ni mentiras en esta casa. Tenemos el mejor equipo médico, un plan de ataque y, sobre todo, amor. Eres nuestra ancla, Isaac. Solo queríamos ser honestos contigo.
Me levanté y rodeé la mesa para abrazar a mis padres. A mi madre. Sentí su fragilidad y la fuerza de mi padre a su lado. La fuerza familiar seguía intacta, demostrando que algunas bases nunca fallan.
—Bien. Entonces, no habrá incertidumbre. Solo estrategia. ¿Qué necesitamos? Un cronograma, una lista de tareas. Lo que sea —dije, volviendo a mi lenguaje de arquitecto. No iba a permitir que mi madre enfrentara esto sin mi planificación y el apoyo de todos.
Olivia se separó de mí, con una sonrisa más auténtica esta vez.
—Precisamente de eso quiero hablar. La Fundación necesita seguir trabajando, Isaac. El evento de recaudación de fondos para la Fundación de Ayuda y Prevención del Cáncer es la próxima semana. Es la presentación de nuestra iniciativa más grande. Necesito que sea impecable. No solo por la recaudación, sino porque necesito esta victoria.
Mi mente se puso a trabajar de inmediato. La Fundación, el cáncer, la lucha de mi madre. Esto ya no era un simple evento benéfico. Era la misión profesional más importante de mi vida. Necesitaba que cada detalle, cada ángulo, fuera perfecto. No podía fallar.
—El Hotel es prestigioso, los invitados son influyentes. El diseño del evento está en tus manos, hijo, pero la comida tiene que ser el clímax. Necesitamos a alguien con una precisión militar —dijo mi padre.
Olivia me miró con expectación, sabiendo que yo había estado lidiando con alguien así todo el día.
Y entonces lo vi. El rostro de Karen Miller, sudoroso e irritado. El Huachinango. Las papas. Ella, deteniéndose en el último momento para darme una toalla. El hecho de que había respetado mi esfuerzo, me había dado un saldo a mano. Si ella podía ejecutar un plan de venganza con tal rigor, podía ejecutar la cena de la Fundación con la misma exactitud.
Era mi única opción. El descontrol de mi vida me había forzado a una alianza con la única persona que podía imponer la Perfección absoluta en su cocina.
—Sé exactamente quién tiene que hacerlo —dije, sintiendo la ironía en mi voz—. Es la Chef Karen Miller, del Le Fleurissant. Su meticulosidad es legendaria. No, es una tortura. Pero es exactamente lo que necesitamos. Llama al Chef Julián Deveroux y dile que necesitamos a Miller, y que la reunión de coordinación será aquí, mañana.