ISAAC
Me senté en el taburete alto de mi cocina. Eran las diez de la noche y, en lugar de estar revisando bocetos arquitectónicos, estaba haciendo lo que mejor hace un hombre en crisis: evadiendo la realidad con sus amigos.
La videollamada grupal con Liam, Brian y Alan se había convertido en mi sesión de terapia de emergencia. La pantalla mostraba los rostros de mis tres mejores amigos, todos con expresiones inusualmente serias.
—Maldita sea, Isaac. Me siento como si alguien hubiera puesto un explosivo de demolición en el plano de nuestra vida —dijo Liam, frotándose la frente. Como abogado en la firma más prestigiosa de la ciudad, Liam era todo rigor y protocolo, y ver su fortaleza tambalearse me hizo darme cuenta de la gravedad.
—No te disculpes, hermano. Mamá Oli es la madrina de todos nosotros. Fue quien nos dio el capital inicial y quien siempre se aseguró de que no comiéramos pizza todos los días en la universidad —añadió Brian, que, aunque era el abogado independiente un año menor, sonaba inusualmente solemne.
—¿Cómo está Arthur? ¿Necesita que le ayudemos con alguna logística legal en la Fundación? —preguntó Alan, mi socio en la firma, siempre pragmático y listo para la acción.
—Está siendo Arthur. Firme, metódico, haciendo listas. Se ha encargado de la logística médica como si fuera la construcción de un rascacielos. Eso me da paz —respondí, pasando la mano por mi cabello. La noticia de que mi madre tenía cáncer (linfoma, tratable, pero cáncer al fin) había roto mi espontaneidad habitual.
Les expliqué con más detalle el diagnóstico y el plan de quimioterapia. Mi madre había insistido en que debíamos hablarlo abiertamente.
—El plan es ganar esta batalla. No hay otra opción. Pero la necesita ganar con una victoria en la Fundación. La cena de la próxima semana es su obsesión ahora mismo —expliqué.
Hubo un silencio respetuoso en la línea.
—Entonces, no hay lugar para los errores Isaac. Debe ser impecable. No solo por la recaudación, sino por el espíritu de Mamá Oli —dijo Liam, con una seriedad que confirmaba el peso del asunto.
—Precisamente. Y por eso, he invocado a la única fuerza en este universo que es más rígida, más inflexible, y más dolorosamente precisa que un plano de hormigón reforzado —dije, sintiendo que mi habitual burla regresaba.
—No me digas que convenciste a la Chef de Fuego para que cocine. ¿De verdad vas a trabajar con tu némesis? —dijo Brian, con incredulidad y una pizca de emoción.
—La Chef Karen Miller. Ella es mi coordinadora gastronómica. Mamá Oli, de alguna manera, se enamoró de su disciplina. Yo la recomendé. Tuve que. Si alguien puede garantizar la perfección del evento es ella.
Alan sonrió, volviendo a su tono de juego. —Tu enemigo mortal ahora es tu socia en el proyecto más importante de tu vida. Esto es mejor que una serie de abogados de Netflix.
—No es mejor. Es una tortura programada. Está aquí mañana para la reunión y ya ha dejado claro que seré su "subordinado de logística". Sigue viéndome como el desastre que carga papas —me quejé.
Me levanté y caminé hacia mi estudio, mirando por la ventana. Las luces de la ciudad brillaban con una falsa sensación de estructura.
La verdad era que, en estos momentos, mi cabeza no podía permitirse la distracción de una guerra personal. Cada gramo de mi energía tenía que ir al bienestar de mi madre y la Fundación. Karen Miller era el instrumento más eficiente para ese objetivo. Y yo necesitaba a mi madre más que a mi ego.
—Escúchenme bien, chicos. Tengo una semana de trabajo intenso con Karen Miller. Ella es un iceberg de reglas, y yo soy un buque de improvisación. Si intento ser yo mismo, la cena será un desastre, y eso no se lo puedo hacer a mi mamá.
Liam asintió. —Una tregua profesional. Prioridad a la misión.
—Exacto. Necesito una tregua total con la Chef Miller. Necesito que esa mujer baje la guardia el tiempo suficiente para que podamos trabajar sin que cada interacción sea una batalla. Si me ve como el enemigo, la comunicación fallará, y la cena será imperfecta.
—¿Y cómo propones una tregua a la mujer que te odia? ¿Con un ramo de acelgas orgánicas? —se burló Brian.
—No. Con un gesto de respeto profesional. Mañana, cuando llegue, voy a pedirle una tregua incondicional. Le diré que sé que me odia, pero que el evento de la Fundación es más grande que nuestro conflicto. Y que, si me deja trabajar con ella, seré la disciplina que ella exige.
Me detuve. Mentiría un poco sobre mi supuesta disciplina, pero mi compromiso era cien por ciento real. La tregua no solo era por el proyecto; era el único camino para que Karen y yo pudiéramos acercarnos.
El proyecto de la Fundación era la oportunidad. La tregua era la llave para convertir a mi némesis en mi... compañera de trabajo.
—Bien —dije, cerrando el plano del salón sobre mi escritorio—A partir de mañana, Isaac Williams se convierte en el subordinado más eficiente y menos irritante que la Chef Miller haya conocido. Es hora de dejar de pelear y empezar a trabajar... o al menos, a pretenderlo.
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Bonito Domingo..!!!
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