KAREN
Entré al Salón Imperial del hotel. Era un hangar gigante de terciopelo y mármol, y mi desafío inmediato era imponer mi orden en ese espacio.
Me esperaba en el centro Isaac Williams. Hoy no llevaba lino; vestía una camisa impecablemente planchada y un pantalón de vestir que gritaba "Ejecutivo de Misión". Estaba de pie junto a un trípode, proyectando el plano del salón, y su expresión era de una seriedad contenida que me pareció sospechosa.
—Chef Miller. Gracias por venir. Los técnicos de sonido y luz llegarán en una hora —dijo, con un tono puramente profesional. No "Williams", no "Señor Williams". Solo "Chef Miller".
—Williams. Espero que el plano incluya la distribución del área de cocina temporal que solicité. Necesito la confirmación de la potencia eléctrica disponible para las estaciones de inducción antes de las once. No hay margen para la improvisación —dije, yendo directa al punto de mi disciplina.
Isaac asintió, su mirada fija en la pantalla. —Confirmado. Lo tengo en mi tablet. 15 kilovatios por zona, tres zonas, como usted pidió. Pero antes de sumergirnos en la micrologística, necesito abordar el elefante en este salón.
Me crucé de brazos. Esperaba el chiste, la burla, la excusa.
—Dígame. Pero sea conciso. Mi tiempo es limitado.
Él apagó la proyección y caminó hacia mí, deteniéndose a una distancia respetuosa. Su postura no era de ataque, sino de súplica estratégica.
—Chef. Sé que me detesta. Sé que cada interacción entre nosotros es una batalla. Y sé que usted me ve como un descontrol con un título en arquitectura.
—Su percepción es... precisa, Williams.
—Bien. Pero este evento es diferente. Es la presentación de la iniciativa más importante de la Fundación de mi madre. Y en este momento, no es solo importante para la fundación, es vital para ella. Mi madre confía en su perfección culinaria, y yo necesito que este evento sea un éxito rotundo. Para que eso suceda, necesitamos trabajar como un equipo. Un equipo perfecto.
Hizo una pausa breve, y la fuerza que puso en la siguiente frase fue lo que me convenció:
—Le propongo una tregua incondicional. Por una semana. Yo me encargaré de todo lo que cae bajo mi experiencia: la estructura del salón, la alineación de las mesas con la precisión milimétrica, la ambientación y los flujos de tráfico. No cuestionaré su menú, ni sus tiempos. Usted es la Maestra de Orquesta culinaria, y yo seré el Director de Obra. Mi promesa es disciplina total.
Me quedé en silencio, evaluando la oferta. El respeto genuino a mis aptitudes profesionales me hizo bajar la guardia. Isaac Williams era el único que podía tomar mi visión de Diseño de Experiencia y traducirla a la realidad de este espacio. Necesitaba su visión espacial tanto como él necesitaba mi rigor gastronómico.
—Acepto la tregua, Williams. Pero si una sola de sus mesas está torcida, si hay una falla en la iluminación que afecte la presentación de mi plato, si hay una sola improvisación que rompa mi estructura de tiempos, la tregua termina y su castigo será más creativo que la Central de Abastos.
Isaac extendió la mano, sus ojos fijos en los míos. Su mirada prometía compromiso y competencia.
—Trato. Y gracias, Chef Miller. La precisión es una promesa.
Le estreché la mano. Su tacto era cálido y firme. Fue un apretón profesional, un pacto de mutua necesidad y respeto por el saber hacer del otro. Solté su mano y la sensación de alianza me invadió.
—Bien. El tiempo es oro. Empecemos.
Me acerqué al plano proyectado. —Quiero que la exhibición viva del plato principal se posicione en el eje central de este salón. Tendremos que diseñar una estructura desmontable para el show cooking. Es un reto arquitectónico que requiere una visión impecable.
Isaac sonrió. Una sonrisa de desafío profesional, no de burla. —Me encanta el riesgo. La estructura y el peso serán míos. Ahora, hablemos de la iluminación. ¿Qué tipo de luz necesita su plato estrella? La luz de las mesas puede ser cálida e íntima, pero el punto focal debe ser dramático.
La conversación pasó de la hostilidad al flujo de trabajo con una velocidad alarmante. Por una semana, seríamos los dos profesionales más obsesivos de la ciudad, alineando su geometría con mi química para crear la sinfonía perfecta.
La guerra se había pausado. La colaboración había comenzado.
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Excelente Viernes!!!
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Hasta mañana