La Duquesa

El principio del fin

Ya hacía dos semanas que mi padre me había dejado y cada día que pasaba en nuestros jardines o bosques me hacían sentir más viva.

Una tarde calurosa decidí bañarme en el lago. Yo no había sido educada para seguir los protocolos, el alto rango de mi padre y la ausencia de mi madre me otorgaban una libertad envidiada por muchos. Mi padre rompiendo con los protocolos y las normas sociales me había enseñado a nadar en este mismo lago cuando era muy pequeña, por ello a nadie le pareció extraño que saliera en bata y una larga camisa blanca al jardín, ni que corriera descalza, tirara mi bata bajo un árbol y saltará al interior de las frías y translúcidas aguas del lago. Llevaba disfrutando del agua lo que me parecieron segundos cuando vi a una de mis damas correr hacia mi, estaba muy acalorada y casi no podía respirar.

-Debería usted relajarse un poco- de dije burlonamente invitándola a entrar en el agua.

-Condesa, debe salir del lago, hay alguien que necesita verla de inmediato, dice que trae malas noticias.

Algo grave decía haber sucedido para que una de mis damas se atreviera a darme una orden. Tal era mi desconcierto que salí a toda prisa del agua, sin tan siquiera parar a por mi bata. Corrí hasta el salón de las visitas y al abrir las puertas sin haber sido anunciada me encontré con Francisco el cual se levantó apresuradamente y tras una leve inclinación de cabeza me miró de arriba a bajo con la boca abierta. Antes de que la vergüenza se apoderara de mi, la misma dama que me había avisado me cubrió con mi bata. Me envolvió la rabia por el momento vivido y mis modales desaparecieron.

-¿Qué es eso tan urgente?
-Yo... Condesa- Francisco bajo la mirada, el hecho de que la llamara Condesa, denotaba la seriedad de la situación, lo que hizo que Sira se agotará todavía más. - ¿No deseáis tomas asiento?
-¿Me invitáis a sentarme en mi propia casa? - Francisco no sabía hacia dónde mirar, estaba muy inquieto y eso hacía que en mi interior creciera aún más la incertidumbre. - Podéis decirme cuál es ese motivo tan urgente.

Él alargó la mano y me entregó una carta. Mis dedos temblorosos la abrieron en ella apenas había un par de líneas escritas con una caligrafía espantosa, lo que denotaba la urgencia con la que había sido escrita.
Querida Condesa,
Soy el comandante Ginsbet, y me ha sido asignada la terrible tarea de comunicarle el reciente e inesperado fallecimiento de su padre el Duque de Espa...

No pude continuar leyendo, mi mente se paralizó, debía ser un error, tenía que ser un error. Vi a Francisco articulando algunas palabras, pero no logre descifrarlas, le extendí la carta y me dirigí al balcón, aire, eso es lo que necesitaba, sentía que me ahogaba... Respiré profundamente y oí las maldiciones que Francisco procuraba a todo lo que se movía, me miró y dijo:
- Sira... yo .... yo no sabía el contenido de la carta, yo, lo siento muchísimo...

Y esas fueron las últimas palabras que alcance a oír antes de desmayarme.




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