Había transcurrido una semana desde mi llegada, los London me habían acogido maravillosamente. Solo un incidente hasta el momento había alterado la paz de la casa y tan solo Marta y yo habíamos participado de este. Y es que al comprobar mi equipaje, Marta se había enfadado muchísimo conmigo pues comprendió que no llevaba el suficiente para los dos meses. Pero conseguía que guardara silencio a cambio de ayudarle con los preparativos de su boda. El trato era innecesario bajo mi punto de vista, ya que yo pensaba ayudarla igualmente.
Nos encontrábamos frente a un montón de telas que impedían ver cualquier mueble del salón del te. Para mí, apenas había diferencia entre un blanco y otro o entre una textura y otra, pero Marta estaba tan emocionada que no quería desilusionarla. Mientras ella y su madre, la señora London, elegían las telas y blancos más apropiados no pude evitar volver en el tiempo y recordar aquel día en el que Marta llegó corriendo a mi casa, tenía el pelo desecho, estaba muy acalorada y sus enormes ojos brillaban de emoción. Tras obligarla a sentarse y tomar un poco de aire me contó que había conocido a un muchacho maravilloso, que tenía dos años más que ella, era el segundo hijo de una gran y muy respetada familia y era militar.
Que rápido pasa el tiempo... De eso hacía ya cuatro años y dentro de menos de uno se casarían. Nunca había conocido alguien que hubiera tenido un noviazgo tan largo.
Y así entre preparativos y más preparativos transcurrió otra semana de mis vacaciones. Ya tenía todo planeado para mí partida, al concluir la próxima semana haría que me enviaran una carta desde mi casa, la cual me serviría como pretexto para volver a ella. Además , mis planes se veían muy favorecidos con las recientes invitaciones que Marta y sus padres habían recibido por parte de sus futuros parientes para ir a la ciudad a algunas comidas. De esta manera no tendría que justificar mi ausencia más que a Francisco, hecho que me relajaba mucho porque odiaba mentir deliberadamente a la gente así que cuantos menos mejor. Por suerte, desde que había llegado a casa de los London me había convertido en la mujer de hielo, era educada y agradable, pero distante. Ni siquiera había jugado con Jorge London, para el que antaño siempre había teñido risas, juegos y cuentos. No podía permitirme sentir, si lo hacía tenía muy claro que el torbellino de emociones sería tal que no sería capaz de controlarlo.
Marta y los señores London habían partido el día anterior, y Jorge estaba eufórico por la libertad que eso conllevaba, se había pasado todo el día escalando árboles sin que nadie le dijera nada. Yo leía tranquilamente bajo un precioso e inmenso árbol, cuando Jorge decidió que ese sería el árbol perfecto para construir su cabaña.
-¿Qué te parece Sira? ¿No crees que sería un árbol perfecto para una casa mágica?
Sin apenas dirigir mi mirada al árbol unos segundos, asentí con la cabeza.
-¿pero que te pasa? -dijo muy enfadado- antes me gustabas mucho más.
Jorge se marchó en busca de otro árbol muy triste. Mientras lo veía irse recordé la preciosa casa del árbol que mi padre había mandado construir para mí y sin darme cuenta las lágrimas comenzaron a brotar. Había perdido totalmente el control de mis sentimientos. Me levante y corrí al bosque para que nadie pudiera verme. Allí llore desconsoladamente mientras vagabundeaba entre los árboles. De pronto llegue a un precioso lago y tal cuál iba me metí en el agua, el peso de mis vestidos era demasiado y a pesar del esfuerzo que hice por quitármelos no lo logre. Así que me rendí, deje que las aguas comenzaran a hundirme y por unos instantes me sentí tranquila, nada podría dañarme, pero el agua empezó a filtrarse en mi interior y el miedo reinó en mi . De pronto sentí un fuerte tirón en de pelo seguido de uno en los brazos y sin saber cómo volvía a estar en la superficie, alguien me arrastro hasta la orilla.
Una vez tumbada en la orilla no pude evitar que mi cuerpo expulsara toda el agua que había tragado, me sentía prisionera, entre el barro y el agua la ropa me pesaba demasiado. Unas manos me aflojaron los vestidos y yo me los quité quedando únicamente vestida con mis enaguas. Cuando me giré me encontré con unos enormes ojos verdes. Sus enormes ojos verdes. Sin poder evitarlo me lancé a los brazos de Francisco y lloré amargamente. El me abrazó y besó en la frente, lo que provocó que llorara aún más ante aquel gesto que me recordaba tanto a mi padre.
Cuando mi respiración se relentizó y mis ojos se secaron, comprendí la situación que estábamos viviendo, pero todavía no estaba preparada para abandonar aquellos brazos que me hacían sentir tan protegida. Fue Francisco quien rompió nuestra unión, sin dejar de abrazarme me alejó un poco de él para poderme mirar a la cara.
-Siria, todo está bien. Todo va a salir bien- viendo que yo no estaba lista para responder continuó hablando- no se que pretendías hacer pero ni se te ocurra volver a intentarlo me oyes, porque no estás sola ¿de acuerdo?