Martina e Inés intercambiaron una mirada, incómodas.
-Se... se fue enfadada -dijo Martina finalmente, con la voz baja.
La madre asintió lentamente, aunque sus ojos reflejaban una inquietud creciente.
-Está bien. Id a casa -dijo con voz firme, tratando de mantener la calma-. Saldré a buscarla por el pueblo con el coche y os avisaré en cuanto la encuentre.
Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y entró en la casa, dejando a las dos amigas solas en la penumbra de la noche. El silencio se hizo pesado, interrumpido solo por el crujido de la gravilla bajo sus pies.
-¿Crees que... debería haberle contado lo del bosque y la cueva? -susurró Inés, sin mirarla directamente.
Martina se quedó en silencio unos segundos, pensando.
-Sí... pero... ¿y si solo está por el pueblo? No queríamos meternos en líos por haber ido allí -respondió, con voz tensa, mientras se apretaba los brazos contra el cuerpo para contener la inquietud.
Ambas se quedaron mirando la calle vacía, asustadas por la idea de que Adela pudiera estar en peligro. Se despidieron con un gesto de cabeza Martina llamó al timbre y dos casas más abajo, antes de entrar, Inés quedó pensativa bajo la cálida luz de su porche, mirando en dirección al bosque.
Horas más tarde, cuando el reloj de la iglesia marcó la una, un coche se detuvo frente a la puerta de Martina, era la madre de Adela. Inés que escuchó el motor, se asomó por la ventana rápidamente. Martina salió de casa acompañada por su madre:
-¿Sabéis algo? -Preguntó sin rodeos. -He recorrido todo el pueblo y no hay ni rastro de ella.
Nadie contestó. Martina e Inés se miraron de lejos sintiéndose aún más culpables. La madre de Adela se quedó en silencio un momento con la esperanza de que alguien llegara de repente asegurando haber visto a su hija. Pero no sucedió.
-Por ahora volveré a casa, si por la mañana no ha vuelto iré a denunciar su desaparición.
Estád atentas, chicas, y si algo cambia os avisaré inmediatamente. Las dos asintieron con la cabeza y antes de que entrara de vuelta en el coche la madre de Martina le dio un abrazo reparador.
La madrugada se hizo interminable, entre pesadillas de ramas informes movidas por un viento frío, susurros aterradores y gritos de niñas, Martina e Inés pasaron la peor noche de su vida.
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Editado: 10.09.2025