La patrulla rutinaria, alrededor de las imponentes murallas de Cintheria, transcurría tranquila, soleada y afable, como solía ser cada día desde que Tak se alistó en la guardia real. Los habitantes nunca desperdiciaban la oportunidad de demostrar su agradecimiento con regalos de la talla de pasteles, nuevos ropajes, fruta o alguna alhaja que insistían con frecuencia para que los soldados las añadiesen a sus armaduras reglamentarias. Todos los soldados tenían órdenes estrictas de rechazar tan merecidos regalos y demostrar la gratitud apropiada y, por esa razón, Tak se encontraba en la tesitura de prestar su ayuda a un granjero de la zona. El hombre había llamado su atención regalándole una buena barra de pan y, al negarse a aceptarla, Tak preguntó si podía echarle una mano, de modo que el tipo rogó que buscara a una de sus burras, que al parecer se perdió la noche anterior en las afueras de la ciudad.
En muchas ocasiones, cuando un soldado tomaba la decisión de ayudar sin consultar a un superior, después recibía una buena reprimenda, pero hacía mucho tiempo que Tak no realizaba una buena acción. Además, el granjero casi era un anciano y fue imposible no sentir lástima y un profundo altruismo. Buscó la manera más ingeniosa de escabullirse y con ello cumplir con su objetivo cuanto antes. Mintió a sus compañeros de patrulla advirtiendo de que había olvidado su almuerzo en casa y de esa manera conseguiría que nadie le echara en falta.
Según las indicaciones del buen señor, el animal se había extraviado fuera de la ciudad, muy cerca de un arroyo que hay a unos cuantos metros de la entrada oeste. Tak conocía bien ese lugar, pues era uno de los sitios favoritos de su familia para disfrutar de sus días de descanso y no se encontraba muy lejos. A pesar de ello, Tak optó por montar a caballo y así llegar cuanto antes y evitar que sus compañeros sospechasen de él. Cuando la guardia patrullaba la ciudad, no era habitual que se pusieran sus yelmos para hacer más cercano el trato con el ciudadano, pero al salir de la ciudad era diferente, así que Tak se colocó el suyo que apenas dejaba ver su nariz y sus ojos.
Como había previsto, tras diez o quince minutos cabalgando sin parar, vio como la arboleda que atravesaba el arroyo se acercaba cada vez más. Al llegar, Tak se bajó del caballo y ató sus riendas a uno de los árboles que se encontraba cerca. Caminó unos cuantos minutos más y no encontró ni rastro de la burra. Repitió el mismo recorrido entreteniéndose más en el lecho de hierba, tratando de encontrar alguna huella o alguna pista que le indicase la dirección correcta. Por mucho que se empeñó seguía sin haber indicios del animal, incluso cayó en la cuenta que no había señales de ninguna otra especie. Extrañado, miró en todas las direcciones en busca de algún pájaro o insecto, pero no vio nada. Tak retrocedió despacio unos pasos hasta que se chocó con el tronco de uno de los pinos que poblaba el lugar, se giró y lo palpó nervioso intentando que algún ser vivo hiciera acto de presencia. Cuando venía con su mujer y su hijo siempre protestaban por la cantidad de insectos que había y muchas veces tenía que espantar alguno que otro.
Poco a poco y de manera progresiva, detectó una pequeña vibración en el árbol y la tierra que se iba intensificando. Sin haberlo imaginado, Tak se vio en medio de un terremoto que hizo que pensase que todos los árboles caerían encima de él. Escuchó el relinchar desesperado de su caballo e hizo todo lo que estaba en su poder para acercarse a él. A pesar de que solo fueron unos segundos, Tak juró que había durado una eternidad. Cuando los temblores cesaron realizó un intenso ejercicio para calmarse a sí mismo y a su montura para que se relajase también. Sintiéndolo mucho, Tak decidió olvidar la burra del anciano y regresar para asegurarse de que su familia se encontraba a salvo. Espoleó a su caballo con más energía que nunca y consiguió reducir el trayecto a la mitad. El animal corría tan rápido y su jinete iba tan concentrado en llegar a su destino que ninguno de los dos cayó en la cuenta de la extraña bestia de cuatro patas del tamaño de un bisonte que les embistió por el lateral a toda velocidad.
Editado: 15.11.2024