La edad de las bestias

Capítulo 2 - La bestia (Wander)

El elfo oscuro que dio el espectáculo obtuvo justo lo que quería: sembrar al caos en la posada. En un estado de obvia embriaguez, y con el fin de provocar más terror, desenvainó una espada corta de acero que ocultaba bajo la capa, siendo una escena patética desprovista de coordinación alguna, terminando en el suelo de la taberna tras tropezarse al realizar un movimiento tan amplio como innecesario.

A pesar de la lamentable actuación, todos los clientes de la posada corrieron en tropel hacia la única puerta de salida, causando empujones, pisotones y algún que otro mordisco por ser el primero en abandonar el local. Wander no se dejó amedrentar y permaneció inmóvil observando como el elfo oscuro se liaba con su capa al levantarse y volvía a caer al suelo. Sin meditarlo mucho y muy a su pesar, se trataba de un bravo guerrero de Calathra y sentía que debía hacer algo al respecto, así que sacó despacio el hacha de acero que colgaba del lado derecho de su cinturón. Con probabilidad, sería pan comido y expulsar al alborotador llevaría pocos minutos. Emprendió dos pasos acercándose al elfo cuando una mano grande cubierta con un mitón de cuero negro desgastado le frenó el paso. Un tipo alto y corpulento, de piel oscura, con una cresta de pelo muy rizado, los laterales de la cabeza rapados a cuchilla, ojos oscuros, grandes y penetrantes y una amplia sonrisa ladeada, le regaló una mirada cómplice.

—Deja que me encargue yo, chico —dijo mientras se descolgaba de la espalda un hacha por lo menos tres veces más grande que la de Wander, de doble filo y con unos adornos preciosos, con seguridad ornamentados por enanos—. Este es mi trabajo.

Wander ni se planteó discutir, así que volvió a guardar su propio arma y observó el espectáculo con total serenidad, volviendo a sentarse en uno de los taburetes cojos de la barra de la taberna. El tipo era como un gigante y con un solo giro de su arma desarmó al elfo, le elevó con una mano agarrándolo de la capa y le llevó en volandas camino hacia la puerta de la posada, para entregarlo a la guardia a cambio de una buena recompensa. La posadera, que tras la amenaza del elfo se había escondido bajo la barra, asomó la cabeza con cautela y se dirigió a Wander.

—¿Ya ha terminado?

—Sí —afirmó sin perderse ningún detalle del suceso—. Ese tipo enorme le ha echado de una patada.

Mientras hablaban, el guerrero que portaba al elfo, el cual no dejaba de patalear para liberarse de su opresor, rogó repetidas veces con voz profunda a los clientes para que se calmaran y le abriesen paso. Wander se fijó en que el guerrero llevaba una armadura ligera creada con diversos retales de diferentes pieles de animales, algunas con pelo, otras con escamas y otras de cuero pulido. También reparó en la ballesta que colgaba en la parte trasera de su cintura y el pequeño carcaj con los virotes de madera. «Ese tipo no se anda con chiquitas», pensó Wander comprobando que iba armado hasta los dientes.

—Se trata de un cazador de bestias —informó la posadera como si pudiera leerle la mente—. Gente ruda y poco sociable, pero en estos tiempos son imprescindibles. Se rumorea que están apareciendo monstruos por los caminos y…

La posadera se quedó de piedra al ver que Wander se marchaba sin terminar la conversación y se dirigía hacia la salida, ahora que estaba despejada y la clientela regresaba a sus ocupaciones terrenales, nada más le retenía allí. Fuera de la posada, Wander vio alejarse al cazador portando al elfo, en esta ocasión sobre sus hombros, mientras el mismo seguía pataleando y gritando toda clase de improperios y amenazas. Le intrigaban las palabras del elfo al ver que podían guardar relación con la supuesta aparición de los monstruos que había venido a investigar, pero su objetivo era hablar con el rey Súrion, de modo que partió en dirección contraria, hacia el castillo.

Como era de esperar, se trataba de una obra arquitectónica de una magnitud desproporcionada que demostraba el pasado militar de Cintheria. En la actualidad, Cintheria era una ciudad turística y comercial, así que la construcción era más una atracción para sus visitantes que una fortaleza en sí misma. Los guardias de la entrada, al verle, se apresuraron a frenarle el paso y pedirle explicaciones. Durante la actual época de paz era extraño ver a nadie armado y Wander llamaba mucho la atención. Tras explicarles con calma su misión y entregarles la carta, los dos soldados dudaron si dejarle entrar o no. Viendo que no llegaban a ningún acuerdo, Wander les sugirió que pidieran consejo a algún superior o al rey en persona, lo que los guardias vieron como una gran idea. «¿Y estos se supone que protegen el reino?», pensó Wander sin poder evitar comparar la disciplina de los militares de Calathra y los simples peleles de Cintheria.

Mientras esperaba, Wander se sentó en las escaleras de piedra que daban al gran portón de madera maciza que protegía la entrada a la fortaleza. Desde ese punto de la ciudad no parecía que hubiera ocurrido ninguna catástrofe ni que muchos ciudadanos estuvieran sufriendo por haber perdido sus hogares. En los alrededores del castillo se encontraban las viviendas de los habitantes de bien y los nobles, por lo que se trataba de hogares bien construidos y con buenos cimientos. Wander no pudo reprimir cierto sentimiento de animadversión hacia los ciudadanos que seguían su vida sin pararse a pensar en que sus vecinos menos agraciados pudieran necesitar su ayuda. Como era habitual, una voz le arrancó de sus pensamientos.

—¿Eres el soldado de Calathra que ha venido a ver a mi padre?

La voz provenía de una chica joven, cerca de la edad de Wander o quizá un poco mayor, de complexión delgada, que lucía un vestido de tela morada con un corpiño de terciopelo negro adornado con espinas y rosas negras. Debajo del vestido llevaba unos pantalones ceñidos de tela negra y unas botas cómodas del mismo color. Su cabello le caía en tirabuzones sobre los hombros, aportando un tono cobrizo cubierto por un sombrero picudo del mismo color del vestido y adornado con una hebilla dorada y unas plumas negras, que parecían ser de cuervo. Aunque su indumentaria era llamativa, lo que más llamó la atención de Wander fueron los grandes ojos de la joven, que tenían un brillo rosado.



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En el texto hay: fantasia, aventura, dioses antiguos

Editado: 13.09.2024

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