Para llegar hasta sus aposentos Jhin tuvo que recorrer buena parte del castillo. Cientos de recuerdos le asaltaban a cada paso que daba por aquellos pasillos. Imágenes de Dahlia y ella corriendo de un lado para otro causando problemas, rompiendo alguna obra de arte, arrancando cortinas o provocando alguna que otra caída de algún sirviente. «¿En qué momento nos hemos hecho mayores?», se preguntó lamentando haber crecido y no haber permanecido en la infancia.
Ahora tenía veintiocho años y debía cumplir con sus obligaciones. Antes, tan solo debía aprender magia y hacer recados para sus padrastros, los reyes. A cambio, gozaba de la vida de la monarquía sin los deberes de la misma, razón por la cual Jhin sabía que Dahlia le tenía envidia, aunque su hermanastra jamás lo admitiera. Según fueron creciendo se iban distanciando más, y ahora Dahlia debía asistir junto a su padre a las sesiones de audiencias, a las reuniones del consejo, las comidas y cenas que se celebraban en honor a los nobles vasallos de la familia real… Jhin, en cambio, al no pertenecer a la realeza, podía saltarse todos esos rollos y por ello era feliz tal y como estaba.
No ser de la realeza era un gran beneficio, pero ahora ella era algo más, una Rymka, una de las magas legendarias de Cintheria que recibieron el gran honor de Rymtarr para poder albergar cualquier tipo de magia. Honor que ella nunca había pedido y, gracias a ello, ahora debía cumplir con una misión de la que se había visto presa. Súrion le explicó que podía negarse y quedarse allí como hasta ahora, pero tras consultarlo con la almohada, la conversación con el chico de Calathra y el conocimiento de su linaje, ya no se sentía parte de esa vida de lujos de la que había disfrutado hasta ahora.
Antes de abandonar la habitación, le pidió con educación a Marian y a Talia, sus sirvientas, que preparasen una bolsa de viaje con lo que ellas considerasen necesario. A su vuelta lo revisaría y modificaría algo si fuera necesario, aunque tenía confianza ciega en ellas. Talia era más o menos de su edad y era como una amiga, pero Marian era imposible saberlo, ya que era una elfa, pero siempre actuó como si fuera su madre, muy por encima de la reina Amalia.
Cuando llegó solo encontró a Talia terminando de limpiar todo y dejando todo recogido, a sabiendas de que se marchaba por un tiempo largo. Como les había pedido, encima de la cama, había una bandolera preparada con todo lo necesario para el viaje. Jhin se acercó en silencio para no interrumpir a Talia, que se encontraba de espaldas a ella, y revisó su contenido. Llevaba algunas mudas, cuerda, una buena manta, una navaja, algo de fruta y dinero, un buen saco de oro. Según terminaba de revisarla la cerró y al abrocharla, Talia se percató de su presencia.
—¡Señorita! —gritó Talia al verla de alegría.
—Ya sabes que no me gusta que me llames así.
—Y ya sabes que por eso lo hago.
Como amigas, más que sirvienta y señora, se abrazaron con mucha fuerza y lloraron juntas hasta que lograron calmarse las dos. Jhin miró a los ojos marrones de Talia que le transmitieron una profunda pena.
—No te vayas —le rogó—. El rey lo aceptará.
—No puedo hacerlo, Talia. Ya te lo he dicho. Ahora que sé pertenezco al linaje de los Rymka… Ya no puedo ver este castillo como mi hogar.
—¿Estarás bien con ese chico?
Esa misma preguntaba asaltaba la mente de Jhin una y otra vez. Wander tenía veintidós años, aunque por su actitud aparentaba al menos treinta. El entrenamiento de los soldados de Calathra no se podía tomar a broma y en teoría Wander era enviado como “el mejor”, así que debía sentirse tranquila.
—Me dijo que si viajaba con él sabía que tendría más éxito —cotilleó Jhin a Talia—, aunque no me conoce lo más mínimo. Ni siquiera conoce mis habilidades mágicas.
—Supongo que querría animarte —sugirió Talia—. O quizá se ha enamorado de ti. —Talia se sonrojó al pensarlo—. Marian y yo hemos estado fisgoneando y le hemos visto, parece guapo.
—No digas tonterías Talia —desechó la idea Jhin—. Está entregado a la causa y a las órdenes de su gobernador por encima de todo, dudo que siquiera tenga espacio para los sentimientos en su cuadriculada cabeza.
Jhin añadió a la bandolera alguna de sus prendas preferidas que daban personalidad a sus conjuntos, como alguna gargantilla de tela negra, guantes de encaje o de cuero calentitos y algún pañuelo para cubrirse. Siempre había adorado esa estética con vestidos y pantalón, siendo entre elegante y preparada para cualquier situación. Además, ahora que era una Rymka llevaba con más orgullo las prendas que ella misma había diseñado. Reconocía que era una tontería, pero a Jhin le hacía sentir mejor.
La despedida de Talia fue más rápida de lo que le hubiera gustado, pero Wander le estaba esperando y Jhin tampoco quería alargar más la agonía. Dentro de las paredes del castillo se estaba empezando a ahogar y necesitaba salir a tomar aire puro. Cayeron más lágrimas de pena, añoranza y promesas de volver sana y salva.
Jhin esperaba encontrase con Marian de camino a la salida del castillo, pero no fue así. Sin embargo, si se encontró con la reina, que como siempre le dedico una falsa sonrisa y le deseó suerte, a pesar de que Jhin sabía que le daba igual que se marchase. La reina nunca estuvo de acuerdo con la idea de adoptarla, no obstante, nunca fue la responsable de tomar la decisión y tampoco era muy devota del Octáreo o de Rymtarr, aunque lo aparentase frente al rey. Jhin lo sabía, y Amalia sabía que era así y por ello el respeto era mutuo. Dahlia, en cambio, le estaba esperando en la puerta del castillo junto al rey.
Editado: 10.12.2024