La edad de las bestias

Capítulo 18 - Escamas cerúleas (Wander)

Los ataques venían por todas partes y Wander necesitaba emplear sus dos armas para lograr bloquear todos. Los lagartos portaban artefactos rudimentarios, forjados con hierro o fabricados con madera sin trabajar que, con alta probabilidad, habrían encontrado tirados por el suelo. Sus movimientos eran torpes y abatirles era más o menos sencillo, salvo porque les superaban bastante en número.

Al comienzo de la emboscada, Wander intentó proteger a Jhin, pero la afluencia de los ataques terminó provocando que se separase de ella. Por suerte, Wander confiaba en que Phillia se encargaría de mantenerla a salvo. Sus escudos eran poderosos, sus flechas certeras y los ataques de Jhin resultaban mortales para las bestias. El fuego que la maga conjuraba derretía hasta los copos de nieve del ambiente, además de la carne escamada de los atacantes.

Puesto que la sacerdotisa se encontraba protegiendo a Jhin, Wander debía poner todos sus sentidos en defenderse si no quería ser dañado. Cubría ataques con su espada y contraatacaba con el hacha. Uno tras otro repetía el mismo patrón. Un hombre lagarto comenzaba un ataque con una espada de hierro oxidada, Wander lo frenaba con una mano y descargaba su ira hincando el acero en la cabeza del reptil. La sangre de esos monstruos era roja como la suya.

En ocasiones, eran varios los que le atacaban, entonces requería de un poco más de habilidad y mantenía una pequeña contienda donde sus armas chocaban defendiéndose, hasta que uno de los pequeños seres dejaba una brecha en su defensa y se deshacía de él. Si por lo que fuera no podía con alguno o le sorprendían desprevenido, una flecha de la implacable Phillia acertaba en la criatura, librando a Wander de una preocupación menos.

La agonía duró unos cuantos minutos hasta que el último cayó recibiendo en la espalda el hacha que Wander acababa de lanzar con prestreza. A Phillia hacía rato que se le habían terminado las flechas y tanto ella como Jhin estaban exhaustas de utilizar magia. Wander, sin esperar un momento, corrió a socorrerlas y las acompañó hasta la hoguera, que seguía encendida. Primero llevó a Jhin, dejando que se apoyase en él para poder caminar, y posteriormente hizo lo mismo con Phillia, la cual pareció ofenderle que el chico calathreno la tuviera que ayudar.

Sentados en el suelo y en el cobijo del fuego, esperaron en silencio por si algún ruido delataba el ataque de esas bestias de nuevo. Lo único que lograron escuchar era el silbar del viento y el movimiento de las ramas de los árboles.

—¿Qué eran esas cosas? —consultó Wander exhalando aire sin parar.

—No lo sé —reconoció Phillia gestionando su respiración acelerada—. No recuerdo haberlas visto en el bestiario. Deben ser bestias nuevas que Exteus está creando.

Pensar que el dios Exteus era tan real como las criaturas que les habían atacado era algo que para Wander sonaba como un disparate. No obstante, estaba harto de esas situaciones.

—Esperemos que no aparezcan más. ¿Estás bien Jhin?

—Si… —respondió ella en un susurro. Había utilizado demasiada magia y apenas se sentía con fuerzas para hablar.

—¿Qué es eso? —preguntó Phillia viendo la sangre que recorría la manga de la camisa de Wander.

—Nada —contestó tapándose el brazo—. Será la sangre que me ha salpicado de esos monstruos.

—Mientes —inquirió Phillia con su voz imperativa habitual—. Típico de los soldados calathrenos. Fuertes e implacables que no necesitan de la ayuda de una mujer para sentirse más hombres.

—Estoy bien —insistió alejándose de ella—. Ayuda a Jhin, ella lo necesita más.

—Jhin no está herida.

Phillia se levantó y Wander trató de zafarse, pero la fuerza con la que la sacerdotisa le sujeto por el brazo fue inesperada. Phillia lo remangó y se encontró con que Wander tenía un corte profundo bastante grave. Intentó negarse, pues sabía que Phillia también estaba agotada de conjurar el escudo para Jhin, pero no se vio capaz de ganar la discusión. Phillia se lo tomó como otra clase para Jhin.

—Ahora no puedes hacerlo, cariño —le dijo a Jhin interpretando su mejor voz dulce—, pero cuando alguien está herido puedes sanarle. Tienes que sentir como si quisieras transmitirle todo tu calor imponiendo una o las dos manos sobre la herida. Así.

Jhin apenas era capaz de abrir los ojos para fijarse en como Phillia colocaba la mano derecha sobre la herida mientras con la izquierda mantenía en alto el brazo de Wander. Una luz cálida y acogedora surgió de la palma de la mano de la sacerdotisa y Wander sintió alivió y paz. Despacio, la herida se fue cerrando gracias a la magia y cuando estaba casi completamente cerrada, Phillia se tambaleó y se desmayó empujando los troncos de la hoguera.

Wander se asustó y corrió a alejar el cuerpo de la sacerdotisa del fuego para después garantizar que no había quemaduras. Jhin llamaba a Phillia entre susurros e intentó, sin éxito, acercarse a ella, a la vez que Wander comprobaba sus constantes vitales.

—Estoy bien —musitó Phillia abriendo una rendija de sus ojos—. Solo necesito descansar.

Wander pensó que si comían algo se recuperarían antes, así que intentó por todos los medios cazar algo para sus dos acompañantes, sin embargo, el bosque parecía desierto y la carne de las bestias no la consideró una opción viable. Impotente, tuvo que conformarse con ofrecerles algo de fruta y carne seca. Jhin estaba apoyada en una roca sin moverse y Phillia llevaba más de dos horas dormida. Con un sentimiento de impotencia, Wander volvió a guardar la comida y se concentró en que ambas se mantuvieran calientes avivando las llamas y tapándolas haciendo uso de las mantas de las que disponía.



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En el texto hay: fantasia, aventura, dioses antiguos

Editado: 13.09.2024

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