La edad de las bestias

Capítulo 23 - Locura (Phillia)

Varias horas después de su despedida en la casa del bosque. En el castillo de Borean…

—¿Cómo habías dicho que te llamabas? —El rey Arthur parecía contrariado y miraba a la mujer que tenía en frente con odio.

Phillia se sintió fuera de lugar, por lo que buscó refugio en sus compañeros guerreros del Octáreo, sin embargo, ninguno de ellos la miró, entonces supo que estaba sola.

—Me llamo Phillia, majestad —declaró—. Soy una de las sacerdotisas guerreras de Rymtarr destinadas a su protección.

—¿Y por qué no has estado aquí protegiéndome? —cuestionó arqueando una ceja.

Aquella pregunta era más bien un arma afilada y un golpe muy bajo. Por el camino tuvo tiempo más que suficiente para imaginarse todos los escenarios posibles, pero en ninguno esperó que la situación se pudiera torcer tanto. En todas ellas, Phillia, se imaginó que el rey presentase batalla, solo que no de aquella manera.

—Partí para acabar con la hidra, majestad —replicó con solemnidad la esperanza de aplacar la ira del monarca.

—Nadie te dio permiso para ello y menos aún con uno de esos desalmados cazadores de bestias. —Arthur se puso en pie y comenzó a pasear de un lado a otro, como estaba acostumbrado hacer—. Estuviste en esta misma sala cuando dicté sentencia. Aquellos chicos fueron desterrados y en lugar de hacer honor a mi decisión, te tomaste la justicia por tu mano.

—Usted estaba ciego… —Phillia comenzó a perder la compostura—. No era capaz de ver que tenía delante a los únicos que podían destruir a la bestia. Debería estar agrade…

—¡Basta! —gritó Arthur haciendo callar a la sacerdotisa—. Te guste o no lo que has hecho te convierte en una traidora y, como tal, te pudrirás en el calabozo.

Phillia alzó su mano derecha buscando poder justificarse. Arthur no lo permitió, mostró su mano derecha en alto y dictó sentencia.

—Lleváosla de mi vista.

Pensó en resistirse y escapar, pero contaban veinte los soldados a los que debía abatir y no se vio capaz de ello. Sin dejar de arrugar la frente, Phillia, dejó que dos de los guerreros del Octáreo la cogieran de ambos brazos y la obligasen a marcharse por la puerta de detrás del trono. El rey ni siquiera giró la cabeza para mirarla.

Conocía a los dos sacerdotes que la estaban acompañando y buscó de nuevo su atención, pero otra vez se vio sola. Como también conocía el camino, no tuvieron que forzarla a caminar. Bajaron bastantes escaleras y recorrieron algún que otro pasillo hasta que llegar a las mazmorras del castillo, donde se encontraban las celdas. Se desplazaron los tres hasta que llegar a una de ellas, se pararon delante y el de mayor edad le indicó al otro que podía marcharse.

Una vez se fue, el sacerdote miró por fin a Phillia a los ojos.

—Hija mía, ¿por qué te metes en estos líos?

El sacerdote Hardin mostraba preocupación en sus ojos y un sinfín de gotas de sudor en su anciana calva. Las arrugas y cicatrices de su rostro evidenciaban cada uno de sus años de experiencia y, por tanto, el buen juicio que tenía.

—¿Es meterse en un lío el salvar a tu reino? —desafió Phillia indignada con la cabeza alta.

—No, claro que no. —Hardin se restregó la barba blanca con su mano derecha soltando a Phillia en el gesto—. Como te has marchado sin decir nada, no conoces la situación. Arthur ha perdido definitivamente el juicio. En cuestión de días ha destruido la ruta a Calathra y ha desafiado al gobernador Lurtz Viper públicamente. Todos tenemos miedo y esperamos que el gobernador ignore la pataleta de nuestro rey. No estamos preparados para una guerra contra Calathra, a la que probablemente se sume Cintheria.

Un pensamiento furtivo pasó por la cabeza de Phillia y su mente mandó señales al cuerpo de huir, pero ella se resistió.

—Por lo menos no hay una hidra amenazando a todos —insistió ella—. Ni tampoco una ventisca interminable… Lo siento, señor, pero no voy a disculparme por esto.

—Ni espero que lo hagas.

Hardin miró a su aprendiza fijamente y sintió admiración y orgullo. Ella, en cambio, se encontraba en medio de la confusión y esperaba no tener que recurrir a la violencia.

—Los sacerdotes guerreros del Octáreo servimos al Pollswin y a Rymtarr —comenzó su discurso—. Una vez muchos años atrás nos negamos a participar en las guerras de la casa real y no va a ser la única.

—¿Quiere decir que deja que me marche? —preguntó Phillia levantando las cejas.

—Mientras el rey mantenga la cordura, los guerreros del Octáreo seguiremos de su parte. Si no es así, le daremos la espalda. Arthur lo sabe bien y tiene claro que no puede evitarlo —manifestó Hardin todavía amasando su barba—. De modo que, sí, voy a dejar que te vayas.

Phillia respiró hondo y sacó pecho. No esperaba este giro de los acontecimientos y creía que su orden la había abandonado. Ahora que ya no tenía más asuntos que atender, pensó en Wander y en Jhin.

—Gracias, señor.

—Será mejor que abandones Pollswin una temporada —sugirió apenado Hardin—. Espero que para cuando regreses Arthur haya entrado en razón.

—Sé lo que debo hacer, maestro —confirmó ella haciendo una breve reverencia—. Regresaré cuando las aguas se calmen.

Phillia se despidió de Hardin, el cual le dio un abrazo. Hardin había sido su mentor y la persona encargada de convertirla en quien era. Sentía admiración hacia él y un profundo cariño. Hardin le advirtió que esperaría en la puerta del calabozo para evitar que nadie entrase por lo menos quince minutos. La apremió para que se diera prisa y recomendó utilizar los pasadizos secretos del castillo que conectaban con la iglesia de la ciudad. Phillia no iba a desechar la oportunidad.

De camino a la parte más profunda de los calabozos, Phillia encontró una celda. En ella se encontraba la informante de Calathra que fue condenada una semana antes. La mujer miró a Phillia con desprecio, pero ella no podía dejarla allí. En cada piso, había una mesa para que los vigilantes pudiera apuntar las conductas de los presos y guardar las llaves. Sin perder ni un segundo, Phillia la buscó y la encontró, solo que no esperaba que el cajón estuviera cerrado con llave. Pensando en que no tenía nada más que perder, reventó de una patada el cajón y corrió para liberar a la mujer.



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En el texto hay: fantasia, aventura, dioses antiguos

Editado: 13.09.2024

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