El viento azotaba su espalda y revolvía con violencia su pelo a la velocidad a la que el roc se iba elevando. A causa del sudor y la altura comenzó a sentirse congelado. De no haber sido porque Wander seguía amarrado con todas sus fuerzas a la pata de la bestia habría tiritado sin remedio. Por su cabeza pasaban toda clase de pensamientos, pero el que predominaba era el que le repetía que había sido una idea terrible. Aprovechando que no le estaba zarandeando mucho, trató con todas sus fuerzas de escalar para intentar clavar alguna de sus armas en la carne del roc. El azote del viento, el zarandeo del trayecto y el miedo a soltarse acabaron por hacer que fuera imposible.
Temió haber orquestado su propio final, sobre todo cuando el ave gigante acercó su enorme pico y le miró con ojos hambrientos. Wander intentó soltarse, cualquier cosa sería mejor que ser devorado por la bestia, pero el roc le agarró con fuerza y le lanzó por los aires.
Estaba claro que la criatura esperaba comérselo, pues al darse cuenta de que se le había escapado voló en picado para atraparle al vuelo. Wander gritó a todo pulmón, logrando que Phillia viera donde estaba y le diera tiempo a conjurar un escudo. Al cerrar el enorme pico a su alrededor, el roc se llevó una desagradable sorpresa al comprobar que no podía aplastar a su víctima. El ave graznó de dolor y se elevó en el cielo para alejarse de ellos.
Wander cayó a plomo en la arena, dejando un pequeño cráter esférico que comenzó a llenarse tan pronto como sopló el viento y la magia se desvaneció.
—Gracias, si no llegas a hacer eso no lo cuento.
—Has sido imprudente, Wander —gritó Phillia corriendo hacia el chico—. Podrías haber muerto.
Wander miró a Phillia, primero buscando desafiar a la sacerdotisa y después abriendo los ojos de par en par. Ella también pareció notarlo y se frenó en seco. La tierra empezó a temblar y su intensidad iba creciendo por momentos. La arena a un metro de distancia de Wander comenzó a generar un pequeño remolino y se hundió en dirección contraria. Segundos después, un enorme gusano de la arena surgió cerrando sus enormes fauces de cientos de dientes en el aire.
Tras fallar en su acometida, el gusano cayó de costado como si fuera una ballena en el mar, levantando una descomunal nube de polvo. Wander analizó a la bestia, que debía medir al menos cuatro metros, se puso en pie y comenzó a rodearla antes de que se moviese de nuevo. Se encontraba bordeando la cola en el momento que el gusano avanzó para darse la vuelta. La bestia carecía de ojos, por lo que debía saber que estaba ahí por otra razón.
—¡No te muevas! — le ordenó Phillia para salvar su vida—. Te reconoce por la vibración de tus pisadas.
Wander, tras escuchar a la sacerdotisa, se paró en seco y miró a la criatura que, frente a él,º también dejo de moverse. La cabeza del gusano se encontraba a tres metros de distancia y Wander empezó a sudar con intensidad. No podía moverse o el gusano le engulliría. «Si al menos Jhin y Theron estuvieran aquí…», pensó descubriendo que sus probabilidades de sobrevivir eran escasas.
Un feroz graznido llamó la atención de Wander. El roc, enfurecido, volvía a la carga con sus garras por delante. Buscó a Phillia desesperado esperando que ella tuviera algún plan. Al ver que le miraba le gritó.
—¡No te muevas! —insistió ella.
Phillia, levantando el faldón, echó a correr en dirección contraria, atrayendo la atención del gusano que se zambulló en la arena dejando montículos a su paso. Wander, sacó partido de la situación y huyó para librarse del ataque del roc. El ave rasgó la tierra a su paso dejando surcos donde había estado un segundo atrás Wander.
El gusano, al notar la vibración pareció confundido y salió de la tierra moviendo su enorme cabeza hacia Phillia y donde el roc acababa de remover la arena. En ese momento, Wander tuvo una idea.
—¡Phillia! —gritó Wander a la sacerdotisa para que le escuchase. Su respiración era entrecortada y apenas era capaz de elevar el tono. Tuvo que esforzarse para que ella pudiera oírle con claridad—. ¡Corre hacia mí y cuando yo te avise quédate quieta!
Phillia, escuchando a Wander se giró y le miró con el ceño fruncido y los brazos extendidos sin dejar de vigilar el surco de arena que seguía avanzando hacia ella.
—¿Estás loco? —cuestionó ella dando más pasos hacia atrás—. ¡Si hago eso estoy muerta!
—¡Confía en mí! —insistió él de nuevo haciendo lo mismo que le había solicitado a ella.
Wander apretó el puño al ver que Phillia obedecía, a pesar de que por su expresión no estaba de acuerdo. Cuando ella rebasó al gusano, la bestia emergió analizando las vibraciones del suelo y cuando le sacaba unos metros de ventaja volvió a enterrarse para perseguirla. Wander, tal y como esperaba, escuchó a su espalda al roc, el que probablemente iniciaría otra abatida para cazarle.
Phillia empezaba a acercarse a Wander cuando le ordenó que parase. La sacerdotisa dudó y siguió huyendo del gusano. Wander se apartó el pelo que se había pegado a su frente por el sudor desesperado.
—¡Para Phillia! —le rogó a gritos—. ¡Párate!
Phillia, a regañadientes, paró en seco clavando sus botas en la arena sin quitarle ojo a Wander esperando que supiera lo que hacía. Abrió su boca asustada y miró detrás de Wander con los ojos como platos, haciendo que Wander pudiera confirmar que el roc estaba ya muy cerca de él.
—¡Al suelo! —gritó Wander llegando donde estaba Phillia y tirándola al suelo de un salto cubriéndola con su cuerpo.
En ese instante el gusano saltó para engullir a Phillia fallando en el intento y volando por encima de los dos, para encontrarse con las garras del roc que caía en picado hacia Wander. Las dos bestias chocaron violentamente y Phillia conjuró un escudo para proteger a Wander y, gracias a ello, a ella misma. Los dos esperaron a que las criaturas cayeran encima de ellos, pero el roc fue más fuerte de lo que habían calculado y se marchaba volando triunfante portando una enorme presa.
Editado: 15.11.2024