La edad de las bestias

Capítulo 27 - Día de mercado (Aluna)

Era una mañana de primavera como cualquier otra en Corgia, la capital de Calathra, y Aluna estaba atareada revisando lo que faltaba en la despensa. Había escasez de algunas especias como pimienta negra o comino, harina y algo de carne y pescado en salazón. Tampoco había mucho más que llevarse a la boca, así que dando un largo suspiro se mentalizó para ir a comprar. Aprovecharía la excursión al mercado para obtener hilo de lino y piel curtida de vaca.

A Aluna no le hacía especial ilusión salir de la casa y menos cuando su señor no se encontraba allí. En todo caso, no quería sobrevivir a base de frutas y los pocos vegetales que obtenía del pequeño huerto que ella misma cuidaba. Respirando hondo y dándose ánimos, se vistió con un vestido rojo con adornos blancos de ganchillo, un cinturón ancho de cuero que realzaba su figura y unas sandalias de tacón bajo. Por comodidad, también se recogió su largo cabello rubio en una trenza utilizando un lazo del mismo color del vestido. Su flequillo caía en ambos lados de su cara dejando al descubierto sus orejas, lo que hizo replantearse el peinado. Sin apartar a mirada del espejo, dudó y cambió de opinión varias veces hasta que optó por ir tal y como estaba. «Haga lo que haga no va a cambiar nada», se convenció negando con la cabeza y torciendo el gesto.

La casa donde vivía se encontraba cerca del fuerte de Corgia, lo que hacía que tuviera que cruzarse con muchos soldados de camino a la gran avenida donde estaban todos los puestos del mercadillo. Portando una cesta de mimbre de buen tamaño para cargar todo lo que fuera a comprar, salió al exterior cerrando la puerta despacio para no llamar la atención. Antes de partir, se agarró con firmeza la pulsera de cuero negro y cadenas de su brazo derecho que la identificaba como esclava.

—¿A dónde vas elfa? —preguntó en tono burlón uno de los soldados que pasaban en ese momento.

Se trataba de un tipo corpulento, con la cabeza rapada y un semblante triunfal. Como si acabase de encontrarse con el premio gordo y estuviese a punto de quedárselo solo para él.

—Voy al mercado, señor —respondió Aluna sin mirar al hombre agarrando con sus dos manos las asas de la cesta.

—A ver. —El soldado agarró a Aluna por el mentón y la forzó a pegarse a él, tropezando y perdiendo la cesta en el proceso. Como la elfa también era alta no necesitó levantarla del suelo—. Tienes unos ojos preciosos. ¿Y si abandonas a tu señor y te vienes conmigo? Tengo precisamente algo para ti…

No era la primera vez ni la última que Aluna tenía que soportar una situación así. Casi a diario más de uno de los soldados intentaba abusar de ella o sencillamente importunarla con comentarios fuera de lugar sin ocultar su deseo repugnante. Sin embargo, mientras portase la pulsera, nadie podía hacerla daño. Si alguno de esos soldados se pasaba de la raya tendrían que vérselas con su señor y, posteriormente, con el gobernador. A veces convenía recordarlo.

—Habrá que preguntarle al gobernador que opina sobre que toques a la esclava de otro de sus soldados —amenazó Aluna con una voz dulce, pero firme.

—¡Bah! —El soldado escupió al suelo, justo al lado de la elfa—. No mereces la pena.

Aluna recogió la cesta con toda la dignidad que le quedaba y continuó caminando por la calle adoquinada. Lo peor no era solo que los soldados intentasen abusar de ella, sino que todos los testigos miraban curiosos y, cuando terminaba la escena, apartaban la vista sin empatizar nada con ella e incluso soltando carcajadas exageradas con el fin de hacer que se sintiera peor.

Solo las mujeres a veces se acercaban a preguntarle si estaba bien, pero cerca del fuerte y al lado de los cuarteles no había más mujeres que las que servían a los soldados. Si alguna se acercaba, tendría que soportar como mínimo una reprimenda y como máximo unos azotes. En zonas visibles para que todo el mundo supiera que había obrado mal, por supuesto.

Al llegar al mercado pudo comprobar que seguía siendo el centro de muchas miradas. Ignorando la situación, se acercó al primer puesto que le interesaba. Se encontraba en el extremo norte del mercado y quedaba bastante cerca. Durante el recorrido recibió codazos, empujones, algún tirón de pelo e incluso algún intento por tirarla de sus orejas puntiagudas. Por suerte, se encontró en el puesto de la señora Gabela antes de que fuera a más.

—Aluna, querida, ¿cómo estás hoy? —se interesó la mujer que recogía su cabello canoso en un moño anudado con un palo.

—Como siempre, Gabela —respondió suspirando—. Sobreviviendo al día a día.

—Todavía no ha vuelto, ¿eh?

Gabela sabía que el señor de Aluna se había marchado hacía unas semanas y seguía sin noticias de él. Aluna la observó intentando mantener la compostura.

—Tus grandes ojos verdes hablan por sí mismos, cariño —Gabela cogió con cariño una de las manos de Aluna. Era de las manos más suaves que había tocado nunca—. Todo mejorará, ya lo verás.

—Espero que tengas razón, Gabela. —Aluna se limpió con la manga de su vestido la lágrima antes de que empezase la ruta por su mejilla—. Necesito hilo de lino y algún pedazo de piel curtida si tienes.

Gabela le entregó dos ovillos de lino y dos pedazos medianos de cuero. Aluna pagó el precio con monedas de plata y cobre y se despidió de la mujer, que le dedicó una sonrisa sincera.

La siguiente parada sería para la compra de la carne y el pescado. El puesto se encontraba más al sur, en la mitad del mercado. Aluna caminó esquivando al gentío como pudo evitando acercarse a ningún hombre o a gente con malas intenciones, aunque no siempre era fácil saber quién podía ser el siguiente en intentar cualquier gesto indecoroso.



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En el texto hay: fantasia, aventura, dioses antiguos

Editado: 15.11.2024

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