Nada más llegar a Calathra, Wander tuvo que interceder para que dejasen entrar a Phillia a la ciudad. La relación con Pollswin se encontraba en estado crítico y al borde de la guerra, por lo que ambos decidieron omitir su procedencia. Igualmente, los guardias que controlaban el acceso se empeñaron en impedir que una sacerdotisa accediera a la capital, de modo que Wander tuvo que hacer uso de su autoridad echando toda la responsabilidad sobre sus hombros. Cuando al fin cedieron, los dos guardias con los que trataron se burlaron y criticaron a Wander, tachándolo de blando, patético y creyente. Todo ello gritando y vocalizando más de lo necesario para que todos los presentes pudieran escucharles. No hubo ningún soldado que escuchara el pregón improvisado, que no emitiera una sonora y exagerada carcajada.
Phillia nunca había estado antes en Calathra, pero conocía todo lo que se hablaba de la región vecina. Siempre aborreció los rumores y los prejuicios que llegaban a la iglesia y rezó para que no fueran literales. Camila, la informante de Calathra que liberó en Borean, le juró que Wander era diferente y pudo ver en primera fila las consecuencias de ello. Su experiencia en el acceso no fue la mejor y, nada más cruzar las puertas de la muralla, se dieron de bruces con el mercado y fueron espectadores de cómo uno de los mercaderes intentaba abusar de una elfa. Phillia había conocido a muchos elfos. Se caracterizaban por sus ojos grandes, una figura delgada, pero esbelta, y una piel de porcelana, sin embargo, aquella era una de las más bellas que había visto. Su lenguaje corporal evidenciaba su incomodidad y en ese instante estaba apartándose del acosador.
Wander, nada más ver la escena, se lanzó a salvarla y Phillia se sintió orgullosa de él. Agradecía ver que había esperanzas en un pueblo tan emponzoñado. Como Wander tuvo que adelantarse para evitar que el problema fuera a más, Phillia apretó el paso para no quedarse sola en esa tierra desconocida. Al alcanzarle, vio a la elfa entre los brazos de Wander.
—¿La conoces? —preguntó Phillia con curiosidad levantando ambas cejas e inclinándose para confirmar que la elfa se encontraba bien.
—Sí —respondió con el ceño fruncido—. Vamos, es mejor que vayamos a mi casa ahora mismo.
Phillia arrugó también el gesto y agarró a Wander por el brazo. El calathreno volvió su cabeza demasiado rápido sin dejar de vigilar los puntos donde había guardias.
—¿No nos presentas? —insistió Phillia levantando una ceja.
—Hazme caso, es mejor no permanecer mucho tiempo aquí.
La elfa miró a Phillia con curiosidad y ella le devolvió una sonrisa. Notó como la analizaba de arriba a abajo y se imaginó que era la primera sacerdotisa guerrera que veía. Quizá incluso la primera religiosa.
—Es cierto —confirmó la elfa con una voz dulce y pausada—. No es seguro que nos quedemos aquí.
—Wander… —Phillia agarró de nuevo el brazo del joven que le devolvió una mirada feroz—. Explícame eso —insistió señalando la pulsera de cuero y cadenas que llevaba la elfa.
—Phillia —Wander se frenó un segundo antes de continuar. Respiró hondo, cerró los ojos y levantó los hombros y los bajó como si expulsase a un demonio que se había colado en su interior—. Ella es Aluna, es mi esclava, ¿vale? Síguenos, por favor.
«¿Una esclava?», Phillia estaba confusa y a la vez furiosa. Minutos antes había creído que Wander era diferente, pero tenía una esclava. Sin ser capaz de creérselo, decidió mantener el silencio y acompañarles sin montar una escena. Quiso gritarle, golpearle, maldecirle y toda ofensa que pudiera pasar por su mente, pero creyó prudente no llamar más la atención.
Sin duda Wander era alguien importante o famoso en la ciudad. Sobre todo entre las filas de los soldados que patrullaban las calles. Era fácil para Phillia adivinar que debía ostentar un alto cargo y que ninguno de sus compañeros lo aceptaba. Las burlas eran constantes e incluso más de uno dirigía algún que otro comentario lascivo hacia Aluna, a los cuales Wander respondía con una mirada que si pudiera mataría. Sin embargo, ninguno cruzaba la raya y acudía a la violencia.
La casa de Wander era modesta, de una planta y contaba con un terreno donde cultivaban hortalizas. Las paredes eran de piedra de cantera y el tejado de tejas de arcilla. Phillia supuso que el cargo no debía ser muy alto, ya que la casa era pequeña y modesta. La puerta contaba con un cerrojo y un candado. Cuando la hubieron abierto entraron los tres y cerraron de nuevo con llave. En cuanto Wander cerró la puerta empleando la llave de nuevo, Phillia le embistió contra la madera con ambos brazos.
—Y pensar que había decidido confiar en ti ignorando los prejuicios —inició Phillia el discurso que había estado practicando en su cabeza por el camino. Tampoco dejó de darle empujones para enfatizar más su decepción—. No esperaba que fueras de esos que tienen una elfa bonita como esclava para poder abusar de ella. Wander, eres repugnante.
Wander tenía la vena hinchada, esquivó con agilidad otra embestida más y tiró su mochila con fuerza contra la mesa de madera maciza de la sala de estar, que rebotó y rodó hasta dar con la pared más cercana. Aluna dio un breve respingo y permaneció en silencio sin apartar la mirada de Phillia apretando los labios.
—Luego me preguntarás por qué soy dura contigo o por qué pongo en duda tu criterio —continuó Phillia interponiéndose entre Wander y Aluna.
No sabía cómo, pero iba a liberar a esa elfa. Si tenía que enfrentarse a Wander lo haría.
—No te metas dónde no te llaman, Phillia —advirtió Wander señalándola con el dedo índice de su mano derecha—. No sabes nada de mí.
—Ya sé lo suficiente —inquirió de nuevo Phillia haciendo gala de su voz altiva—. Y me da asco.
—Bien —sentenció Wander.
La actitud del chico iba haciendo que el calor, que sentía la sacerdotisa, creciera cada vez más desde su interior. A Wander parecía importarle poco la opinión de Phillia e incluso normalizaba la situación. Intentó acercarse a Aluna para recoger su mochila cuando Phillia le propinó un fuerte derechazo en el mentón. La sacerdotisa esperó paciente la respuesta por parte de Wander, pero nunca llegó. Se quedó en la misma postura después del golpe unos segundos, con los ojos cerrados.
Editado: 15.11.2024