La edad de las bestias

Capítulo 29 - Lurtz Viper (Wander)

Las calles del norte de Corgia estaban abarrotadas de soldados yendo de un lado para otro. Los que no estaban de servicio se encontraban bebiendo o disfrutando de su tiempo libre y los que no hacían ninguna de las dos cosas se metían con Wander, como era ya habitual en su vida.

—¡Mira quién ha vuelto! —gritó uno de los que estaba con una gran jarra de cerveza medio vacía en la mano, sentado en una de las mesas cercanas—. Si es el blandengue que se traviste con su elfita.

También era frecuente que Wander ignorase los comentarios jocosos, pero Phillia había conseguido sacarle de sus casillas y estaba harto de mantenerse callado. «¿Por qué no se meterá en sus asuntos?», se preguntó Wander sin olvidar el derechazo de la sacerdotisa, teniendo que poner especial atención al comentario del soldado.

—¿Por qué no te morreas con tu amiguito y así al menos los dos mantenéis la boca cerrada? —sugirió Wander señalando a uno de los compañeros del soldado.

—¿Qué has dicho? —respondió ofendido el tipo levantándose de manera enérgica tirando la silla al suelo sin soltar la jarra.

Wander no tenía tiempo para tonterías, pero si Phillia tenía razón en algo, era en que todos esos tipos eran repugnantes, de modo que se acercó al soldado y se encaró de forma directa chocando su pecho con el de su contrincante. El tipo le sacaba una cabeza, pero no hizo que se achantara lo más mínimo.

—He dicho que te gusta darte besitos con él cuando nadie os mira. —Wander no tendría problema alguno si eso fuera real, pero sabía que a su adversario le molestaría muchísimo.

—Al menos yo no me masturbo mirando a mi esclava con miedo de tocarla.

Ese comentario rebasó la línea y Wander perdió el norte. Agarró el cuello del soldado con ambas manos y apretó con todo su empeño. El hombre se sorprendió con la fuerza de Wander y trató de liberarse desesperado sin éxito. Sus compañeros no esperaron más y alejaron a Wander de su amigo. Necesitaron de cuatro soldados para conseguir separar a Wander del hombre que jadeaba e intentaba retomar el aliento. Una vez le redujeron, el soldado que se acababa de recuperar del ataque, se acercó a Wander y se remangó.

—Voy a hacer que se te quiten las ganas de volver a hacer eso.

Puñetazo tras puñetazo, la cabeza de Wander dio bandazos de un lado a otro. Notó como la sangre brotaba de uno de sus pómulos y se resbalaba hasta su cuello. Quiso liberarse, pero sabía que si se resistía la paliza sería más larga y cruel. «¿De verdad merece la pena todo esto?», se cuestionó Wander encajando los golpes. Durante su viaje esa pregunta rondó su cabeza en varias ocasiones. Esperando a que terminase, una voz conocida hizo que todos dejasen lo que estaban haciendo y mirasen al hombre que se dirigió a ellos.

—Basta —ordenó con voz imperativa—. Todos vosotros pasaréis un ratito en el calabozo. A ver si así se os quitan las ideas absurdas.

—¡Puño de sangre! —exclamó el agresor escondiendo sus manos debajo de sus axilas—. Sentimos mucho nuestro comportamiento. El soldado Wander nos ha provocado, señor.

—No lo dudo. —Lurtz Viper no miró ni por un segundo al soldado, pero no necesitaba hacerlo para saber que estaba temblando—. Tampoco dudo que eso te vaya a librar del calabozo. Y, si sigues hablando, puede que recibas latigazos.

El escolta de Lurtz, que llevaba una armadura de acero rojo con un gran lobo en relieve en el centro del pecho, levantó uno de sus brazos para ordenar a los soldados que le acompañaban para que detuvieran a los agresores, que no pararon de protestar en todo momento.

—Ya has vuelto —mencionó el gobernador alargando una de sus manos a Wander.

Los ojos rasgados marcados por las patas de gallo de Lurtz reflejaban dureza. Al inclinarse para ayudar a Wander, su larga coleta se arrastró por la hombrera y se dejó caer hacia el suelo.

—Iba de camino para verte, Lurtz —informó Wander tomando el brazo de su gobernador para ponerse en pie.

El semblante intimidante de Lurtz Viper se veía realzado por su barba cuidadosamente en forma de candado. Wander supo que no era positivo para él que Lurtz le hubiese encontrado peleándose en lugar de ir raudo a informar de su misión.

—Asumo que era tu intención antes de que decidieras meterte en problemas —cuestionó.

—Estaba cansado de sus impertinencias —protestó Wander manteniendo la mirada al gobernador. Sabía que Lurtz solo toleraba a los más fuertes—. Sentí que debía callarlos.

—Me parece bien que quieras luchar por tu honor, pero no quiero que mis soldados se maten entre sí. Vamos, al fuerte.

Wander no discutió más y acompañó obediente a Lurtz al interior de la fortaleza. Si el castillo de Cintheria era pomposo y el de Borean austero, la fortaleza de Corgia no tenía diseño alguno. Era una construcción de piedra gruesa de cantera hecha de manera exclusiva para soportar los ataques de los enemigos y guarecer a los más débiles. Todas sus formas eran cuadriláteros y sus torres angulosas, sin decoración alguna más que estandartes carmesí con el lobo negro de Calathra en el centro. No era un castillo ni un palacio. No tenía un gran comedor lujoso ni un salón de baile. Ese tipo de cosas no se realizaban en Calathra.

Cruzaron el angosto vestíbulo hasta el final, de modo que Wander supuso que irían a la sala de audiencias, pero, el gobernador ordenó a su escolta que les dejaran solos, y guio a Wander por el arco de la derecha hasta la habitación dónde planificaban las estrategias de guerra. Wander miró el mapa de Hyllurd que estaba extendido sobre la madera y se fijó en los puñales que estaban clavados en Borean y en Thymand.



#967 en Fantasía
#1438 en Otros
#82 en Aventura

En el texto hay: fantasia, aventura, dioses antiguos

Editado: 15.11.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.